Habían pasado unas semanas desde que aquellas dos se habían mudado y el cambio fue tan sutil al principio que cualquiera habría pensado que era producto de la imaginación.
Pero Avelyn lo sentía.
Al comienzo, la llegada de Vivienne y Scarlett se había mantenido dentro de los límites de la cordialidad impuesta por Edward. Sonrisas ligeras en el desayuno, conversaciones mínimas, alguna pregunta amable que nunca profundizaba demasiado. Era un equilibrio frágil, pero equilibrio al fin y al cabo.
Sin embargo, como toda fachada, empezó a agrietarse.
Scarlett había pasado de sentarse frente a ella en la mesa a ocupar su lugar preferido, ese junto a la ventana por donde entraba la luz de la mañana. No preguntó, simplemente lo hizo. Avelyn, en esta segunda vida, no cedió como antes: tomó asiento igual, obligando a la niña a correr su silla unos centímetros. Ninguna palabra, pero el silencio estaba lleno de mensajes.
Otro día, Vivienne “por accidente” olvidó pedirle a Claire que sirviera el postre que Avelyn más disfrutaba. En su lugar, había un pastel de fresas —el favorito de Scarlett— con la excusa de que “a todos les gustaban las fresas”. Avelyn no discutió, pero sí pidió té negro con un toque de miel, sabiendo que Scarlett lo odiaba y que el aroma llenaría la mesa.
Era un tira y afloja invisible para Edward, que seguía intentando mantener una convivencia armoniosa, pero cada gesto, cada mirada lateral entre ambas, era un recordatorio de que la tregua estaba acabando.
La tarde del primer verdadero enfrentamiento, Edward estaba en la oficina. El cielo se había cubierto de nubes pesadas y el aire anunciaba una tormenta cercana.
Avelyn estaba en el salón principal, sentada en el sofá más grande, leyendo un libro de tapas duras. Claire había encendido la lámpara de pie junto a ella y el ambiente olía a cera de madera recién pulida.
Scarlett entró sin anunciarse, con un lazo lila en el cabello y una caja de juegos bajo el brazo. Caminó hasta la mesa baja, colocó la caja con un golpe seco y se dejó caer en el sofá contiguo.
—Voy a jugar aquí —dijo sin mirarla.
—El salón es grande —respondió Avelyn, sin levantar la vista—. Seguro encuentras espacio.
Scarlett frunció los labios.
—Yo quiero jugar aquí.
Entonces, con ese descaro tan propio de ella, estiró la mano y tomó el libro de Avelyn.
—Esto no es interesante.
Avelyn lo recuperó en un movimiento rápido, mirándola con calma, aunque su voz salió más baja y firme:
—No lo toques otra vez.
Scarlett arqueó una ceja, como si no hubiera escuchado una advertencia sino una invitación.
—¿Y si lo hago?
La respuesta de Avelyn fue devolverle la mirada con una frialdad que Scarlett no había visto antes.
—Entonces tendrás un problema.
No hubo gritos, no hubo empujones… aún. Pero el ambiente se volvió tan denso que hasta Claire, que pasaba por el pasillo, se detuvo un segundo a mirar.
Scarlett sostuvo esa mirada unos segundos más, como evaluando si valía la pena seguir provocando.
Y decidió que sí.
Con un movimiento rápido, le arrebató el libro otra vez, esta vez empujándola ligeramente con el hombro.
—No me das miedo, Avelyn —dijo en un tono que pretendía sonar seguro, pero que escondía una pequeña vibración de desafío infantil.
Avelyn cerró el libro con fuerza, lo dejó sobre la mesa y se incorporó lentamente. La diferencia de altura era mínima —apenas un año y unos meses las separaban—, pero la forma en que Avelyn se erguía hacía parecer que la ventaja estaba de su lado.
—No tienes que tenerme miedo —dijo, con una calma calculada—. Solo respétame.
Scarlett sonrió con ese gesto altivo que probablemente había heredado de Vivienne.
—No veo por qué tendría que hacerlo.
Y entonces, como si quisiera subrayar sus palabras, le dio un empujón más fuerte que el anterior. No fue suficiente para tirarla, pero sí para encender en Avelyn esa chispa que había aprendido a no apagar en esta segunda vida.
No dudó.
La empujó de vuelta, con la misma fuerza, calculada para no hacer daño grave, pero lo bastante para que Scarlett perdiera el equilibrio y se sentara de golpe en el sofá.
El silencio que siguió fue espeso. Scarlett parpadeó, incrédula, como si no hubiera imaginado que recibiría una respuesta tan inmediata.
—Así que… así se siente —murmuró Avelyn, recuperando su libro—. Aprende la lección.
Scarlett se levantó de un salto, con las mejillas encendidas, pero antes de que pudiera decir algo, la voz de Vivienne se escuchó desde la puerta del salón.
—¿Qué está pasando aquí?
Su mirada se paseó de una a otra, deteniéndose en Avelyn como si ya hubiera decidido quién era la culpable.
—¿Otra vez molestando a mi hija? —soltó, cruzándose de brazos.
Avelyn la sostuvo la mirada, sin pestañear.
—Si por “molestar” te refieres a defenderme, entonces sí.
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Editado: 12.08.2025