Avelyn había aprendido que, con su padre, la verdad cruda no siempre surtía el efecto deseado… pero una verdad vestida de emociones bien colocadas podía mover montañas.
Esa tarde, su habitación parecía un escenario en ensayo: las cortinas abiertas para dejar entrar la luz cálida del atardecer, el escritorio ordenado con precisión y, sobre la cama, un suéter gris que le daba un aire más frágil. El espejo frente a ella reflejaba cada ensayo de gesto: la mirada baja pero no rota, la voz que debía quebrarse en las sílabas justas, el temblor calculado de las manos.
Se sentó frente al espejo, probando las frases en voz baja.
—Papá… yo… —una pausa medida, un suspiro— …no quería que te enteraras así.
Negó con la cabeza, insatisfecha con la entonación, y volvió a empezar.
En la mesita de noche, un cuaderno abierto mostraba su letra inclinada: “Evocar cuidado paterno, no lástima. Él odia la injusticia: enfatizar la manipulación de Vivienne y los Montgomery.”
Avelyn sonrió con una satisfacción helada. Lo conocía. Sabía dónde tocar para que su reacción fuera inmediata y protectora.
Para cuando bajó al salón, llevaba el cabello suelto, la mirada algo enrojecida y las manos entrelazadas como quien busca valor. En el pasillo, el aroma a café recién hecho flotaba junto al sonido de papeles que Edward revisaba en su despacho.
Se detuvo frente a la puerta entreabierta. Respiró hondo, y cuando empujó la hoja de madera, su rostro ya era el de una hija herida pero valiente.
—Papá… ¿tienes un momento? —su voz fue un hilo suave, lo justo para que él alzara la vista de inmediato.
Edward dejó la pluma sobre el escritorio, ladeando la cabeza.
—Siempre, pequeña. Pasa.
Avelyn entró, cerrando la puerta con cuidado, y tomó asiento frente a él. No habló enseguida; dejó que el silencio madurara, como si reunir fuerzas fuera parte del proceso.
—Es sobre Edrian… —dijo por fin, bajando la mirada.
Edward arqueó una ceja, atento.
—¿Edrian Montgomery?
Ella asintió lentamente, dejando que la primera pieza de su actuación cayera sobre la mesa.
—No es lo que parece… lo que has visto con Scarlett. —Hizo una pausa, inspiró hondo—. Todo ha sido un plan de Vivienne y sus padres para juntarlo con ella.
Edward se tensó apenas, frunciendo el ceño.
—¿Un plan?
—Sí… —susurró—. Y lo peor es que él… él no siente nada por Scarlett.
Edward se echó hacia atrás en la silla, entrelazando las manos sobre el escritorio.
—Explícame eso despacio, Avelyn.
Ella levantó la vista, dejando que un brillo de vulnerabilidad asomara en sus ojos.
—Él… —tragó saliva— siempre fue amable conmigo. Pero nunca de esa forma con Scarlett. Lo que pasa es que… desde hace años, Vivienne y los Montgomery lo han estado presionando para que esté con ella. Y él… nunca dijo que sí de verdad, solo… —buscó las palabras— se dejaba arrastrar porque así evitaba más problemas con sus padres.
Edward apretó la mandíbula. Su hija rara vez hablaba así de manera tan directa.
—¿Y tú cómo sabes todo esto?
Avelyn giró el rostro hacia la ventana, como si le costara confesarlo.
—Hoy él… me lo dijo. —Volvió la mirada hacia su padre—. Después de… enfrentarse a sus padres.
—¿Enfrentarse? —Edward se inclinó hacia adelante, el tono más grave.
—Sí. —Su voz se quebró un poco, el temblor perfectamente calculado—. Les dijo que no iba a seguir con esa mentira. Que no quería estar con Scarlett… y… ellos lo echaron de casa.
La reacción fue inmediata: los dedos de Edward golpearon una sola vez la madera del escritorio, un gesto breve pero contundente.
—¿Dónde está ahora?
—En casa de su abuelo —respondió, dejando caer la última pieza clave—. Me lo contó antes de irse, pero no quería que te lo dijera. Yo… pensé que debías saberlo.
Edward se quedó mirándola, como midiendo la verdad en cada palabra. Ella sostuvo la mirada, pero con ese matiz de fragilidad que lo impulsaba a protegerla.
—Avelyn… —su voz bajó, más lenta— ¿tú… lo quieres?
Ella bajó la vista y dejó que un silencio largo hiciera el trabajo, hasta que sonrió de forma tímida.
—Sí… —dijo, casi en un susurro—. Y creo que él siente lo mismo.
Edward respiró hondo, y algo en su semblante cambió: dejó de ser el empresario calculador para convertirse en el padre que defendía sin titubear a su hija.
—Voy a hablar con Vivienne. Y con los Montgomery. Hoy mismo.
Perspectiva de Edward.
Edward no hizo esperar su decisión.
La puerta del salón principal se abrió de golpe, haciendo que Vivienne y Scarlett, que conversaban en voz baja en uno de los sofás, se giraran sobresaltadas. La luz de la tarde caía desde los ventanales, iluminando la figura de Edward mientras avanzaba con pasos firmes.
—¿Se puede saber —empezó, con un tono que heló el aire— en qué estaban pensando?
Vivienne ladeó la cabeza, con una sonrisa ensayada que no llegó a sus ojos.
—Querido, ¿de qué hablas?
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Editado: 12.08.2025