Gin daba vueltas a su taza de chocolate caliente, hacia un frio de mil demonios y su calefacción había decidido dejar de funcionar justo ese día, se ajustó más la manta y cambió de canal, las navidades no eran su época favorita, y haber accedido a la cena de reencuentro de ese año había sido un enorme error, un absoluto y estúpido error.
Marc no dijo que iba a aparecer, no debería haber aparecido pero el muy idiota entró por la puerta del restaurante como si fuera el puto rey del mundo, y ella lo había admirado como si fuera quien ponía las estrellas en el cielo.
Marc había su novio hasta que pasaron a la universidad, el decidió que aquello debía terminar, que había sido bonito, pero quería volar, explorar otros cuerpos y demás.
Gin lloro casi toda una estación, a casi todas horas y dejó de comer, parecía la mita de la mitad de Gin.
Y él tuvo que ir, con su sonrisa, con sus ojos verdes y con el cuerpo que, ¡madre mía! había mejorado muchísimo en esos años.
Nadie dijo nada, la vida había seguido para todos, algunos seguían igual, otros parecía que los años se les hubieran echado encima y ella, ella estaba ahí, con una copa de sangría, el pelo ondulado que había conseguido gracias a los tutoriales de youtube y con el corazón saltando como loco en el pecho.
Sinceramente no lo había superado.
Cambio de nuevo de canal, y Becky G se contoneaba cantando el famoso “sin pijama”, estaba acabada, malhumorada y congelada el mismísimo día de nochebuena.
Ojeo el árbol que había decorado con Lola y los regalos envueltos con mimo.
Miro su móvil, eran las ocho solamente y ya quería dormir, pero Lola llegaría en media hora, pondrían música y cenarían canelones congelados, gambas y beberían demasiado como para poder hacer nada más.
“Ponte bella, acaban de invitarnos a una fiesta”
“Ni hablar, tengo mal de amores”
“Una mierda, vestido de brilli, labios rojos y taconazos”
“Olvídalo”
“En media hora te quiero esperando como la fiestera que eres”
Refunfuñó y tiró el móvil sobre la mesilla del comedor.
Subió el volumen de la televisión y se sirvió una copa de chapan, debía salir y no pensaba hacerlo con la cara de pena que llevaba durante todo el maldito día.
Se ducho a la velocidad el rayo, se hizo una coleta alta, vestido plateado de brilli, especial navidad y tacones de infarto, Gin podía presumir de aguantar tacones y no parecer estar viviendo una tortura china.
Se pintó los labios con su color favorito, diva505 , que duraba una noche de juerga y aún se levantaba con ellos perfectos.
Miro el reloj justo en el momento en el que Lola picaba al timbre.
—Dime que estoy increíble o me pongo el pijama de renos.
—Te odio Gin.
Lola cogió un vestido de su armario, se puso dos horquillas aguantándose el flequillo, duchó y maquilló en tiempo record y a las nueve y media estaban ambas picando en el timbre de una espectacular casa a las afueras de Barcelona.
—Parecemos dos burbujas de freixenet.
—Estamos en navidad, la época en la que puedes brillar más que una bola de árbol. Nunca se lleva demasiado brilli.
Gin arrugo la nariz y Lola sonrió echándose otro poco más de perfume.
—Joder, no puedo respirar.
—¡Cállate! —Lola espolvoreó el perfume sobre su cabeza.
La puerta se abrió y la música comenzó a sonar aún más fuerte.
Las piernas de Gin comenzaron a temblar, el corazón a palpitar rápido.
—Hola Gin.
—Marc…
Lola desvió la mirada de uno a otro y carraspeó.
—Rubito, espero que sea un fiestón.
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—Necesito aire Lola.
—Necesitas esto— le tendió una lata de cerveza abierta y le brindó. —Es guapo no voy a negarlo, pero mereces algo más.
—Si lo sé, y creía que lo tenía superado pero ya veo que no, definitivamente no.
Doy un gran sorbo a la lata y puso una mueca de asco al sentir la cebada bajar por la garganta.
—Sigue sin gustarte nada la cerveza.
Marc le quitó la bebida, dio un gran sorbo y se la volvió a poner en la mano.
—Algunas cosas no cambian.
Gina busco con la mirada a Lola que al parecer había desaparecido por arte de magia dejándola sola ante el peligro.
—No, eso es cierto. ¿Cómo va todo?
—Bien, haciendo, ya sabes…
—Lo siento Gin.
—Dejalo Marc.
La muscia sonaba, Aitana y Morat estaban dándole voz a sus sentimientos.
—Creo, creo que fui un cobarde, ratón, creo que—Le cogió de la barbilla obligándola a mirarle, clavando sus ojos en los enormes y brillantes de Gin— sé, que fui un idiota cuando hice aquello.
—Bueno, no me querías como creías, los sentimientos cambian.