Su respiración olía alcohol; sus labios estaban aún húmedos por la cerveza, que aún sostenía con sus largas manos.
Nunca lo había visto en mi vida, y estaba seguro que no lo volvería a ver. Mi nariz llegaba hasta su pecho, donde su perfume era cada vez más intenso. Sus ojos no sé despegaban de los míos; aunque no quería que dejara de mirarme, me sentía nervioso y extraño, nunca había estado antes en aquella situación con una persona desconocida; en realidad con absolutamente nadie.
Mis manos estaban en su pecho, y mis ojos directos a los suyos, esos ojos oscuros que me hacían temblar.
No deseaba seguir en aquella situación, ¿o tal vez sí? No estoy seguro. Sus largas manos recorrieron mi espalda hasta los lumbares, y su respiración alcohólica resonaba en mi frente. Por un momento sentí más nervios que nunca, pues su pecho se acercaba al mío con sigilo; su frente estaba cada vez más cerca de la mía. Por lo que parecía, no dudaba en besarme; estaba seguro que él deseaba hacerlo, y eso sería lo último que quería recibir de un desconocido.
°°°°
Mis nudillos dolían, y la cabeza me daba vueltas como un carrusel de feria. No recordaba absolutamente nada de la noche anterior, solo la cara de aquel chico de piel oliva y ojos oscuros, que me miraba fijamente.
Aún llevaba la misma ropa, y los zapatos puestos. Mi celular tenía una infinidad de mensajes, los cuales la mayoría decían exactamente lo mismo: «¿Dónde demonios estás Greg?, tenemos que irnos» No tenía ni la más remota idea de cómo había llegado a casa y quien me había traído hasta ella.
Me escurrí hasta el borde de la cama y me senté, la cabeza me latía; mi mano seguía doliéndome, mientras que mis piernas no respondían con facilidad lo que mi cerebro les indicaba. Llevé mis manos a las sienes y las masajeé lentamente; la jaqueca era muy fuerte y eso debía ser causa de los incontables tarros de cerveza que había consumido mí pequeño cuerpo. Mientras me ponía en pie, las rodillas me temblaban y los tobillos parecían que explotarían.
El reloj marcaba casi las siete, eso significaba que era demasiado tarde para mi primer día de mi último año de preparatoria.
No era la única vez que me embriagaba hasta perder el conocimiento ese verano, pero decidí terminar mi época de parrandas el peor de los días; justamente un día antes de regreso a clases, aunque podría jurar que había sido el mejor de todos.
—En verdad que no te entiendo Greg, llegar a casa de madrugada en los brazos de Stephen cada fin de semana ya no es normal. Definitivamente tú tienes un problema—me recriminó la mujer que se encontraba en la puerta, no me había dado cuenta en el momento en que se postró ahí para darme aquellos sermones, que se habían vuelto constantes desde que empezó el verano—. Me estoy comenzando a cansar de esto, ¿no se en que momento dejé que pasara? Tú nunca has sido así Greg.
La miré confundido, no entendía nada en aquel momento. Si mi madre me estaba sermoneando de esa forma debía de haber vuelto a casa muy mal, pero, por otra parte, sabía quién me había llevado hasta ahí.
—En realidad —Respondí— no me entiendes porque soy diferente a ti mamá. Si llegué de madrugada es porque perdí la noción del tiempo; si Stephen me trajo en brazos no lo recuerdo, estaba muy ebrio para recordarlo; y no, no necesito ayuda, esto se acabó rotundamente—. Su cara no estaba ni un poco satisfecha por mi respuesta, ya que no llevaba a ningún lado, incluso me hacía ver más culpable de lo normal, aunque en realidad si tenía toda la culpa.
—Me preocupas Greg. Me preocupa que vuelvas a caer en desesperaciones y culpas, como cuando murió...— Se detuvo un momento. Desde hacía mucho mi madre no había mencionado aquel tema, pues tanto para ella como para mí, era algo que no se debía hablar por nuestra propia salud sentimental —No quiero que te suceda nada Greg, sabes que no lo soportaría —. Puntualizó
—No es nada de eso mamá, solo quise disfrutar mi verano como un adolescente de mi edad, eso es todo—Insistí.
No deseaba seguir dándole vueltas al mismo tema, no me apetecía oír a mi madre recordarme que se preocupa por mí todo el tiempo, porque créeme que lo tengo claro. Ya no soy un niño, se cuidarme solo, y debería de entenderlo de una vez por todas.
—Mamá debo cambiarme o llegaré tarde. Si eres tan amable de disculparme —Le señalé la puerta con la mano detenidamente, terminando aquella conversación sin final. Salió de la habitación sin decir nada, parecía que sabía que era inútil seguir con aquello.
Seré la pequeña puerta de madera detrás de ella y me dirigí de nuevo a mi cama.
La mañana era cálida y soleada; sin embargo, mi habitación era todo lo contrario. A pesar de que en la ciudad siempre se encontraba un calor infernal, mi habitación era una gran nevera, oscura y desordenada. Todo en ella estaba de cabeza, ropa por todas partes; calcetines en el escritorio; camisetas en el pequeño sofá a amarillo de la esquina; y libros sin terminar al lado de mi cama. Era un verdadero desastre. En verdad lo era.
Los minutos pasaban y después de levantarme nuevamente de la cama, la ducho fue algo que no recuerdo, pues mi cabeza se encontraba en otro lugar. Si no fue hasta estar frente al espejo de mi habitación, vestido y casi listo para salir de casa, que pude volver a pensar. Debía de apurarme para ir a la escuela, o llegaría tarde como siempre, a pesar de que se encontraba a cuatro cuadras de mí.
Peiné mi cabello rápidamente el cual era una maraña roja, mis ojos estaban cansados por el desvelo, mientras que la ropa de aquella mañana no era del todo agradable. Me había dejado el mismo pantalón de la noche y una camiseta muy literal para ser el primer día, pues creo que quería dejar en claro quién soy en realidad; al menos lo que todo el mundo sabe; era de un tono rosa chillante con una frase conmovedora en el pecho, que mi madre me había obsequiado cuando supo que era gay.