—Stephen me llevó hasta mi casa—Le expliqué a Lía en el momento en que llegué a la escuela. Estaba parada fuera en la gran puerta de vidrio de la entrada, llevaba la mochila cargada como si fuera un bebé, mientras que su cabello oscuro le caí en la cara tapando sus ojos.
Lía es mi amiga desde que tengo uso de razón. A sido el único hombro, además del de mi madre, que a recibido mis lágrimas, como cuando recaía en mis ataques de pánico; la que me ayudaba a soportar después de tantos años la muerte de Owen; y la que me escuchó cuando me di cuenta que era diferente a los demás chicos. Esa época en que mi vida cambió demasiado, donde mi rareza —como muchos la llaman—, comenzó a salir de mí. Fue lo peor de todo; me sentía deprimido, desanimado y confundido. Solo podía pensar que diría mi madre si se enteraba de aquello: «Tú eres lo peor que me ha sucedido Greg, jamás tendría un hijo gay». Ahora que lo analizo después de tanto tiempo, esos pensamientos eran estúpidos, pues mi madre nunca le importó que yo fuera diferente a los demás.
—¿Dónde se supone que te metiste? Estabas junto a la barra y luego desapareciste—se apresuró a decir la chica mientras se acomodaba la camiseta verde que llevaba puesta.
—Pensaba no decirte nada, pero, te estaría traicionando si no te lo dijera—la jalé de la mano y la llevé lo más alejado que se podía de entrada, para que nadie pudiera oírnos—Conocí a alguien.
—¿Qué? ¿a quién Greg? ¡dime su nombre! — me ordenó. Lía parecía en verdad sorprendida, pero a su vez, a punto de estallar de rabia.
—Eso es el asunto...—me apresuré a decir—no le pregunté su nombre.
La cara de Lía se ponía cada vez más roja, estaba seguro que me gritaría delante de todos. Aquello era una de las grandes razones por las que no me dejaba solo; ya que no era la primera vez que lo hacía. Las demás veces, solo platicaba un poco y coqueteaba hasta el punto de insinuarme: efectos del alcohol en mí, pero esta vez me había propasado mucho con aquel chico; y si se lo decía me mataría.
—¡En verdad que tú eres tonto Greg Lohmann! —me recriminó Lía mientras levantaba la voz— Te lo he dicho muchas veces, no todas las personas tienen buenas intenciones. Te pudieron hacer daño.
—Baja la voz—Le puso la mano en la boca, mientras seguía vociferando palabras inentendibles—Por eso no quería decirte nada.
—Claro que no querías decirme, porque eres un inconsciente—Agregó después de quitarle la mano de la boca—Me preocupas hombre, ¿Qué crees que haría si te sucede algo? Debes de entender Greg, que no todo es un impulso; no todo te saldrá bien, cuando menos lo esperes el rayo de la realidad te partirá en dos.
Sabía que tenía toda la razón, está mal seguir haciendo lo mismo repetidas veces sin aprender la lección; tomar al toro por los cuernos solo porque piensas que ya no hay más que puede dañarte; después de un sube y baja de tragedias y dolores de cabeza. Pero así era mi vida. Después de la muerte de Owen, en eso se había convertido, solo malos ratos, los cuales destruían a mi madre y a mi todo el tiempo.
—Está bien, lo sé, me he equivocado de nuevo—respondí poniendo los ojos en blanco.
—Siempre lo haces, y nunca aprendes nada—Afirmó Lía mientras entraba rápidamente a la escuela—Este asunto no acaba aquí Greg, lo terminaremos después de clases.
La escuela era tan común como las demás, nada en especial. Chicos corriendo por los pasillos; personas abriendo y cerrando lockers; cientos de voces que se escuchaban al mismo tiempo como un enjambre de abejas; y profesores con maletines llenos de un futuro de enseñanza y dolor. No era muy distinto a una jungla, pues todos se comportan como animales. Los pasillos eran hilarantemente patéticos; además de un olor a grasa que salía del comedor. En fin, el lugar más común de todos.
La cabeza seguía doliéndome, y mis piernas temblaban en cada paso que daba. Lía se había separado de mí a pocos metros de la entrada, mientras que yo, avanzaba lentamente a mi locker. Estando frente a él, busque las pequeñas llaves plateadas en mi mochila y me decidía a abrirlo para sacar mis libros, aunque un golpe metálico me detuvo de hacerlo.
A mi espalda se encontraba un chico alto, ligeramente musculoso y pálido como un muerto. No pude reconocerlo hasta que me di la vuelta y le vi la cara.
—Hola Kilian —. Me apresuré a decirle al chico, mientras lo miraba serio.
—Hola Kilian —Repitió el chico con una vocecilla chillante, que intentaba parecerse a la mía —En verdad que eres todo un caso Gregy —Río mientras me alborotaba la coronilla de la cabeza —Mira que aparecerte así vestido en tu primer día, ¿quieres conseguir novio tan temprano? —Volvió a reír mientras me tomaba de la camiseta. Como siempre, aquel chico no encontraba el mejor momento para molestar, pues eso era lo que hacía con todos; solo molestar a la gente.
—¿Qué tal tú verano Kilian? —Le pregunté con una sonrisa sarcástica.
—Mucho mejor que el tuyo. —Afirmó—Me imagino que te la pasaste todo el verano tragando semen de desconocidos—Soltó una carcajada. Esos chistes siempre eran recurrentes cada vez que se acercaba a mí, lo cual ya no me afectaba ni lo más mínimo.
Volví a sonreír, pero esta vez era una sonrisa de malicia.
—No. Pero sí que me encontré un par de veces a tu padre saliendo el hotel de paso— Le dije quitándolo de mi camino. Aquello era el peor insulto que pude haberle hecho nunca a Kilian, pues su padre había engañado a su madre el año pasado, justamente en el hotel que se encontraba a cinco cuadras de la escuela con otro hombre. Toda la escuela se enteró de ello, lo que le provocó a Kilian burlas durante semanas.
—¡Con mi padre no te metas desviado! —Gritó, mientras me tomaba del cuello de la camiseta con rudeza. Su puño estaba casi en mi rostro, listo para estamparse con él, pero una voz lo detuvo en seco. Una mano masculina tomó el brazo de Kilian en el aire y lo alejó de mí rápidamente.