Besar al príncipe

Capítulo 1

Había una vez, en un reino muy lejano, una princesa caprichosa cuyo ego era tan pesado, que tenía que pedirle a cientos de sirvientes que lo cargaran por ella.

Un día tiró una pelota de oro por accidente(vaya a saber cómo pudo patear esa pelota tan pesada) en un pozo.

En el pozo, había una rana.

La rana le dijo que le daría la pelota si lo invitaba a su castillo a dormir con ella (porque era una rana pervertida, coqueta y muy fuerte si lograba alzar esa pelota de oro).

La princesa accedió, pero luego, se le olvidó lo que le había prometido. La rana fue al castillo, le echó el chisme al rey y la princesa no tuvo más remedio que cumplir con su promesa y dormir con él en su habitación. Sin embargo, aquel anfibio le causaba tanta repugnancia que no lo pensó dos veces cuando, llena de pavor, la tomó y la estrelló contra la pared, ¡como un huevo estrellado!

Y, ¡oh sorpresa!

La rana resultó ser un príncipe.

No, la verdad no nos sorprende. Ya lo sabíamos.

Ya sabemos lo que sigue, beso de amor, bla bla bla, declaración romántica, bla bla bla, pedida de matrimonio, bla bla bla.

La princesa no tuvo de otra más que casarse con el príncipe pervertido que ni siquiera le regaló una hojita del pozo donde vivía. Pero en fin. Vivieron felices para siempre. Ella con su príncipe baboso y él con la mujer que lo estrelló contra la pared.

El amor, el amor…

No hay nada como los cuentos de hadas en los que todos resultan felices y comen perdices hasta el día de su muerte.

El que vengo a contarles, sin embargo, es una versión que no todo el mundo conoce. El reino no es demasiado lejano, pero quienes viven en él apenas y divulgan sus vidas. Es completamente diferente a cualquier otro cuento.

O quizá no.

Como sea, la forma en la que empieza la historia de sus protagonistas no es en un castillo, sino en un sofá gris en el que Odile se encontraba sentada cuando decidió enunciar en voz alta una decisión que cambiaría su vida por completo.

—Quiero donar un riñón.

Su padre bajó el periódico lentamente. La miró, imperturbable. Había quedado en blanco.Nadie espera escuchar palabras así a las nueve de la mañana durante el desayuno del cumpleaños número dieciséis de su hija.

—Esperaba que pidieras un auto o un nuevo equipo de buceo.

—Me gustaría donar un riñón con el método altruista. Lo he pensado desde hace mucho. Es lo que deseo hacer como regalo de cumpleaños.

—¿Quieres que tu regalo de cumpleaños sea regalarle un riñón a alguien? —inquirió, incrédulo. Odile asintió, sonriente. Su padre suavizó su rostro, conmovido—. Cariño, siempre he sabido que eres un ser maravilloso, pero esto solo me lo demuestra aún más.Si estás segura de hacerlo, te apoyaré. Pero me sentiré más tranquilo si lo meditas unas cuantas semanas. O años.

—Sé que a ningún padre le agrada la idea de que su hija.

—Única hija.

—Única hija —corrigió—, done un riñón. Pero papá, realmente quiero hacerlo. De verdad me gustaría ayudar a alguien, una persona de mi edad, por ejemplo. Alguien que esté en su plena juventud y no pueda permitirse vivirla porque una afección así se lo impide.

Kendall, su padre, era médico forense, así que, aunque se suponía que su profesión estaba centrada en los principios que le había inculcado a su hija, la percepción de la vida para él se fue tornando más oscura e incluso individualista con el tiempo.

Pero su hija era todo lo contrario. Siempre generosa y dispuesta a ayudar. Eso sin duda lo había heredado de sus madre.

Odile no era exigente, era modesta con sus aspiraciones y demasiado tímida para decir lo que quería en voz alta y sin titubear, así que debía estar hablando muy en serio.

Suspiró.

—De acuerdo. —Los ojos de Odile brillaron, entusiasmado—. Te ayudaré a hacer las diligencias pertinentes.

Ella sonrió, conmovida.

—Gracias, papá.

—Ahora come y bebe mucha agua. Será tu último cumpleaños con dos riñones.

Tener un padre que era médico, y sobre todo influyente, tenía unas cuantas ventajas. El proceso de exámenes médicos y psicológico duró siete meses y el proceso de aprobación y permisos legales por ser menor, duró cuatro.

Al llegar al hospital, la enfermera que se iba a encargar de alistarla entró a la habitación. Casi se desmayó cuando vio a aquella mujer pálida, de cabello azabache, largo y liso, mirarla con sus ojos enormes y expresivos.

—¡La sangre de Cristo tiene poder! —exclamó la enfermera. De seguro era una de tantas almas en pena que paseaba por el hospital. Afortunadamente, su hermano menor era cura y tenía experiencia con exorcismo, así que aquello no le asustó por mucho tiempo—. Niña, tú… ¿moriste aquí?

—¿Perdón? —inquirió Odile, confundida.

—De seguro no debe saber que está muerta. Pobrecita —susurró, devastada. Se acercó, con una sonrisa cálida—. Cariño, debes seguir la luz.

—¿La luz? —Inquirió Odile, confundida. Miró hacia al baño, era la única luz encendida que había—¿Se refiere a esa? —la señaló.

—Claro, claro. Esa que ves.

—Bu-bueno —se levantó de la camilla, dubitativa—. Sí tenía ganas de orinar —murmuró para sí misma.

—Ve cariño, sé libre —murmuró la enfermera, conmovida. Sonrió, viendo con los ojos repletos en lágrima como finalmente esa pobre alma en pena volvía a…

—¿Qué está haciendo?

—¡AH! —la enfermera saltó hacia un lado, asustada. Odile se detuvo en cuanto oyó la voz del doctor.

—Doc-doctor, yo, estaba… purificando el ambiente antes de que la paciente llegara.

—Pero si la paciente está frente a usted —La enfermera miró a Odile, luego al doctor y luego a Odile de nuevo—. Sí, yo también perdí varios años por el susto que me llevé. Andando. Tenemos programada la cirugía para dentro de una hora.

—¡Sí!

La enfermera se apresuró a atender a Odile. Cuando se acercó y se dio cuenta que estaba viva, fue mucho más escalofriante que cuando pensó que estaba muerta. Sin embargo, cuando la joven sujetó sus manos cálidas y le dio las gracias por su servicio con una enorme sonrisa, su corazón se calentó. Odile era toda una dulzura.




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