Besar al príncipe

Capítulo 6

Un corazón roto es desgarrador, pero un corazón roto con gripe, lo es aún más.

Al menos fue la excusa perfecta para que su padre no hiciera demasiadas preguntas sobre su rostro hinchado y su semblante decaído. Aunque quiso salir al día siguiente para buscar la esfera que su madre le había dejado, su padre no se lo permitió, argumentando que debía recuperarse antes de entrar a la universidad. Por supuesto, ella había omitido que había perdido el regalo de su madre apenas se lo dio.

Aunque quiso revisar su correo, cada vez que lo intentaba, su cuerpo se sentía pesado e instantáneamente recordaba lo que Arthur había dicho de ella.

«Jamás podría salir con una chica como ella. Es rara y…, fea.»

Se miró al espejo por solo unos segundos, apartando la mirada cada vez que la voz de él resonaba en su cabeza.

Fea.

Repudiable.

Bruja.

Sacudió su cabeza para no pensar en ello. Era su primer día de clases en la universidad y no quería opacarla con un recuerdo así. Para Odile, que siempre había soñado con estudiar con personas que compartieran su misma pasión por la vida, un corazón roto era su menor prioridad. Además, como toda una adulta recién estrenada, hizo lo que mejor caracteriza a los adultos; enterrar sus emociones con tierra ¡mucha tierra!, arrancar ese trozo de tierra, meterlo en una enorme caja fuerte y lanzarla en el mar profundo, hasta que el sentimiento estuviera tan profundo, que su cerebro olvidara su existencia.

—Es lo más sano —se dijo a sí misma, con sonrisa triste. Aunque sabía muy bien que era una enorme mentira.

Consideró que lo mejor era no volver a cruzarse con él o que le escribiera. Una pequeña parte de ella protestó ante esa decisión, sopesando la posibilidad de arreglar las cosas, pero su raciocinio prevaleció. En un principio, ellos no debieron haberse conocido nunca. Aquello eran las consecuencias de ir contra la ley.

—¡Odi, ya está el desayuno!

—¡Voy en seguida!

Sujetó su mochila y sonrió. No iba a permitir que nada arruinara su primer día de universidad.

Mientras tanto, su padre conversaba con un colega mientras terminaba de preparar el almuerzo para llevarlo al hospital.

—Entiendo lo del chocolate, pero debería comprobar personalmente lo de los ojos —Odile ni siquiera se molestó en preguntar de qué hablaba—. Comprendo. Lo haré yo mismo antes de darte mi opinión científica. He oído sobre sus propiedades, pero tendría que estudiarlo en el laboratorio…. El hospital me lo facilitó. Bueno, no cualquier hospital puede darse el lujo de tener a un médico forense y bioquímico. Es evidente que me consientan… Odi, cariño, tu desayuno está en la mesa.

Odile frunció el ceño al verlo en una lonchera.

—Papá, puedo desayunar contigo antes de irme.

—¿No vas tarde?

—Mi primera clase es a las diez. Tengo un montón de tiempo.

—Pero creí que hoy era la inducción en la facultad. ¿No te asignarían un mentor?

—¡Santo cielo!

Sujetó la lonchera y salió corriendo.

¡Había olvidado la asignación de mentores!

—¡Mucha suerte! ¡Oye… Te llevaste la lonchera que no…! Bueno, se dará cuenta cuando vea los ojos —se encogió de hombros—. Tendré que volver a ir al mercado por ojos de vaca. Ojos de vaca y chocolate… ¿A quién se le ocurría hacer una tesis doctoral sobre eso? —se preguntó—. Me encanta.

Odile tomó su bicicleta y manejó como si su vida dependiera de ello, asustando a unos cuantos.

De su casa a la universidad sólo había unos cuantos minutos. Sin embargo, la asignación de mentores había comenzado hace media hora. Encontrar donde dejar la bicicleta fue una odisea y lo fue aún más encontrar los edificios, sobre todo porque la mayoría de la gente le rehuía antes de que siquiera le preguntara. Un vigilante de unos setenta años fue el único que se compadeció de ella.

—Disculpe, ¿dónde queda el edificio de ciencias exactas?

El anciano la observó por varios segundos, con las cejas alzadas, como si hubiera visto un fantasma. Ella se incomodó, estuvo a punto de marcharse, pero él le sonrió.

—Sube la colina, atravesando el pequeño bosque y a su izquierda encontrarás el edificio.

—¡Muchas gracias!

—Con gusto —sonrió el anciano, viéndola alejarse—. Hace mucho que no veía a una Dríades en esta universidad —comentó—. Ya era hora que hubiera un poco de movimiento aquí. Pensé que mi causa de muerte iba a ser aburrimiento…

Subir la colina hubiera sido pan comido para Odile si no hubiera llevado media hora corriendo. Cuando finalmente pudo encontrar el edificio, se dirigió de inmediato a la asociación de estudiantes. Un grupo se encontraba en el salón designado, riendo y charlando. Era la primera vez que veía a tantos jóvenes juntos. Entrelazó sus manos, nerviosa.

—Di-disculpen —su voz salió tan débil que ninguno lo escuchó—. Disculpen…

La segunda vez uno de ellos logró escucharla. Se giró para verla y su sonrisa se congeló al ver a la joven, completamente vestida de negro, con el cabello alborotado y ojos enormes viéndole. El resto del grupo giró para ver qué había dejado pasmado al chico, teniendo la misma reacción. Aquella chica tenía cara de asesinar a todos con un solo movimiento en falso.

—E-el taller de ocultismo es en el edificio de filosofía y letras —balbuceó el chico.

—Yo…, so-soy estudiante de nuevo ingreso. Se suponía que debía asistir a la asignación de mentores y la inducción, pero llegué un poco tarde —tartamudeó, avergonzada.

Ellos se miraron entre sí—. Ya a todos los voluntarios se les asignaron estudiantes, ¿verdad? —inquirió el chico.

—Y dudo mucho que quieran aceptar a alguien más… —indicó la chica que estaba sentada a su lado, mirándola detenidamente—. ¿Por qué no dejamos que el presidente de la asociación se haga cargo de ella?

—¿Te volviste loca?

—No podría rechazarla. No sería político —insinuó, sonriendo maliciosa—. No podrá decir nada. Le diremos que llegó tarde, que todos los mentores ya tenían los cupos llenos y no supimos qué hacer. Listo, resuelto.




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