Arthur sintió que su corazón se dispararía al verla. El mundo se había silenciado a su alrededor. Ni siquiera fue consciente de los gritos horrorizados en la mesa. Solo podía escuchar los rápidos latidos de su corazón.
Marlee tenía la piel bronceada, casi dorada. Su cabello castaño caía como cascada hasta su cintura y sus ojos eran azules y profundos. No solo era hermosa, su sonrisa dulce y perfecta era igual de cautivante que su mirada.
Ambos cruzaron miradas y, en cuanto ella le sonrió sonrojada, él le correspondió la sonrisa.
Tenía que ser ella.
Su dulce y bondadoso cisne negro.
—¡Tiene un ojo cerca del meñique!
Arthur salió de su estado de embeleso al oír la exclamación de uno de los estudiantes de nuevo ingreso. Frunció el ceño y agachó la mirada, viendo lo que, a primera impresión, parecía un ojo humano.
—¡AAAH! —sacudió su mano, haciendo que el ojo volara por los aires y los gritos volvieran a intensificarse.
Cuando se dieron cuenta de que los ojos no eran de humano, los ánimos comenzaron a calmarse un poco.
Menos el de Arthur.
Odile se apresuró a recoger todos los ojos, con las manos temblorosas y el rostro carmesí por la vergüenza. No reparó en la forma en que Arthur miraba a la castaña de piel dorada. Arrastró los ojos con sus dos manos lo más rápido que pudo, sin dejar de reprocharle a su papá por ser tan descuidado.
¡¿Por qué no le había dicho que eran dos loncheras?!
Cuando el último ojo estaba ya en el frasco, alzó la mirada, topándose con la mirada gélida de Arthur.
—Tú —dijo él con dureza. Odile se señaló, temblorosa. Había demasiados ojos sobre ella, dejando de lado a los de vaca. Arthur asintió—. Acompáñame a la asociación de estudiantes.
Arthur leyó la información personal de la que se había convertido su dolor de cabeza.
Odile Brentson.
Sintió un escalofrío en el cuerpo.
Conocía la historia del lago de los cisnes. Y sabía que Odile era el cisne negro.
La observó atentamente. Estaba sentada en el sillón, con el frasco de ojos en el regazo, con la mirada fría mientras contaba los ojos que parecían tan enormes y ausentes como los de ella.
Sí, Odile era el cisne negro, pero también era la villana que reencarnaba la seducción y la maldad, quien se transformaba como la princesa para engañar al príncipe y que este rompiera su promesa de amor.
Ella no era su cisne negro. No podía serlo. Pero el hecho que tuviera un nombre con un trasfondo significativo para él, lo trastornó.
Odile ni siquiera se atrevió a mirarlo a los ojos. Sentía que, de hacerlo, él descubriría todos sus sentimientos y no estaba segura de poder soportar otro rechazo más.
—Primero intentas sacrificar a un pobre gato y ahora traes ojos de vaca. ¿Acaso buscas atención?
Ella alzó la mirada, confundida—. ¿Qu-qué?
—De otra forma, no encuentro explicación a tu comportamiento errático —espetó.
La verdad, era que estaba enojado. No tuvo la oportunidad de hablar con Marlee por su causa. Habían pasado días desde que había hablado con su cisne negro y estaba a punto de perder la cabeza. La aparición de aquella extraña y terrorífica chica —que para colmo tenía un nombre similar— solo lo había empeorado todo.
—Ambas situaciones fueron un malentendido —se defendió ella, temblorosa—. ¿Por qué querría llamar la atención?
—Es lo que las chicas como tú, hacen —Odile abrió sus ojos, impresionada por sus palabras.
—¿Chi-chicas como yo? —inquirió, confundida—. Di-disculpa, pero apenas me has visto dos veces. ¿Cómo podrías saber qué clase de chica soy? —El cuestionamiento de Odile no fue con malicia alguna, realmente tenía curiosidad, pero Arthur lo vio como una réplica.
—Intentaste herir a un animal. Para mí, eso dice mucho de ti.
Odile entrelazó sus manos. Aún había rastro de los rasguños en ellas. Su pecho se oprimió.
¿Él realmente creía que era capaz de algo así a pesar de habérselo explicado?
Nunca pensó que Arthur fuese tan inflexible.
“Es porque eres fea”.
El pensamiento le trancó la garganta.
»No sé con qué intenciones decidiste estudiar biología si atentas a todos sus principios, pero te advierto de antemano que es una carrera ardua y difícil. Debes tener verdadera pasión por la vida incluso…, debes tener un corazón dispuesto y abnegado —expuso, pensando en su cisne negro cuando decía cada palabra—. Tú no pareces cumplir con ello. Y, como tu mentor, te advierto que si vuelves a hacer algo extraño como esto, le avisaré a la facultad lo que hiciste en el cementerio. Nadie toleraría algo así. Te expulsarían de inmediato.
Los ojos de Odile se nublaron; heridos e impactados por su dureza.
¿Por qué estaba siendo tan cruel con ella?
Comprendía que estuviera tan predispuesto. Sabía que Arthur adoraba a los animales y lo que había visto en el cementerio había sido un desafortunado malentendido, pero, ¿no podía creer en su palabra porque acababa de conocerla o era por su aspecto?
Arthur dudó en cuanto pudo sentir algo de dolor en su mirada. Él no solía comportarse así, pero esa chica parecía sacar lo peor de él. Quizá era su cara amenazante y de pocos amigos o su mirada fría y enigmática, como si estuviera intentando ocultarle algo.
No confiaba en ella.
Se fue, sin estar dispuesto a perder más tiempo con ella.
Iba a buscar a su verdadero cisne negro.
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Su primer día de universidad no había sido el mejor de todos, evidentemente. Al llegar a casa, dejó el frasco de ojos con una nota para su padre diciéndole que lo sentía por haberse equivocado de lonchera. Tomó su viejo equipo de buceo y salió rumbo al pequeño muelle donde había perdido la esfera de su madre.
Odile seguía en aquel estado de negación donde prefería seguir poniéndole peso a la caja fuerte donde yacían sus sentimientos para continuar ignorándolos. Con suerte, se perderían en el abismo y nunca más volvería a saber de ellos.
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Editado: 15.07.2025