Besar al príncipe

Capítulo 8

El rostro de Odile se tornó carmesí.

—No-no tengo castillo… —dijo, avergonzada. Odile no era tan ingenua, pero sí astuta.

Él rompió en una estruendosa carcajada, sabiendo que había sido una respuesta audaz y persuasiva.

—Es una lástima…

—¿No tienes dónde dormir?

—Si debajo de un puente cuenta como un lugar donde dormir, entonces sí —suspiró con fingida tristeza.

—Una persona que vive debajo de un puente no tiene un sofisticado equipo de buceo.

—Bueno, tal vez terminé viviendo debajo de un puente porque compré el equipo, ¿no crees? —inquirió. Suspiró aburrido y volvió a ponerse de pie. Sujetó la bola de sodalita en sus manos y la contempló, quedando horrorizado al ver el chichón reflejado en la piedra pulida—. ¡¿QUÉ LE HICISTE A MI CARA?! ¡LA HAS DESFIGURADO!

Odile se exaltó al escucharlo, entrando en pánico.

—Yo-yo-yo…

—¡Vivo de mi rostro, mujer! —lloró y se lamentó, dramático— ¡¿Cómo se supone que encuentre al amor de mi vida luciendo así?!

—Está bien, ya se desinflamará —dijo, intentando calmarlo—. Volverá a la normalidad.

—¡A la normalidad de la deformidad!

—No se ve tan mal —expuso, avergonzada. Esperando que nadie pudiera verlos en esa situación—. Estará mejor.

—¡Pero no igual! —lloró, ignorando el consuelo de Odile—. ¡Ya no valgo nada! ¡Pasé del guapo caballero al jorobado de Notre Dame!

—Quasimodo me parece muy lindo y tierno…

—¡A ninguna chica le gustan los chicos lindos, tiernos y con otra cabeza saliendo de su frente!

—¡Calla ya! —gritó Odile, harta.

Él se llevó una mano al pecho, ofendido y estupefacto por su arrebato.

—¿Acabas de gritarme? —inquirió, incrédulo.

Odile alzó su mentón, ocultando que era la primera vez que reaccionaba de esa forma con alguien

—¡No-no seas vanidoso! ¡No puedes vivir de las apariencias! ¡Quien te quiera, debe quererte como eres, así seas despreciable, terrorífico, raro, un rinoceronte o un tritón!

—Nunca dije la mayoría de esas cosas, pero está bien… —murmuró, cohibido. Nunca imaginó que una chica tan frágil a primera vista se hubiera atrevido a alzar la voz y menos a reprocharle sus actitudes.

—No puedes ser tan superficial —le riñó ella—. ¿Acaso crees que el amor de tu vida lo será porque parezcas una musa griega?

—Bueno…

—Mejor no respondas —alzó la mano, deteniéndolo—. La…. ¡La persona que te quiera, tiene que ver tu corazón y no tu rostro! ¡Si no ocurre así entonces…! —calló, conteniendo el llanto. Empuñó sus manos, molesta—¡Entonces no merece tu cariño!

Lo había dicho. Finalmente, había gritado lo que su corazón sentía. Estaba molesta con Arthur, pero el sentimiento le hacía sentir mal y culpable.

¿Por qué?

¿Por qué si no había sido ella quien se comportó de forma irrespetuosa?

¿Qué era aterradora, rara y…?

Fea.

¡¿Qué le dio derecho a decir algo así sobre ella?!

¿Por qué…?

Pasó de respirar agitadamente a comenzar a llorar.

Estaba furiosa porque Arthur había despertado inseguridades en ella y se sentía triste por pensar que era insuficiente y fracasada por no cumplir sus expectativas.

El chico observó sus manos empuñadas y escuchó sus gimoteos.

—Creo que nada de lo que dijiste fue por mí… —comentó el buzo al verla. Odile limpió sus lágrimas al recordar que no estaba sola— ¿Estás bien?

—Estoy bien —dijo, frotando sus ojos.

—¿Quieres hablarlo? Soy muy bueno escuchando y dando consejos. Hace dos años interpreté a un viejo sabio y tuve que leer a Confusión, Reno Descartado y Zoquete.

Odile frunció el ceño—¿No habrás querido decir Confusio, René Descartes y Sócrates?

—Mmm, no estoy seguro. Deberías leer un poco más para decir bien sus nombres —la señaló, aburrido—. El punto es, que soy un buen consejero de vida. Además, siempre he pensado que hablar con desconocidos es reconfortante, si no, mírame a mí.

Odile no pudo evitar sonreír al ver la manera tan extravagante en la que se señaló. Eso y el chichón cada vez más inflamado en su frente.

—Te lo agradezco, pero estoy bien.

—De acuerdo, entonces no insistiré más y te daré tu esfera.

—Gracias —dijo Odile, extendiendo sus manos.

—Pero antes —repuso él, apartándose. La miró, con una sonrisa enigmática—. Me gustaría que esperaras a que el sol caiga.

Ella abrió sus ojos ante su propuesta y él le sonrió, malicioso.

A Odile no le agradaba que fuera tan encantador y guapo. De hecho, lo era demasiado para ser alguien real. Sus padres le habían conversado de los hombres que parecían sacados de una película de fantasía; siempre cavando detrás del patio trasero durante la noche.

Y no precisamente para sembrar flores.

—Eeeh —se puso de pie, nerviosa—. De-de hecho tengo que preparar la cena hoy, pero gracias por la invitación —tomó la esfera y le sonrió, temblorosa—. Que tengas una buena tarde.

Se giró y caminó de vuelta a tierra firme. Ni siquiera se sentía segura sobre la plataforma del lago, tuvo el presentimiento de que, tal como las sirenas, él la encantaría con su belleza hasta atraerla a las profundidades y ahogarla en la oscuridad de la noche.

Aceleró el paso de solo pensarlo.

“Cuando ves que el cielo está plagado de estrellas y no hay más que oscuridad, ella se convierte en oro”.

Se detuvo en seco al escucharlo.

Giró sobre sus talones lentamente para volver a enfrentarlo. El buzo misterioso se había puesto de pie para recoger su equipo de buceo. Se había soltado el cabello y sus rizos húmedos y oscurecidos cayeron sobre sus hombros. Cruzó mirada con ella, exaltándola.

—¿Cómo sabes eso?

Él alzó sus cejas, como si las palabras que había dicho anteriormente hubieran sido una prueba y no una forma de asumir que ella lo sabía.

—Si esperas que anochezca, podrías averiguarlo.




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