Arthur llegó a la universidad más temprano de lo habitual. Abrió el aula destinada a descanso para los estudiantes y cayó sobre el sillón de felpa.
Aunque intentó hablar con Marlee el día anterior, ella ya se había marchado para cuando terminó de reñir a Odile.
Su cisne negro tampoco le respondía los mensajes desde hace días y estaba comenzando a enloquecer.
—Quizás no debí mencionarle a Odile —se dijo a sí mismo, pensativo—. ¿Por qué hablé tanto de ella, en primer lugar? —se reprochó—. Por culpabilidad, claro está.
¿Había sido demasiado severo al amenazarla con decirle a la facultad lo que había visto en el cementerio?
Admitía que había sido un poco duro con ella, pero, ¿cómo no serlo? Puede que no fuera una fanática de rituales oscuros, pero sin duda era un imán de problemas.
Y seguía siendo tenebrosa.
Había tomado la mejor decisión al comportarse inflexible. Los estudiantes de primer ingreso siempre se tomaban todo a la ligera. Lo mejor era apretar la tuerca desde el inicio. Después de todo, ahora era su pupila y tenía que dar el ejemplo.
Además, ella nunca tomaría represalias por algo así.
¿Verdad?
No, no. Él era su mentor. No podía hacerle nada.
¿Verdad?
—¡Ash! ¡Me voy a volver loco! —despeinó su cabello, hastiado—. Lo mejor será que deje de pensar en ella y busque a Marlee… —Se levantó del sillón—¡Bendito Dios! —Se echó hacia atrás, espantado al tropezar con Odile. Ella retrocedió, apenada—. ¿Cuándo entraste? Ni siquiera me di cuenta —murmuró, suspirando del susto. Se llevó una mano al pecho y la miró de arriba hacia abajo.
Su cabello ya no lucía alborotado. Era muy liso, al punto de caer sobre su rostro y aún marcar los rasgos que había debajo de él. Sus enormes ojos almendrados eran muy expresivos aunque ella se esforzara por ocultarlos, sus pómulos prominentes hacían que su nariz respingada y su boca se viera más pequeña. A pesar de tener labios gruesos, la palidez en sus contornos los hacían ver mucho más delgados.
Era cierto que los biólogos eran un poco extraños, pero nunca había visto a una estudiante de biología que pareciera…
Tan falto de vida.
Era como haber sacado un cadáver de su tumba.
O como ver a la muerte misma.
No pudo evitar pensar en su padre.
Quizá era una de las razones por la que, inconscientemente, la rechazaba.
Su oscuridad, su tez pálida, las ojeras bajo sus ojos y la ropa negra, como si estuviera de luto….
Verla le recordaba la falta de vida en la apariencia de su padre cuando estuvo enfermo de cáncer.
—La-la puerta estaba abierta, asumí que podía pasar… —dijo ella, sacándolo de sus reflexiones—. Vi-vine a traerle algo.
Arthur frunció el ceño al escucharla.
—¿A mí? —ella asintió, sonriente. Lo que para ella fue una sonrisa amable, él lo interpretó como una sonrisa diabólica.
Odile le tendió la bolsa blanca con una caja adentro. Arthur extendió su mano para tomarla, temeroso. Ella esperó a que lo abriera, expectante.
No supo en qué momento comenzó a sudar frío, pero por alguna razón intuía que aquel regalo era una respuesta a lo que había ocurrido el día anterior.
“Calma, Arthur. De seguro es un buen regalo. Incluso puede ser una tarta. Oh, amo las tartas” —intentó distraerse con sus propios pensamientos.
—Entiendo su reticencia a confiar en mí porque no tuve la mejor primera impresión de todas —expuso ella, mientras él abría la caja—. Y, aunque no justifico su juicio anticipado, lo comprendo. Sin embargo, lo que no le permito es que se atreva a levantar supuestos sobre mi capacidad y vocación para la carrera que elegí….
—Dios santo… —Arthur abrió la caja. Quedó pálido al ver el contenido. Lo que para él fueron gestos de auxilio y horror, para ella fueron gestos de asombro al ver la tarta de frutos rojos. Sonrió, emocionada—. Tú…
¡LE HABÍA DADO LENGUAS DE SAPO!
—Lo hice con mis propias manos. Fue retador, lo admito, pero creo que valió la pena —dijo ella, sonriente. Arthur sintió como su presión arterial descendía—. Tuve mis dudas al respecto porque no sabía qué podría gustarte, pero sentí que este era el perfecto para ti —dijo, refiriéndose al postre.
Arthur casi se atragantó.
¡¿Le estaba dando lenguas de sapo como una amenaza metafórica?!
“Di algo sobre lo que viste en el cementerio y te arrancaré la lengua por sapo” —Arthur interpretó su sonrisa diabólica de esa forma.
—E-están pulcramente cortadas —murmuró, horrorizado.
—Oh —Odile pensó que se refería a las frutas y sonrió, avergonzada—. No es para tanto… Solo usé el bisturí que mi padre me regaló. Es muy raro usarlo para cosas así, pero me gusta emplearlo cuando quiero hacer cortes muy perfectos. Podría enseñarte… ¡Si-si quieres!
Necesitaba algo dulce con urgencia porque su presión se estaba yendo en picada y su alma estaba a punto de abandonar su cuerpo y salir corriendo.
No estaba frente a una chica gótica o una aficionada loca de las artes oscuras.
Estaba ante una matona.
Matona era una definición demasiado amable de su parte.
¡Era una mafiosa!
—Cre-creo que entendí tus intenciones con esto —balbuceó él, nervioso.
—¿De verdad?
Los ojos de Odile brillaron, esperanzados de poder empezar de cero con él.
Las piernas de Arthur temblaron al ver sus ojos refulgentes de perversidad.
—Eso es un alivio. No pude conciliar el sueño pensando en lo que habías dicho ayer. Creía que las cosas serían un poco tensas entre nosotros. Y es lo menos que deseo… Po-porque eres mi mentor —se apresuró a decir, nerviosa—. No hay otra razón… ¿Crees…, que podamos hacer las paces?
—Por supuesto —dijo él, con una falsa sonrisa.
“¡¿Acaso tengo opción?!” —pensó él, llorando desconsoladamente por dentro.
El corazón de Odile se ensanchó.
#49 en Joven Adulto
#576 en Otros
#234 en Humor
jovenadulto moderna ficciongeneral, celos amor rencor secretos, humor amistad amor adolescente
Editado: 15.07.2025