Después de largos suspiros de las estudiantes enamoradas, la clase fluyó con normalidad. Una vez que terminó, Odile se despidió de Gretel y esperó a que todos se fueran para hablar a solas con la profesora Peterse.
Entrelazó sus manos, sintiéndose cada vez más insegura acerca de la decisión que había tomado.
¿Y si su profesora le hacía un desplante?
O mucho peor, ¿si la miraba como el resto de las personas de Barley llevaban haciéndolo desde que llegó?
No estaba segura de poder soportar el desplante de la persona que había escogido como fuente inspiracional.
—Pro-profesora —La señora Peterse alzó la mirada, indiferente—. Que-quería decirle que…, su presentación…, me…, me gustó mucho.
—¿Te atrajo el tema?
Odile asintió, efusiva—. Mi madre siempre me hablaba mucho de los cuentos de hadas. Los hechiceros, las brujas, los príncipes. Las ciencias ocultas eran sus temas favoritos. Escucharla a usted, me hizo recordarla mucho. Esperaré ansiosa su próxima clase.
—Eres la sobrina de Amapola, ¿no es así?
Odile se tensó ante su pregunta. Observó a su profesora con mayor interés.
Amapola Dríades.
El nombre le atraía y espantaba en partes iguales. Quería conocerla, pero hacerlo implicaba correr el riesgo de irse de Barley.
No asumiría tal cosa.
Pero eso no saciaba su sed de respuestas.
—¿Cómo lo supo?
—Eres idéntica a tu madre —respondió la señora Peterse. El corazón de la pelinegra se aceleró—. Incluso en las reacciones que ella causaba. Cuando te vi, pensé que eras ella.
“Entonces, tal como lo supuse, ella sí conoció a mi madre”, pensó.
La respuesta de su profesora le llenó de curiosidad e incluso entusiasmo. Sin embargo, al reflexionar aún más en ellas, su gesto se oscureció.
«Eres idéntica a tu madre. Incluso en las reacciones que ella causaba.»
¿Eso significaba que su madre era también vista como alguien rara y aterradora?
“¿Por eso no quiso hablar más sobre Barley?”, pensó, triste.
Agachó la mirada, avergonzada.
—¿La…, asusté? —inquirió en un hilito de voz.
—Al contrario, me encantaste —contestó la señorita Peterse con naturalidad. Odile alzó la mirada, atónita por mi respuesta—. Eso sonó muy acosador de mi parte, pero no lo malinterpretes. Tu madre y tu tía siempre me generaron curiosidad y fascinación. Tu madre más aún. Me parecía…, un hada de la noche. Era oscura, pero tenía una sonrisa deslumbrante. Era como una noche estrellada…
Los ojos de Odile se nublaron al escucharla.
Había escuchado esas palabras alguna vez, de la boca de su padre. Ella también lo pensaba así. La sonrisa de su madre era la luz de una noche oscura. No obstante, los ojos de los seres amados siempre se hallaban empañados. Escucharlo de una persona externa, le infló el corazón.
La señorita Peterse se preocupó—. Lo siento, no quise ser inoportuna. Siempre es accidental.
—No fue inoportuna. Desde que llegué aquí solo he escuchado cosas…, que me han lastimado mucho —admitió, con un nudo en la garganta—. Sus palabras han sido un enorme alivio. Incluso me han recordado a mi escritor favorito. Cuando lo leo, también suelo recordar a mamá.
—¿Cómo se llama?
—Aedo. Aunque es un seudónimo. No puedo asegurar si es hombre o mujer. Escribe libros de fantasía, pero los mezcla con la historia antigua de tal forma que te hace dudar de si es real o no ¿Lo ha leído alguna vez?
—No. Nunca.
—Debería hacerlo —dijo, sintiendo más confianza—. Incluso contactarse con él. De seguro estaría encantado de escuchar presentaciones como estas.
Su profesora le dio una sonrisa extraña.
—No suelo leer libros de fantasía, pero voy a echarles un vistazo —accedió. Odile sonrió, emocionada—. Nos vemos en la próxima clase…
—Odile.
—Como el cisne negro, fantástico. Nos veremos luego, Odile. Y mi más sentido pésame. Sé lo que se siente perder a alguien que lo significaba todo para ti.
Algo en el corazón de Odile se fragmentó, pero decidió fingir que nada había ocurrido en su interior y sonreír, cordial.
—Gracias, profesora.
Se retiró de allí experimentando un sentimiento agridulce, como si sus expectativas y la realidad de su vida se hubieran entremezclado.
«Sé lo que se siente perder a alguien que lo significa todo para ti »
Muchas personas fueron al funeral de su madre. Compañeros de trabajo, gente a la que había ayudado como policía. Todos le dijeron lo admirable que era como persona, pero nunca nadie le dijo cómo sobrellevar aquella pérdida o al menos se puso en sus zapatos. Además, por alguna razón sentía que las personas en Barley no pensaban lo mismo que esos cientos de conocidos que fueron al funeral.
«Solo…, intenta que nadie sepa que eres una Dríades.»
«Eres idéntica a tu madre… Incluso en las reacciones que ella causaba.»
¿Cómo podía una capitana de policía, altamente reconocida por su trabajo impecable, causar miedo?
¿Por qué a su padre le preocupaba tanto que las personas se enteraran de que era una Dríades?
Suspiró y se dirigió a la cafetería. Lo mejor era no pensar en ello. Al menos por el momento. Su padre siempre decía que la comida mejoraba el ánimo y aguantar hambre solo hacía que tu cerebro se comiera así mismo en ausencia de carbohidratos. Por eso estaba desvariando tanto.
Revisó su cartera. Lo único que había eran tres dólares y una polilla disecada, posiblemente había olvidado sacarla en una de sus expediciones. Tenía que encontrar un trabajo. Su padre le daba una mesada, pero la había destinado para comprarse un equipo de buceo o un nuevo microscopio.
Observó una sopa instantánea. Estaba a dos dólares con cincuenta centavos. La tomó y fue al mostrador.
La cajera, que no había reparado en su presencia, simplemente tomó los fideos y los pasó por la luz infrarroja.
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Editado: 15.07.2025