Besar al príncipe

Capítulo 14

«¿Ya olvidó a su chica de internet?»

«Ya era hora de que se fijara en alguien real»

Las palabras no dejaban de repetirse en su cabeza. Estaba tan distraída que su mirada ausente estaba generando más escalofríos de lo habitual.

El doctor Octopus le había dicho que no era necesario que se quedara hasta que ellos o Arthur llegara. Mientras los hermanos traviesos estuvieran dormidos, ella podría volver a su casa. Aunque la idea no le convencía, no quería parecer intensa e insistir en quedarse, así que accedió.

Se marchó entrada la noche.

Y Arthur aún no había llegado.

No tenía derecho a sentir curiosidad o preocupación por él, pero fue inevitable.

—Señorita Odile, le gustaría pasar a la pizarra y dibujar la estructura resultante de esa molécula después de una descarboxilación —Odile se exaltó al ser nombrada. Su gesto hizo temblar al profesor. La había llamado al verla distraída, pero en cuanto sus enormes y tenebrosos ojos se posaron en él, sudó frío—. O si no quiere, e-está bien.

Odile tragó grueso. Teniendo a un padre médico bioquímico, podría decirse que la química tenía que ser su fuerte. Sin embargo, pedirle a su padre ayuda, era como hacer que un matemático le explicara divisiones de cuatro cifras a niños del Kinder; solo saldría peor.

Ella había ido allí por los hongos, no por la química.

Además, había estado tan distraída que le resultaría imposible resolver el ejercicio.

Comenzó a entrar en pánico.

Antes de que pudiera levantarse, un golpe seco los exaltó a todos. Nabil había pegado la cabeza en el pupitre. Aunque se incorporó de inmediato, todos lo vieron. Sonrió, adormilado.

—Lo siento. Es la marea alcalina —se excusó—. O como le dirían las abuelas, el mal del puerco. Me da un sueño terrible después de comer…

—¿Por qué no pasa usted, Nabil? —inquirió el profesor—. A ver si así se le quita el sueño.

Nabil se levantó de mala gana, bajo la mirada culpable de Odile.

Había resultado que también eran compañeros en química. Nabil casi la apachurró cuando la vio y ella solo pudo implorar internamente por espacio personal.

Con cierto fastidio, Nabil se detuvo frente al pizarrón táctil y, con total desenvoltura, resolvió el problema que el profesor había planteado. Volvió a su asiento bajo la mirada estupefacta de Odile —y las sonrisitas entusiastas del resto de las chicas en el salón— y le guiñó un ojo.

La universidad de Amhatam tenía una costumbre que —posiblemente— había sido adquirida e influenciada por las leyendas de Barley. Cada año, los estudiantes designaban a los “caballeros de la mesa redonda”. Siempre se escogía a trece chicos populares de primer y último año de cualquiera de las carreras. Los cinco primeros eran denominados el ”corazón de la belleza de Amhatam”.

Nabil no solo estaba entre los cinco, también era considerado el “sol” del campus. Tenía una mirada cautivadora, intensa, pero atenuada por sus iris color jade y sus largas pestañas. Su rostro parecía pulido minuciosamente por un escultor talentoso y dedicado, pues todas sus facciones armonizaban, sin opacar a la otra. Además, su sonrisa —rodeada por sus labios gruesos—, era radiante. Y todas esas características solo eran exaltadas con su cabello rizado y voluminoso; tan libre y brillante como él. A pesar de su rostro suave y facciones delicadas, su contextura atlética y su altura lo hacían mucho más varonil. Odile evitaba mirarlo en la medida de lo posible, pues a veces pensaba que le quemaría los ojos con tanto brillo.

Era imposible no resaltar cuando estaban juntos. Era como despertarse y encontrarse con la dulce hada de los dientes y el coco, al mismo tiempo.

Ambos parecían ignorar las reacciones contradictorias que causaban.

—Ten, ábrelo —Nabil le tendió un recipiente térmico. Odile frunció el ceño. Le quitó la tapa y de inmediato el delicioso olor inundó sus fosas nasales. Era sushi—. No quería volver a verte comiendo fideopuccino. Para que veas lo buen compañero que soy. Lo suficientemente confiable como para darme una esfera de sodalita pura.

Odile sonrió, mirando los rollos. No tenía idea de cómo lo había hecho, pero logró formar la carita de un osito dentro de los rollos.

Aunque había notado que Nabil era encantador con todos por naturaleza, no era tan ingenua. Para el resto del campus podía resultar imposible encontrar el motivo de su acercamiento hacia ella, pero Odile lo tenía muy en claro.

Aquella esfera de sodalita heredada por su madre era codiciada por él.

La pasión de Nabil por la geología, sumada a su evidente inteligencia, eran otras dos cosas que la gente no podía ver, pero que para ella no pasaban desapercibidos.

Nabil quería saber más de esa esfera y cómo la había conseguido. Sin embargo, Odile había hecho una promesa a su padre. Revelar su identidad significaría marcharse de Barley, así que debía procurar mantenerlo al margen.

Era una de las razones por las que nunca se planteaba ideas equivocadas con sus atenciones.

—Gracias, pero soy vegetariana.

—Me imaginé —repuso él, con una sonrisa coqueta. Cualquier chica lo hubiera dado todo por ser el centro de aquella mirada hipnotizante—. Anda, come. Son vegetarianos —Odile no pudo creerlo. Al comprobarlo, le agradeció el gesto con una sonrisa escueta y se comió un rollo de un solo bocado—. Aunque la envoltura de alga tiene piel mudada de serpiente, pero técnicamente no te la estás comiendo.

Escupió el rollo y lo miró, horrorizada—. ¡¿Enloqueciste?! —exclamó. Él soltó una estruendosa carcajada.

—¡Es broma, no escupas la comida así! —dijo, sosteniendo su estómago—. No puedo creer que pensaste que era cierto —expuso, divertido. Odile limpió las comisuras de sus labios, avergonzada—. Prueba otro rollo.

—No quiero, gracias —dijo, apartando el recipiente.

Nabil se llevó una mano al pecho, sintiéndose herido.




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