—¡Odile!
Los hermanos traviesos corrieron alrededor de la chica, emocionados. Ella sonrió, igual de feliz al verlos.
El doctor Octopus y su esposa tendrían una cena especial y él les había encargado a los hermanos hasta que sucumbieran al sueño. Aún no había tenido oportunidad de conocer a la alcaldesa (tenía una agenda bastante apretada y casi nunca estaba en casa), pero estaba emocionada por hacerlo.
Tal como la primera noche en que los había cuidado, Arthur tampoco estaba en casa. Intentó acercarse a Orión. El perro salchicha estaba frente a la chimenea, calentándose por el frío desmedido que la lluvia torrencial había ocasionado. El perro no solo se escabulló de ella, sino que también le gruñó.
—Disculpa los modales de Orión. Está de mal humor porque Arthur le puso la correa para pasear y al final lo dejó aquí.
—¿Por la lluvia? —inquirió ella, curiosa.
Wendy negó—. Creo que volvió a ir a una cita —La respuesta de la niña le oprimió el corazón—. Intentó llevarse a Orión, pero mi perruno amigo detesta a cualquier persona que no sea un Octopus. Y es bastante celoso con Arthur. Así que prefirió dejarlo. Pero él no se lo perdona.
—No sé cómo hará cuando la traiga como su novi… ¡Ay! —Wendy pellizcó a su hermano y señaló con sus ojos a Odile. La pelinegra agachó la cabeza.
La desventaja de tener unos ojos expresivos era que, cuando las personas finalmente te conocían, podían descifrar lo que pasaba por tu corazón.
Y los niños habían notado desde hace mucho que Odile sentía cosas por su hermano.
No era la clase de sentimiento superficial que veían en las sonrisas y las miradas de la mayoría de las chicas de Barley.
Era genuino.
A tal punto que no se creían capaces de poder intervenir en algo así. Sobre todo porque conocían a su hermano mayor y él también guardaba esos sentimientos en la mirada, cada vez que iba a verse con aquella chica misteriosa.
—¿Podemos hornear galletas? —Preguntó Wendy, sabiendo que aquello le levantaba el ánimo a su niñera.
No se equivocó. Odile alzó la mirada y asintió, sonriente.
Los hermanos se quedaron dormidos en el sillón de la sala luego de ver una película.
Miró la hora en su reloj. Faltaban cinco para las diez. El doctor Octopus le había avisado que llegarían luego de media noche, así que ellos no eran la razón por la que estaba preocupada.
Una cita.
Arthur aún no había llegado. Se sentía como una tonta e incluso una lunática por sentirse tan indispuesta con la idea de que él aún no llegara a casa. Estaba tan ansiosa como Orión, solo que no lo demostraba.
«¿Ya olvidó a su chica de internet?»
Sacudió su cabeza. Se levantó del sillón y se dirigió a la cocina. Volvería a hornear galletas. Necesitaba ocupar su mente en otra cosa.
Duquesa le hizo compañía mientras mezclaba los ingredientes al igual que Beto.
«Ya era hora de que se fijara en alguien real.»
«No sé cómo hará cuando la traiga como su…»
Las palabras de los hermanos traviesos inundaron su mente.
¿Y si realmente la había olvidado?
No lo culpaba. Si bien había dicho que la esperaría, había una posibilidad de que se hubiera cansado de hacerlo. Después de todo, ella dejó de responder sus correos de un día para otro.
Tenía derecho a…, tener citas.
Y una novia.
Su corazón se arrugó.
—Pero al menos debió decírmelo… —murmuró, haciendo un puchero. Miró hacia la nada, meditabunda.
Decidida y tomando valentía, sacó el teléfono de su bolsillo y buscó el último mensaje que él le había enviado.
Espero que hayas tenido un grandioso primer día de universidad. Comienzo a suponer que ya nos cruzamos y que a eso se debe tu silencio.
Si aún no estás lista, esperaré. Tengo una vida entera dada por ti.
Su pecho afloró, recordando las sensaciones cálidas que se instalaban en su corazón al leer sus mensajes.
Tenía que responderle.
No podía seguir posponiendo lo inevitable.
«Es rara y… Fea.»
Su pecho volvió a oprimirse.
Dejó el celular sobre la mesa y volvió a sujetar el bowl para seguir mezclando.
—No, no puedo hacerlo —negó, una y otra vez. Suspiró, angustiada—. Sé que estoy tardando demasiado en contarle la verdad, pero…
—¿De qué verdad hablas?
—¡Ah! —Odile soltó un gritito. Lanzó el bowl hacia arriba por inercia.
Arthur fue rápido y terminó de ingresar a la cocina, alzando sus brazos para atajar el bowl y evitar que cayera en la cabeza de Odile. Al final, aunque logró atrapar el bowl, toda la mezcla de las galletas cayó sobre ellos. Él cerró sus ojos, sintiendo las claras de huevo sobre sus labios. Odile ni siquiera se atrevió a levantar la mirada. Él la había cubierto casi por completo, así que había vertido sobre él mismo casi toda la mezcla. Dejó el bowl sobre la mesa, con los labios apretados para que la clara de huevo no entrara en su boca y salió de la cocina.
Odile pensó que no volvería, así que fue rápida y tomó el celular para cerrar la ventana del correo. Sin embargo, sus manos estaban llenas de mezcla y en vez de salirse, activó el teclado y comenzó a escribir.
—No, no,no… —murmuró, presa del pánico.
—Será mejor que te laves el cabello…—Al escuchar como Arthur volvía entrar a la cocina. En vez de tomar el celular y ocultarlo, como primera reacción al peligro, Odile se alejó del celular como si quemara—, si no quieres que el olor a huevo quede impregnado
Arthur le tendió una toalla, una camisa y toallitas húmedas. No parecía enojado o indispuesto con ella. Al contrario, se notaba de buen humor. Había salido a comer un helado con Marlee, así que no había nada que le arruinara el resto del día. Ni siquiera el imán de mala suerte de su más problemática aprendiz.
—Lo siento.
—Descuida, estoy acostumbrado al desastre cada vez que estás cerca. Eres como un escurridizo gato negro… —comentó. Beto ingresó a la cocina y se paseó por las piernas de Odile, como si estuviera sellando las palabras de Arthur.
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Editado: 18.06.2025