Besar al príncipe

Capítulo 17

Nabil se apartó, satisfecho. Finalmente, había logrado obtener algo más que indiferencia en ella. Tal vez no era mala idea tratar sobre el tema.

De seguro serviría para persuadirla.

Sin embargo…

—Actualmente, ambas familias mantienen relaciones cordiales. Hablar sobre ellas, la pondrían en dos extremos que no quieren volver a tocar.

—Ellos no lo sabrán —insistió Odile—. Es solo un proyecto final.

—El doctor Peterse murió sin resolver el misterio y era un profesional en la materia. ¿Qué te hace pensar que dos estudiantes de primer año podrán hacerlo? ¡Y para final de semestre! —exclamó—. La profesora Peterse no solo nos reprobaría por intentar manchar la memoria de su padre, creo que también nos mandaría a secuestrar.

—Estoy segura de que podemos hacerlo —se acercó a él, emocionada—. ¿No te parece emocionante?

—¿Probar la veracidad de una leyenda de amantes en vez de leyendas que puedan ser comprobadas científicamente? La verdad no.

—Limpiar el nombre de las personas que se esforzaron por fundar esta ciudadela —repuso ella—. Para bien o para mal, real o no, esas familias fundaron Barley. No solo eso, han mantenido intacto el bosque y han velado por las personas que viven aquí. Esta biblioteca y la universidad son prueba de ello ¿No te parece injusto que las personas se crean con el derecho a juzgarlos en la actualidad por esas leyendas?

La indiferencia en el rostro de Nabil desapareció. Apartó la mirada y suspiró.

—De acuerdo. Hagámoslo sobre esa leyenda —dijo finalmente. Odile aplaudió, emocionada—. Tengo el presentimiento de que este proyecto solo nos traerá problemas…

👑👑👑👑

El interior de la biblioteca era aún más impresionante. La biblioteca permanecía abierta día y noche los días de semana. Los enormes candelabros estaban encendidos y los imponentes retratos medievales daban la sensación de que iban a cobrar vida en cualquier momento, justo debajo de las velas que los alumbraban

—Asombroso, ¿no es así? —murmuró Nabil, cerca de su oído. Miró a su alrededor, al igual que ella—. Debió ser difícil para el rey Arturo dejar este lugar para asumir el trono en el castillo principal —comentó, con la mirada perdida—, rodeado tan solo del bosque negro…

—¿Difícil por qué? —cuestionó ella, sacándolo de su estado meditabundo—. ¿Piensas que el bosque negro es un lugar tenebroso?

—¿Tú no? —inquirió él, incrédulo.

—Lo “oscuro” no es siempre sinónimo de tenebroso, Nabil —le reprochó— ¿Sabías que las hojas oscuras de los árboles se deben a un proceso evolutivo? Ellas se adaptaron a los espacios donde casi no hay luz, oscureciendo sus hojas para poder captar mejor los rayos solares. Que un bosque completo se haya esforzado por atrapar la luz en medio de tanta oscuridad, no me parece en lo absoluto tenebroso. Al contrario, es fascinante y admirable.

Nabil, quien escuchó su explicación atentamente. El gesto desafortunado que tuvo, desapareció, convirtiéndose en una sonrisa genuina.

—Tienes razón, es fascinante… —dijo, mirándola embelesado.

—Sabía que tú lo comprenderías porque eres un científico obsesivo.

—¡Oye, yo no…! —miró hacia todos lados y luego se dirigió a ella. Quiso intentar lucir enojado y amenazante, pero solo la hizo reír con sus gestos graciosos—. No soy obsesivo.

—Has querido a mi sodalita desde que nos conocimos. Pasaste de fingir no conocerme aquella vez en la que estaba recogiendo los cuadernos del suelo, a hacerme sushi vegetariano. Todo por esa sodalita —dijo, divertida—. Incluso le pusiste Georgina.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió, estupefacto.

—Cuando me diste tus apuntes de química, vi la parte de atrás de tu cuaderno. Me sorprendió ver la esfera dibujada con tanta exactitud. El nombre de “Georgina la sodalita” estaba por todos lados.

Nabil jadeó y rio, una y otra vez, negándose a ser descubierto. Suspiró.

—Bien, tienes razón. Me atrapaste. Quiero esa sodalita —admitió rendido.

—Lo siento. No puedo dártela.

Nabil se acercó a ella y se agachó un poco para estar a su altura. Odile contuvo la respiración al tener aquellos ojos color jade puestos sobre los suyos.

—Ya lo veremos, almejita —sonrió con suficiencia.

—¿“Almejita”? —inquirió ella, un poco recelosa de la invasión de Nabil a su espacio personal.

—Porque no quieres abrir tus caparazones para darme tu esfera. En este caso, tu almeja —explicó.

—Buena analogía, de no ser porque las almejas no tienen caparazones, sino valvas. Es su nombre técnico correcto.

—Lo que sea —chasqueó la lengua. Deslizó sus dedos por un mechón de cabello de Odile y lo puso detrás de su oreja, sonriendo coqueto—. Esa esfera será mía.

—Podría ayudarte a encontrar una —expuso ella, sin inmutarse.

Nabil suspiró al ver la falta de reacción de la pelinegra.

Aquello sería más duro que cocinar una piedra para ablandarla.

—La sodalita no crece de los árboles. Y la clase que tienes, es especialmente única. Además, ni siquiera puedo imaginarme su contexto histórico, ¡solo de pensarlo me estremece! —dijo, llevándose las manos al pecho en un gesto dramático—. Sabes, soy actor…

—Es evidente.

—... Mi carrera artística ha sido fructífera —continuó él, con una sonrisa galante—. Si pones un precio, yo podría—

—No está en venta.

—Yo la encontré. Deberías agradecerme que te la regresé y no que la robé —protestó, como un niño malcriado.

—¿Por qué decidiste devolvérmela entonces?

—Porque es muy significativa para ti —dijo finalmente. Odile se tensó al escucharlo.¿Cómo podría haberlo sabido en ese momento si acababa de conocerla?—. Solo lo supe —comentó, como si pudiera leer la mente de Odile—. Así que encontraré la forma de que me la des voluntariamente. Por hoy, ya fueron suficientes intentos. Mañana será otro día —dijo, cambiando de tema—. Mejor concentrémonos en buscar los mapas antiguos del bosque. Quizá cuando los veas te sientas tan agradecida conmigo que quieras regalarme una sodalita.




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