Besar al príncipe

Capítulo 18

Odile mantuvo la compostura y enderezó su espalda.

—Sí. Sospecho de ti —respondió sin rodeos.

Nabil le sonrió, enigmático. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y miró hacia el frente, indiferente.

—Agradezco tu sinceridad, pero no tengo madera para el crimen.

—¿Cómo puedo estar segura de eso? —cuestionó, desconfiada.

Él respiró profundo, pensando seriamente en ser sincero con ella o no.

La razón no era algo que todo el mundo supiera. De hecho, podía contar con los dedos las personas que lo sabían. No obstante, dada las circunstancias en las que los dos habían terminado envueltos, era necesario que Odile confiara realmente en él.

Y solo lo lograría si él daba el primer salto de confianza.

—Creo que sería difícil ser un criminal si no puedo identificar los rostros de víctimas o cómplices que puedan delatarme —dijo finalmente. Su declaración dejó confundida a Odile—. Tengo prosopagnosia. Es la razón por la que no te reconocí luego de la primera vez que te vi. No puedo identificar rostros.

Odile había esperado una respuesta estúpida e incluso graciosa de su parte. Lo que le dijo le había tomado completamente desprevenida.

—Ahora entiendo por qué no te asustaste cuando me viste —comentó, sintiendo una extraña opresión en el pecho.

Él frunció el ceño y la encaró, sin comprender.

—¿Por qué habría de asustarme?

—Vamos, Nabil. Sé que has escuchado lo que dicen de mí; que soy oscura y tenebrosa.

—Odile, dejando de lado el hecho que fuiste tú la que casi me mata, la primera vez que te vi acababas de salvarme la vida.

—Que te salve la vida no vale de nada una vez que te fijas en mi “rostro espeluznante”… —murmuró con amargura.

Nabil observó atentamente el lenguaje corporal de Odile; sus manos entrelazadas, su cabeza gacha y sus hombros decaídos. Una oleada de incipiente menosprecio le inundó.

Había omitido una parte importante de su condición y era que, a pesar de no poder reconocer el rostro de las personas, era hipersensible. Lo que significaba que tenía la capacidad de leer sus sentimientos con tan solo verlas de frente, no solo eso, incluso podía llegar a sentirlos como propios. Fue la razón por la que se alejó de Odile apenas la conoció.

Ella gritaba una tristeza profunda por una pérdida.

Y era ese preciso sentimiento la razón por la que había vuelto a Barley.

Para deshacerse de él.

Por esa razón no quiso involucrarse con ella la primera vez que la vio.

Sin embargo, cuando volvió a toparse con aquella buceadora misteriosa, solo pudo percibir de ella unas enormes ganas de querer salir a flote, una curiosidad innata y una excesiva generosidad de la que quiso aprovecharse para obtener esa esfera de sodalita.

Ahora, volvía a ver tristeza y una semilla de desprecio hacia sí misma que comenzaba a germinar.

—La sodalita no es la piedra que más ansío tener.

—¿Qué? —inquirió ella, aturdida por el cambio brusco de conversación.

—El sueño de todo geólogo es encontrar una Painita —dijo él. Odile no comprendió a qué se refería —. A simple vista y si no eres un profesional, puede que no la reconozcas porque suele ser marrón y un poco grotesca. Sin embargo, es una de las piedras más caras del mundo. ¿Quieres saber por qué? —preguntó. Ella asintió, intrigada—. Porque es extremadamente rara. Pero eso la hace extremadamente valiosa —le sonrió.

Los ojos de Odile se nublaron al escucharlo.

Una Painita.

Él miró hacia otro lado, no queriendo experimentar lo que ella sintió con esas palabras.

Sentimientos oscuros lo mantendrían al margen, pero en cuanto a los sentimientos positivos, prefería no experimentarlos viniendo de ella, pues él no tenía la intención de involucrarse demasiado.

Aunque ella logró saber lo que tramaba de inmediato, tenía que seguir marchando con cuidado. Sobre todo ahora que habían terminado envueltos en lo que parecía un enorme embrollo.

—¿Estás diciendo que soy como una Painita? —inquirió ella.

—Por supuesto que no. No seas absurda —rio, como si Odile le hubiera contado un buen chiste—. Dudó que valgas más de cincuenta mil dólares el quilate. Estoy diciendo que, mientras más extraña es una gema, más valor tiene. Es su rareza y su pureza la que la vuelven invaluable. Zafiros, rubíes, topacios y diamantes. Hermosas y lujosas, sí, pero ninguna comparable con la Painita; casi imposible de conseguir… —No se resistió y la observó. Sin embargo, el sentimiento de calidez que Odile le dedicó, le abrumó. Volvió a mirar hacia otro lado y carraspeó—. Hay dos registros de Painita en Barley. Así que, si ves una en alguna expedición que tengas en el bosque, no dudes en dármela. Dejaré de molestarte con la sodalita. Ganaría mucho dinero con ella… Incluso te enseñaré cómo se ve —Odile sonrió, sabiendo que estaba diciendo todo eso para no verse tan involucrado con ella. Asintió—. En cuanto a lo que acaba de ocurrir, te pido que confíes en mi criterio y no le cuentes a nadie sobre esto.

—Eres muy bueno persuadiendo a las personas —comentó, sintiéndose mejor que antes. Tal como él lo hizo, dirigió su mirada hacia el frente, viendo como la lluvia caía sobre el bosque—. Lo haré, solo porque lo reconsideré y no es conveniente levantar una denuncia a la policía. Hacerlo podría alertarlos y empeorar las cosas. Aun así, creo que deberíamos estar atentos a cualquier cosa. Dijo algo sobre ir al lecho de la bella durmiente.

—Seguro fue una palabra clave. Es imposible ir al lecho de la bella durmiente sin que te desmayes o mueras. Ya te lo había dicho —repuso él—. No podemos hacer nada con lo que presenciamos aunque queramos, Odile. Lo mejor será esperar.

—¿Y si hay vidas en riesgo?

—No puedes pensar en las vidas de otras personas si arriesgas la tuya —replicó él.

El rostro de Odile se suavizó, al igual que el de Nabil.

Allí estaba.




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