Besar al príncipe

Capítulo 19

Regresar a la universidad después de lo sucedido se sintió diferente. A su alrededor, todos parecían poseer cierto aire de sospecha.

Ingresó con cierta cautela a la clase de la señorita Peterse y observó a todos los que ya se encontraban en el salón de forma disimulada. Hasta ese momento, Odile nunca reparó demasiado en sus compañeros de clases o sus profesores, pero la situación lo ameritó. Varios, en particular, llamaron su atención.

El primero en la mira fue Otto. Por alguna razón, la reticencia de Nabil en ocuparse del asunto él mismo —y su confianza en asegurarse que lo resolvería— le hizo sospechar que él estaba al tanto de cosas que quizás ella ignoraba por ser nueva en la ciudadela. Así que, si él estaba medianamente involucrado con lo sucedido en la biblioteca, también lo estarían las personas relacionadas con él.

Otto era un chico alto, de cabello castaño y mirada inquisidora que, tenía entendido, era el mejor amigo de Nabil. Lo observó, crítica. Nabil aún no había llegado, así que el chico estaba charlando con otros tres. Sin embargo, el que más resaltaba entre ellos, era el que tenía el cabello negro azabache, de ojos grises y juguetones que iban al compás de la armónica que tenía entre sus manos, como si fuera una extremidad más. Intentó recordar su nombre.

Su inspección fue saboteada por un torso que se interpuso en su campo de visión. Alzó la mirada, intimidada.

El robusto hombre le sonrió. De no ser porque estaba usando ropa casual, Odile hubiera pensado que se trataba de un guerrero vikingo; de cabello rojizo, ojos pardos y feroces y una altura que hacía sentir diminuto a cualquiera.

—Odile, ¿no es así? —inquirió él, como un gato curioso. Su descarado sondeo la dejó paralizada.

Tenía la edad para ser un profesor, pero evidentemente, no lo era.

¿Qué hacía ese sujeto allí?

Su altura…

Recordó la silueta del hombre que había visto en la biblioteca.

Era similar…

—¿Qui-quién pregunta? —tartamudeó, temerosa.

El pelirrojo alzó sus cejas, sorprendido por su respuesta. No tardó en carcajearse, dejándola descolocada.

—¡Elvis! —Odile alzó la mirada. Gretel corrió hacia ella y la cubrió con su brazo, mirando con reproche al pelirrojo de ojos cafés—. Deja de intimidar a Odile.

Otro chico se acercó, aburrido. Por su apariencia, supo de inmediato que se trataba del mellizo del que Gretel le había hablado. Era muy parecido a ella, pero sus ojos eran azules y un poco apagados. Además, su rostro era incluso más perfilado y femenino que el de Gretel y su cabello estaba teñido de blanco.

—¿Ahora eres defensora de los débiles? —inquirió Elvis, sonriente.

—Solo cuando se trata de defender a la gente de expresidiarios —espetó ella. Elvis sonrió, socarrón—. Aléjate de él, Odile. Acaba de salir de la cárcel.

—Oh y estoy ansioso de volver a entrar por hacer llorar a dos niñitas —dijo, sarcástico—. No te des tanta importancia, Gretel.

—Nunca me la he dado.

Elvis endureció su gesto y se marchó, no sin antes echarle un último vistazo a Odile. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Esa mirada no le daba una buena sensación.

El pelirrojo se dirigió al grupo donde se encontraba aquel chico de ojos grises y armónica, aumentando aún más sus sospechas.

—Mejor déjame presentarte a mi mellizo —repuso Gretel, jalando del brazo al chico peliblanco—. Él es Hansel, pero prefiere que lo llamen por su segundo nombre; Narcisse.

—Es un gusto conocerte finalmente. Gretel me ha hablado mucho de ti. Amo tu cutis. Es el más perfecto que he visto en mi vida —señaló él, sonriente. Odile se sonrojó.

Como primera impresión parecía esa clase de chico que te miraba por sobre los hombros y con quien no podrías entablar una conversación si no te consideraba digno de su compañía. Sin embargo, bastaba con cruzar unas cuantas palabras con él para saber que no tenía esa clase de personalidad.

—Gra-gracias.

—Narcisse se matriculó en esta materia, pero no había podido asistir porque era temporada de juego.

—¿Practicas futbol americano?

—Que los ángeles me libren. Jamás podría practicar una salvajada así —dijo, ofendido—. Soy porrista.

—Hansel está en el último año de psicología, pero siempre ha sido un apasionado de la gimnasia —comentó su hermana—. Lo único que tenemos en común ha sido la gestación. Incluso parece un recién egresado ¿a qué no? —exclamó, divertida.

Odile no pudo evitar reír al escucharla.

—Espera, si él está en el tercer año de psicología, ¿por qué es tu primer año de universidad? —inquirió Odile.

Gretel balbuceó, nerviosa—. Bue-bueno… ¡Oh, ya llegó la señorita Peterse!

La señorita Peterse ingresó a clases y los estudiantes no tardaron en buscar sus asientos. Por un momento, la pelinegra sintió el impulso de interrogar a su profesora, pero se contuvo.

Al sentarse, notó que la silla a su lado seguía vacía.

¿Dónde se había metido su testigo de crimen?

Nunca acostumbraba a llegar tarde.

—De acuerdo, clase, hoy hablaremos de imperios…

Aunque quiso concentrarse, fue imposible hacerlo cuando en su mente había cientos de pensamientos danzando incontrolablemente en su cabeza.

¿Le había ocurrido algo a Nabil?

¿Por qué Otto estaba en clases y él no?

¿Qué había averiguado sobre el incidente de la biblioteca?

¿Debía permanecer tranquila o era mejor hacer la denuncia a la policía?

¿Y si comenzaba a investigar por su cuenta a escondidas de su compañero de silla?

Unos toques en la puerta del salón la hicieron salir de sus pensamientos. Enderezó su espalda, ansiosa. Se desinfló un poco al ver que se trataba del rector de la universidad.

—Profesora Peterse, ¿me permite un minuto?

Su profesora asintió. Habló entre murmullos con el rector y, después de un leve asentimiento y un ademán con las manos, una chica se asomó en la puerta.




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