Besar al príncipe

Capítulo 20

Otto se detuvo cuando consideró que ya se habían alejado lo suficiente. Giró sobre sus talones para enfrentarla.

—¿Qué es lo que quieres?

—Bue-bueno. Es sobre Nabil—

—No sé nada.

—Pero—

—Desconozco el estado actual de Nabil. No somos tan cercanos.

—Oh, está bien, sé que no sabes nada del estado actual de Nabil —dijo ella, sonriente. Otto frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Él me acaba de escribir. Me pidió que no te lo dijera porque dice que no eres digno de confianza, pero…

—¡¿Qué él te dijo qué?! —exclamó, indignado. Recuperó la compostura al pensar que podía estar mintiendo. Entrecerró sus ojos, desconfiado—. Si yo no soy tan confiable, ¿por qué me trajiste aquí?

—Ah, es que una vez me dijo que no escribes en clases y siempre te tiene que dar sus apuntes. Por eso quiero darte los míos. Ten —se los tendió, sonriente—. Así podrán anotar ambos.

Otto observó el cuaderno, pasmado.

—Oh, yo…, gracias, eres muy amable.

Ella le sonrió con dulzura.

Otto se sintió mal por haber insinuado que hacía sacrificios y que era una bruja, pues se veía bastante amigable. Además, aunque su alteza no lo admitiera, esa chica estaba comenzando a hacer estragos en su vida.

¿De qué forma? Aún no lo sabía, pero pronto se encargaría de averiguarlo.

Por otro lado, Odile se sintió mal por mentirle, pero se animó a sí misma diciéndose que el fin justificaba a los medios.

—Ya me comporto como mi padre —se dijo a sí misma. Echó un vistazo hacia atrás, viendo como Otto se alejaba—. Espero que no se dé cuenta…

El sol se había ocultado cuando Otto finalmente llegó al edificio donde vivía Nabil. Al entrar, encontró a su protegido casi derretido sobre el sillón, con dos mantas cubriéndolo por completo y una caja de pañuelos en su regazo. Sus ojos estaban rojos al igual que la punta de su nariz.

Otto hizo una mueca de asco.

—Te ves terrible.

—¿Te pagan para protegerme o para arruinar mi autoestima? No, mejor no respondas. Conociendo a mi tío, sé que te pagaría por las dos cosas —gruñó de mala gana. Sacudió su nariz y limpió unas cuantas lágrimas que habían salido de sus ojos.

Otto observó el televisor. Nabil estaba viendo el musical del fantasma de la ópera. Era uno de sus musicales favoritos. Estaba viendo la parte donde el fantasma, después de besar apasionadamente a la protagonista para luego tomar la decisión de dejarla ir y morir completamente solo en las catacumbas.

—¿Estás llorando?

—Sí, ¿por qué? ¿También tengo prohibido llorar? —exclamó, devastado ante la escena—. Esto sin duda me sacará los mocos…

Otto negó, sabiendo que su protegido no tenía remedio. Caminó hacia él y le lanzó el cuaderno que Odile le había dado. Nabil lo sujetó, frunciendo el ceño.

—Es de la chica escalofriante. Me lo dio para tomar apuntes.

Nabil se sentó en el sillón—. ¿Te dio apuntes a ti? ¿Por qué?

—¿Todavía tienes el descaro de preguntarme? Oye, ¿por qué le dijiste que…? —calló. Si le reprochaba por haberla llamado y decirle que no era digno de su confianza, Nabil sabría de inmediato que aquella acción le había afectado mucho y se burlaría de él durante meses. Debía aprovechar que tenía toda su atención puesta en el televisor para que no pudiera leer sus emociones. Suspiró, cansado—. Olvídalo. Iré a la farmacia por medicina ¿Por qué el resto de los chicos no están aquí?

—Les di el día libre. Estoy enfermo, así que no iré a ningún lado luciendo así.

Otto entornó los ojos porque sabía que tenía razón. La mejor forma de evitar que Nabil saliera, era que luciera terrible. Se marchó, meditando si le pagaban lo suficiente.

Nabil miró el cuaderno de Odile con atención. Sacó su teléfono y la buscó entre sus contactos para escribirle un mensaje. Era tarde, así que posiblemente ya estuviera dormida, aun así, lo hizo.

Sonrió al ver que lo había recibido y se recostó.

Estaba solo y enfermo.

A pesar de su título real, irónicamente, había olvidado la última vez en la que alguien había cuidado sinceramente de él.

Miró la película, justo en la escena donde el fantasma de la ópera se miraba en el espejo, repudiándose a sí mismo. Su gesto se ensombreció.

—Al menos reconoces el horror ante tus ojos, en vez de sentirlo…

👑👑👑👑👑

Arthur esperó en la taquilla con las palomitas. Miró las entradas que sostenía en su mano derecha y sonrió, emocionado.

Una de las cosas que tenían en común su cisne negro y él, era su afición por los libros de fantasía y ciencia ficción, pero más aún la ciencia ficción. Ambos incluso compartían autores favoritos y fue una de las razones por la que entablaron amistad tan rápidamente. Por esa razón, cuando vio que se reestrenaría en el cine una de sus películas favoritas, no dudó en invitarla para darle una sorpresa. Además, sabía que ella adoraba la naturaleza y explorar, así que había planeado un día de camping.

Tenía pensado finalmente decirle que le gustaba, así que realmente quería que la noche saliera perfecta.

Era sencillo saber el momento en el que Marlee entraba a un lugar. Al instante, era capaz de atraer todas sus miradas hacia ella por su belleza exótica, su sonrisa y mirada dulce. Además, traía puesto un hermoso vestido blanco floreado con tonos amarillos. La joven lo saludó desde las escaleras eléctricas y él le correspondió el gesto, sintiéndose afortunado por ser el único en el que posase su atención.

Ella le dio un beso en la mejilla y le ofreció ayuda para sostener las bebidas.

—Te ves muy linda —le halagó él—. El amarillo sin duda es tu color. Sobre todo en tu esmalte —comentó, señalando sus uñas.

Marlee miró sus manos y se sonrojó. Ningún chico le había dado un halago así. En su mayoría siempre se referían a su cuerpo y luego a su rostro. Aquel detalle, aunque aparentemente mínimo, le agradó. Sobre todo porque invertía mucho tiempo cuidando sus uñas también.




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