Odile observó por sobre sus hombros como la profesora Peterse se acercaba más al rector. Azorada, sujetó el rostro de Nabil para evitar que los viera, enrojecida de pies a cabeza.
—¡Es privado! —exclamó. Fue el turno de Nabil de quedarse helado. Contrario a la reacción de Odile, todo su cuerpo se sacudió al sentir sus manos sujetar su rostro con firmeza. No solo le afectó su cercanía, sino la certeza de que ella ni siquiera era consciente de lo que estaba ocasionando en él—. No seas pervertido.
Su acusación —afortunadamente— acabó con su estado de embeleso.
—¡¿A quién le dices pervertido?! —siseó, azorado—. ¡Eres tú quien no deja de invadir mi espacio personal!
—¡AH!
El grito los exaltó a ambos. Odile soltó su rostro, como si acabara de notar que tenía lepra y se alejó. Ambos observaron cómo la pareja salía corriendo del lago.
—Posiblemente, estaban en la parte de las sanguijuelas —comentó Nabil.
—¿Ha-hay sanguijuelas aquí?
—Sí, así que deberíamos—
—¿Podemos esperar a que se nos adhieran en la piel? —inquirió Odile, fascinada.
—El frío te hizo perder la cabeza —le reprochó, horrorizado—. Sal ya. Necesitaremos una tonelada de patas de pollo si continuamos aquí un minuto más.
—Cierto, tu resfriado —manifestó ella, preocupada—. Rápido, sal primero para que puedas seca-¡ahg!
El rostro indiferente de Nabil se deformó al escuchar el quejido de la pelinegra. Se aproximó a ella y la sujetó de los hombros, preocupado.
—¿Qué te ocurrió? —la miró de arriba hacia abajo—. ¿Te lastimaste?
—Me tropecé con una piedra al entrar al lago y me doblé el tobillo —respondió. Intentó afincar el pie, pero la punzada en su tobillo le hizo volver a soltar un quejido.
—Deja de intentar afincar el pie. Te sacaré.
Antes de que ella pudiera protestar, Nabil la sujetó entre sus brazos y la alzó. Odile soltó un jadeo. Creyó que una vez que salieran por completo del lago a Nabil se le dificultaría, pero ella aún seguía teniendo la sensación de estar en el agua. Ni siquiera pudo verlo a los ojos cuando la dejó sobre uno de los árboles caídos en el bosque. Se agachó frente a ella y subió su pantalón. Siseó.
—Lo siento —se disculpó él—. Será mejor que nos cambiemos. Pongámonos los disfraces que Luca me dio y vayamos al hospital.
—Prefiero ir a mi casa. Mi papá hará demasiadas preguntas si voy al hospital disfrazada de mago sanador.
—Bien. Como gustes —se incorporó y la miró de arriba hacia abajo—. Sufro de la cervical, así que te haré unas muletas para caminar este tramo.
—¡Oye…! —Nabil se alejó, ignorando su protesta—. ¡¿Si sufres de la cervical por qué me alzaste para salir del río?!
—¡Para asegurarme de que no volvieras a intentar ahogarme!
—Cervical…, cómo no… Simplemente, no quiere cargarme —refunfuñó.
Nabil le había hecho descubrir que poseía mal genio, pues era el único que lo sacaba a relucir con su personalidad exasperante.
Miró el lugar por donde se había marchado, pensativa. Recordó la forma en la que se había preocupado por ella y sonrió, agradecida.
Mientras tanto, Nabil buscó desesperadamente algo con lo que Odile pudiera apoyarse, pero nada servía. Lanzó al aire los troncos que había encontrado y resopló, exasperado. Aunque encontrara unas muletas improvisadas, el camino era demasiado irregular y podría volver a tropezar.
Cerró sus ojos y maldijo internamente.
La cercanía física de esa índole estaba dentro de los límites que se había impuesto para intentar ganarse su favor.
Tenía que seguir buscando.
Odile observó su tobillo. Había dejado de inflamarse y el dolor había cesado. Lo que menos deseaba, era ser una molestia, así que prefirió ponerse de pie e intentar caminar. Mientras lo hacía un hongo esponjoso y amarillo como un pollo recién nacido, llamó su atención. Su corazón comenzó a latir, desenfrenado.
—¿Podría ser…?
—¿Qué crees que haces? —jadeó asustada al escuchar la voz grave y repentina. Nabil la observó como si se hubiera vuelto loca—. Usa esto —le tendió las muletas improvisadas. Odile observó ambos troncos alargados, impresionada.
—Eres muy bueno encontrando cosas en el bosque.
—Es un don —se encogió de hombros—. Vamos. Te apoyarás de mi hombro y del tronco. Iremos con calma.
Ella asintió.
Durante todo el trayecto de vuelta, Nabil procuró que el camino fuese seguro. Odile incluso comenzó a pensar que realmente estaba enfermo de la espalda.
—¿De verdad sufres de la cervical?
—Por supuesto que no. Tengo la fuerza de un león —se jactó, burlón—. Solo no deseaba cargar a la persona que ha intentado matarme dos veces.
—Ni siquiera sé por qué pregunté… —Nabil la miró de reojo y contuvo una sonrisa—. Aun así, gracias. Sé que hiciste esto para intentar distraerme y no pensar en lo ocurrido en la biblioteca —Él se tensó al escucharla—. Descuida, no indagaré más si es lo que quieres. Si lo que ocurrió allí fue un juego de rol o no, el tiempo terminará concediéndome la razón. Dejará de indagar hasta que ocurra. Lo menos que deseo es ser un dolor de cabeza para el único amigo que tengo.
Nabil no supo cómo reaccionar ante sus palabras. Lo había tomado desprevenido.
“Así que a esto se refería Luca”, pensó.
Subestimar a Odile podría resultar en una terrible consecuencia.
Tenía que ser más precavido y calculador.
—¿Qué harás con la información que tienes?
—¿A qué te refieres?
—Hamlen y Gretel. La profesora Peterse y el rector. Serían las noticias del año —dijo, sin disimular que deseaba cambiar de tema. Odile lo permitió, momentáneamente.
—No soy la clase de persona que revela los secretos del resto. La profesora Peterse y el profesor son adultos y saben lo que hacen. En cuanto a Gretel y Hamlen. Ella me preocupa…
—¿Por qué? ¿Crees en los rumores de que es un Pendragón? —cuestionó, indiferente—. ¿Temes que pueda hacerle algo a tu amiga?
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Editado: 26.09.2025