Odile corrió con todas sus fuerzas hacia el lago, justo en el lugar donde una vez había lanzado la esfera que su madre le había heredado. Todo por la misma razón que aquella vez.
Arthur.
Cerró sus ojos y, aunque quiso contener las lágrimas, el escozor en su pecho ya era demasiado como para soportarlo en su interior.
Había pasado casi una semana desde que había decidido confrontarlo. Había intentado distraer su mente enfocándose en la universidad, pero incluso allí se sentía como la persona más insignificante e inútil.
No estaba enojada con Arthur. Lo estaba consigo misma por permitirle entrar en su corazón y apoderarse de sus pensamientos cuando era evidente que él nunca sentiría ni una pizca de lo que ella sentía hacia él.
Le enojaba que ocupara sus pensamientos todo el día todos los días, que sus acciones de una u otra forma estuvieran guiadas por sus sentimientos hacia Arthur y que le importara tanto lo que pensase o hiciese por ella.
Respiró profundo y cerró sus ojos.
El dolor de un amor no correspondido se entremezcló con el dolor de la pérdida de su madre.
En ese momento, más que nunca, necesitó sus consejos.
Y su consuelo.
¿Por qué tenía que lidiar con todo eso sola? ¿Por qué a las personas le costaba tanto acercarse a ella?
¿Por qué eran tan crueles?
Agachó la mirada. Pequeñas gotas de lágrimas se deslizaron sobre su rostro, deteniéndose sobre su labio inferior tembloroso.
—¡Oye, tú! —Pegó un saltito al escuchar un estruendo a su lado. Un enorme bolso azul marino había caído justo a su lado—. ¡¿Por qué es tan difícil contactarte, eh?!
Odile no se atrevió a alzar la mirada ante los reproches de Nabil. Era cierto que había estado evitando a Nabil y la única razón era que, si era verdad lo que le había confesado y él era capaz de ver sus emociones con solo mirarla al rostro, entonces él notaría lo mal que se encontraba.
¿Pero acaso no era lo que quería? ¿Que alguien se diera cuenta de lo atormentada que se encontraba?
“Pero ese alguien no debe ser Nabil”, pensó.
Aquel chico infantil, que la gran mayoría del tiempo pensaba en sí mismo (y del que aún no había logrado descifrar sus verdaderas intenciones), era el menos idóneo.
—Disculpa, estuve algo ocupada toda la semana. No me fue muy bien en este primer examen, así que estuve la mayoría del tiempo en la biblioteca, preparándome para el segundo.
Nabil presionó sus labios al ver como ella deliberadamente no le veía el rostro.
Habían pasado ciento dos horas desde que la condenada le había respondido el último mensaje. Su abrupta lejanía no estaba ayudándole a lidiar con la idea de que le gustaba. Usualmente, cuando descubría que alguien le gustaba, la chica solía pasar la mayoría del tiempo con él y sus sentimientos se aclaraban a medida que pasaban tiempo juntos, pero Odile era como una almeja escurridiza. Necesitaba estar más cerca de ella o de lo contrario la idealización no se rompería. Alzó el mentón.
—Vamos a bucear. Ahora —expuso.
Odile frunció el ceño, confundida—. ¿Bucear?
—Lo llevo planeando toda la semana. No puedes negarte —dijo, poniéndose de cuclillas para estar a su altura. Abrió el bolso y comenzó a hurgar en él—. Hay un pequeño lago al que casi nadie va porque está muy cerca del bosque negro.
—¡¿Y quieres ir allí?!
—¿Acaso tú no quieres? —cuestionó, con una sonrisa maliciosa. Sacó la careta de buceo y se la puso de mala gana, ya que no deseaba verla. Antes de que Odile pudiera protestar, luego introdujo en su boca la boquilla del regulador de aire del tanque. Solo cuando estuvo seguro de que su cerebro no podría analizar sus facciones, la miró a los ojos. Tragó grueso al hacerlo. Odile de inmediato agachó la mirada y él aclaró su garganta—. En ese caso, podemos bucear en el cenote turístico del sur, si aún no confías lo suficiente en mí.
—¿Qué…? —balbuceó ella. Miró el interior del bolso y entreabrió sus labios. Quedó sorprendida al ver el equipo nuevo.
—Andando. —Nabil se puso de pie, indiferente.
—Pe-pero este no es mi equipo.
—Lo sé. Lo compré hace poco. Úsalo.
—¡¿Qué?! ¡Los equipos de buceo son demasiado costosos! A-además, no podría hacer inmersión con un equipo que no conozco.
—Wow, wow, ve con calma —dijo, sonriendo pícaro—. ¿Cómo podría hacer inmersión contigo en nuestra primera vez? Qué atrevida…
—¡Nabil! —Odile enrojeció de pies a cabeza.
—Solo acepta el equipo. Es lo menos que puedes hacer después de ignorarme toda la semana. Además, no conozco tu nivel de experiencia. Por eso compré un equipo nuevo, pues no sabría qué tan profesional sería el tuyo —explicó, fastidiado—. Vámonos ya. Tú llevarás el bolso. Ya lo llevé demasiado todos estos días mientras te buscaba para bucear… —gruñó, como un niño malhumorado.
Odile se sintió culpable al verlo alejarse casi a toda prisa. Sujetó el bolso y aceleró el paso para alcanzarlo, pero mientras más lo hacía, él se alejaba más, hasta que él decidió detenerse para quitarle el bolso y volver a caminar más rápido que ella.
Nabil no podía comprender su propio proceder. Todas las veces que una chica le había gustado, había hecho todo lo posible para complacerla averiguando sus gustos. Sin embargo, no solo se estaba haciendo un berrinche, sino que había planeado todo aquello con la única finalidad de deshacerse de sus sentimientos, no para encantarla.
“Todo es por culpa de esa condenada sodalita. Mi amor por ella es más grande que este extraño sentimiento que guardo por la almeja escurridiza”.
Tal como había ocurrido en su primera expedición en el bosque, Nabil los guió con una destreza que volvió a despertar el espíritu detective de la pelinegra.
—Dime, ¿has hablado con tu amiga, la posible futura princesa de Barley? —inquirió Nabil, burlón.
Odile sabía que se refería a Hanzel y su relación con el posible príncipe Pendragón.
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Editado: 17.11.2025