Besar al príncipe

Capítulo 30

Odile se estremeció al escucharlo, incapaz de poder decir una sola palabra.

— Puedo contar con los dedos de mis manos las personas que saben acerca de mi prosopagnosia. Me molesta que lo uses en contra mía cuando sabes que es la única forma en la que puedo “verte”. —Apartó la mirada y la dirigió al lago—. Si no quieres que vea cómo te sientes, entonces dímelo, pero no te alejes de mí.

La pelinegra entrelazó sus manos, sin saber qué decir. Aún y cuando ella había evitado por todos los medios que él la viera para que no supiera lo que ocurría en su corazón, él había logrado adivinarlo.

—Lo siento —dijo, avergonzada—. La razón por la que oculté mi rostro de ti no fue por desconfianza, solo…, no quería que vieras lo patética que me siento. Me he mostrado demasiado vulnerable ante ti.

—¿Y no lo he hecho yo ante ti? —replicó él con frialdad—. ¿Qué puede ser más patético que no saber a quién tienes al frente?

—Tu condición no es algo que hayas decidido. Eres guapo y muy inteligente —Nabil abrió sus ojos al oírla. Sabía que era guapo e inteligente, pero escuchar como ella lo dijo con tanta naturalidad, le aceleró el corazón. Hubiera pegado un grito de no ser porque sus palabras se vieron empañadas por los sentimientos que de pronto comenzó a percibir en ella—. En cambio, yo…, entre mi padre hermoso y mi madre increíblemente inteligente, heredé la apariencia imponente de mi madre y la locura de mi padre —se lamentó. Nabil se carcajeó sonoramente, molestándola—. ¿Qué te parece gracioso?

—El hecho de que creas que eras la persona más estúpida del mundo por un examen —respondió, divertido—. Eres mucho más inteligente que yo, Odile. No es el fin del mundo si sales mal en un examen. Solo debes levantarte y seguir adelante. No lo logra el más sobresaliente, sino el más perseverante —Los ojos de Odile se nublaron al oírlo. Restregó sus ojos, negándose a llorar. Aquellas palabras eran todo lo que su corazón había estado pidiendo a gritos durante esos días—. Además, si tenías problemas con esa materia, debiste decirme. A partir de ahora, la estudiaremos juntos. Pero si vuelves a evitarme, condenada muchacha, te juro que te afeitaré la cabeza.

Ella se carcajeó al oírlo. Él sonrió, embelesado por aquella melodía acogedora.

—¿Hace cuánto que vives en Barley?

Odile había preguntado repentinamente. Estaban caminando de vuelta a la ciudadela, con el cabello aún húmedo e intentando no resbalar con las piedras musgosas.

—Nací aquí —respondió él, indiferente.

—Entonces, ¿pasabas mucho tiempo en estos bosques?

—Podría decirse.

—He notado que incluso las personas que llevan toda su vida viviendo aquí temen ir al bosque oscuro, pero tú no pareces poseer esa característica.

—¿Estamos en un interrogatorio, almejita?

—Solo tengo curiosidad —se encogió de hombros—. Me hubiera encantado poseer la habilidad de pasear en estos bosques como si se tratasen del patio de mi casa… —comentó, nostálgica.

Nabil, quien caminaba detrás de ella, observó su rostro, iluminado por el sol, pero difuso para él.

Una extraña sensación se alojó en su pecho.

—Me encargaré de que así sea —Odile se giró al escucharlo. Nabil ya había apartado la mirada de ella—. Para que nuestro proyecto salga bien, ambos debemos manejar este bosque de pies a cabeza. Me aseguraré de que aprendas a desenvolverte en él.

Odile le sonrió, agradecida. Él le devolvió la sonrisa, ensimismado.

El plan no había salido como él lo había imaginado.

“Pero ya habrá otra oportunidad. Al menos me he acercado lo suficiente para ganarme esa sodalita. Bien hecho, campeón”, se felicitó a sí mismo.

Estaba seguro de que su felicidad se debía a lo cerca que estaba de apoderarse de esa sodalita.

Nada más.

Arthur observó la esquina de su escritorio, ensimismado.

Desde inicios de semestre, esa esquina había estado siempre ocupada por las galletas de Odile, pero ahora se encontraba completamente vacío.

Se levantó del asiento, soltando un bufido.

Se suponía que debía estar feliz, pues finalmente él y su cisne negro se habían sincerado. Últimamente, no había podido ver tanto a Marlee debido a los exámenes parciales, pero siempre se encontraban cada vez que tenían oportunidad.

Si todo marchaba de viento en popa, ¿por qué amargarse por unas simples galletas?

—¿Qué importa si ya no me trae galletas? —señaló aquella parte del escritorio, como si fuera la culpable de atormentar su conciencia todos esos días—. Ni siquiera son tan ricas… —Volvió a mirar el escritorio y dejó caer sus hombros, rendido—. Son riquísimas.

«Encontraré la forma de subir mis calificaciones en los siguientes exámenes por mi cuenta. Y puedes dejar de preocuparte de tu reputación como mentor porque renuncio a ser tu aprendiz.»

Presionó sus labios. Solo recordar la mirada feroz que le había dirigido…

—No sabía que era tan osada —murmuró para sí mismo.

Observó en la pantalla de su teléfono el mensaje que había escrito hace casi tres horas.

Lamento la forma en la que actué. Tenías razón, no fue tu culpa.

¿Me permitirías seguir siendo tu mentor?

También me ofrezco a ser tu tutor, si no tienes inconveniente.

Suspiró y restregó su rostro.

¿Por qué le costaba tanto enviar el mensaje?

“Porque es tenebrosa, Arthur. Y muy ruda”

No esperaba menos de alguien que parecía un escurridizo gato negro.

Sacó sus garras cuando se sintió en peligro y se defendió con gracia.

—¿Por qué sonríes solo? ¿Te escribió tu chica?

Tristán, uno de sus mejores amigos, ingresó a la pequeña oficina. Arthur sacudió su cabeza y sonrió a boca cerrada.

—¿Qué haces aquí? A duras penas asistes a las clases.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.