Besar al príncipe

Capítulo 31

ODILE, VEN RÁPIDO. ES UNA EMERGENCIA!!!

Odile corrió por la calle, casi sin aliento. Su pecho y su garganta se quemaban por correr tan rápido. Se detuvo frente a la puerta de la casa. El doctor Octopus había dado una llave de la casa, así que abrió a toda prisa e ingresó a la casa.

—¡Auxilio, Dios mío! —Odile sacó su pistola eléctrica y se dirigió a la cocina al oír los gritos—. ¡¿Cuándo llegará Odile?!

—¡Alcen las manos! —exclamó, apuntándolos con la pistola.

Los mellizos y Arthur alzaron las manos, espantados. Dejaron caer los bowls y los batidores al suelo y abrieron sus ojos, aterrorizados.

Odile enrojeció de vergüenza—. ¿Qué…? Creí que algo malo había ocurrido.

—Malo no, ¡terrible! —exclamó Peter en tono dramático—. ¡Mamá y papá están de aniversario hoy y no hemos podido cocinarle algo decente!

—Habríamos cocinado algo decente hace dos horas si alguien no hubiera dejado el pollo en la esquina de la mesa cerca de Alfredo.

—¿Cómo podría saber que un pato comería pollo? ¡Es una abominación!

—Odile, tienes que ayudarnos. Eres experta en postres, así que eso haremos, seguiremos tus órdenes —expuso Wendy. Ambos mellizos la vieron, esperanzados.

Miró de reojo a Arthur, quien también había preferido evitar el contacto visual. Forzó una sonrisa y entrelazó sus dedos.

—Supongo que podemos hacer algo delicioso antes de que lleguen.

Los mellizos soltaron un chillido de emoción al unísono. No tardaron en ponerle un delantal, arrebatarle cuidadosamente la pistola eléctrica de la mano y guiarla hasta la enorme isla donde estaban los ingredientes.

Muy cerca de Arthur.

El castaño le sonrió, nervioso—. Hola.

—Hola —dijo ella, avergonzada.

Ahora que su rabia se había disipado y que había comprendido que no era nada contra él, sino contra sí misma, se sintió apenada.

Ambos evadieron sus miradas, incómodos. Fue Peter quien se encargó de romper la atención al ponerse en medio de ellos.

—¿Qué tienes pensado hacer, Odile? Puede ser lo que guste, ¡tenemos muchos ingredientes!

—¿Qué les gusta a sus padres? Podemos hacer un plato que sea su preferido o algo que les recuerde a la vez que se conocieron.

—No creo que eso sea buena idea —comentó Arthur.

Ella lo miró, nerviosa—. ¿Po-por qué?

—Mamá y papá eran enemigos acérrimos. Mamá tenía un bar justo frente a la veterinaria y era una bravucona que le hacía la vida imposible a papá porque él siempre repartía volantes diciendo por qué el alcohol era malo. Hasta que un día, Balboa, el perro de mi mamá por más diez años, enfermó. Él estuvo con ella en todo momento.

—Eso es muy lindo de su parte —dijo Odile, conmovida—. La forma en que se conocieron no fue la mejor de todas, pero el desenlace es lo que importa. Ahora tienen una bonita familia. ¿Qué le parece si hacemos un brownie volcán sin azúcar? Al principio luce como un desastre, pero cuando lo porciones liberará un chocolate fundido y delicioso.

—Esa idea me gusta mucho —comentó Arthur, con una sonrisa. Odile agachó la mirada, sintiendo que sus mejillas ardían—. Bien. Manos a la obra.

Los mellizos fueron los asistentes de cocina, mientras que Arthur y Odile se encargaban de la preparación. Ambos trabajaron a la perfección, sin mencionar lo que había ocurrido entre ellos la última vez que se habían visto. Cuando introdujeron la bandeja en el horno se sonrieron, satisfechos.

—Oigan, ustedes dos hacen muy buen equipo. Deberían montar un negocio de brownies —los señaló Peter, burlón.

Odile agachó la mirada, avergonzada. Al ver la reacción de la pelinegra, Arthur miró con reproche a su hermano y este dejó de sonreír.

—¿Por qué no van preparando la mesa? Odile y yo nos encargaremos de recoger la cocina.

Ambos mellizos asintieron y se retiraron, sin dejar de pelear entre sí.

Odile comenzó a recoger todos los utensilios y los colocó en el lavabo, sin dirigirle la mirada e ignorando su presencia.

Arthur tomó un paño de cocina y comenzó a pasarlo por las mesas, viéndola de vez en cuando. Hizo varios ademanes para intentar acercarse, pero no sabía muy bien cuál sería la mejor forma de hacerlo.

Nunca había tenido que pedirle disculpas a alguien.

“Porque nunca te habías comportado como un cretino”, se dijo a sí mismo.

Apretó el paño en su puño.

—¿Desde cuándo sabes que tengo diabetes? —inquirió Arthur repentinamente. Odile se tensó—. Incluso las galletas que me preparabas…, eran para diabéticos —carraspeó, intentando que su comentario no sonara a reproche.

—El doctor Octopus me lo dijo —mintió.

—Ya veo.

La incómoda tensión volvió a instalarse entre ellos.

—Quería disculparme.

Ambos se paralizaron al notar que lo habían dicho al mismo tiempo.

—No es necesario que te disculpes —le aseguró ella—. La forma en la que reaccioné no estuvo bien. Me dejé llevar por mi impotencia.

—Tenías todo el derecho a comportarte así —repuso él, con la mirada gacha—. Fallé como tu tutor. Asumí que podrías lidiar con el problema sola, cuando no tenías que hacerlo así en primer lugar.

—De hecho, sí podía hacerlo sola —dijo, sonriente—. De alguna manera, siempre puedo hacerlo sola. Solo que esta vez…

“Quería que alguien estuviera a mi lado. Que tú lo estuvieras.”

Agachó la mirada y guardó silencio, con una sonrisa triste y el corazón apretado.

Todas las esperanzas que había resguardado en su interior comenzaban a apagarse. La lógica comenzó a silenciar los gritos de su corazón.

Arthur y ella no estaban hechos uno para el otro. No importaba cuánto ella deseaba que sus sentimientos fueran correspondidos, ni toda la ilusión que había depositado en él. No podría obligarlo a sentir algo por ella.

Sin embargo…

—¿Crees que podamos ser como mis padres?




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