Besar al príncipe

Capítulo 32

El gesto de Dayana se suavizó al ver su sonrisa y le correspondió—. El gusto es mío, ¿vas a quedarte a probar el postre?

—Oh no, yo—

—Pregunté por cortesía. No esperaba una negativa como respuesta. Andando, toma asiento. Deja que los chicos se encarguen.

Odile asintió cortésmente y tomó asiento. En cuestión de minutos, todos se encontraban en la mesa, conversando sobre las infancias de los mellizos y de Arthur, este último se sintió impresionado por la naturalidad con la que Odile se desenvolvió con su madre. Usualmente, todos, incluyendo sus amigos y las chicas que traían a casa solían cohibirse, pero ambas parecían llevarse de maravilla.

Incluso se sintió desplazado, pues Odile jamás lo había tratado con tal confianza.

Pero sabía que eso era su entera culpa.

En cuanto la cena terminó, los mellizos, el doctor y Arthur se dirigieron a la cocina para hacer una limpieza profunda. Aunque Odile quiso ayudar, Dayana insistió en que era una invitada y que nunca había tenido la ocasión de pasar tiempo con ella tanto como lo habían hecho las personas que le importaban. Odile entrelazó sus manos, nerviosa.

Sabía muy bien lo importante que era Dayana para Arthur. Después de todo, era su madre. Por esa razón tenía miedo de no agradarle. No le había pasado desapercibido la forma en que la miró al conocerla.

Como el resto de las personas.

—Mi esposo me dijo que eres nueva en Barley.

—Así es.

—Debe haber sido difícil para ti todo este cambio.

—Realmente no. Siempre sentí un profundo deseo de vivir en Barley, pero mis padres tenían cierta reticencia…

Dayana asintió, con una sonrisa forzada—. Ya lo imagino… —dijo, perdida en sus propios pensamientos. Odile se removió en el asiento. Aunque estaba nerviosa, nunca lo demostró. Esta vez, Dayana sonrió genuinamente—. Lamento si te sentiste incómoda por la forma en la que te miré hace un momento.

—Descuide, sé que suelo causar esa impresión en las personas.

Dayana frunció el ceño—¿Cuál impresión?

—Temor y recelo —respondió, con una sonrisa amable.

—Cariño, te aseguro que no sentí ni temor ni recelo. Son sentimientos con los que tengo que lidiar todos los días de mi vida y no es nada bonito. Pero supongo que es el karma —dijo, divertida—. Te vi así porque me recordaste a tu madre. Eres idéntica a ella.

El corazón de Odile comenzó a latir, desenfrenado—. ¿Pe-perdón?

—Eres la viva imagen de Camelia Dríades —le sonrió, cálida. Agachó la mirada, avergonzada—. Bueno, puede que te lleves una mala impresión de mí esta noche por lo que voy a decir, pero no fui muy amable con tu madre en el colegio. Aunque luego…, le pedí disculpas y trabajamos juntas para hacer de Barley un lugar mejor. Fue una comisaria excepcional y calló a todos los que alguna vez se burlaron de ella en el pasado. Fue una lástima que… —calló al darse cuenta de que hablaría de más. Sonrió con tristeza—. Lo siento.

Los ojos de Odile se nublaron—. Gracias.

—¿Por ser una bravucona con tu madre en la escuela?

La pelinegra negó, divertida—. Estoy segura de que mi madre la perdonó porque su corazón era muy grande. Además, también estoy segura de que ha cambiado y que es una mujer increíble, pues su familia habla por sí sola —se sinceró, conmoviéndola—. Creí que nadie aquí recordaba a mamá, pero me alegra saber que no es así. Le doy las gracias por darme un pedazo de mamá que antes no tenía.

La mirada de Dayana tembló, pero recordó de inmediato que era la dama de hierro de Barley y endureció su gesto.

—No fue nada.

—¡Todo listo, chicas! —exclamó el doctor Octopus—. ¿Qué les parece si jugamos charadas?

—¿Qué les parece si nos vamos todos a dormir? —sugirió Dayana.

—Votó por eso —dijeron sus tres hijos al unísono.

El doctor agachó la cabeza, cabizbajo, pero fue consolado por su esposa de inmediato—. Quita esa cara. Nosotros hemos disfrutado de un aniversario relajante, pero los chicos han trabajado durante todo el día. Solo mira a Odile, la pobre está que se cae del sueño —la pelinegra sonrió, avergonzada—. Arthur, ¿podrías llevarla a casa?

Ambos se miraron, tensos. Odile evadió su mirada, sin saber dónde meterse para que no se notara que estaba a punto de ponerse en posición fetal al verse tan expuesta.

—Claro —accedió Arthur.

—¡Los acompañamos! —se ofrecieron los mellizos.

—Ustedes van a dormir. Ahora —ordenó su madre y ellos obedecieron sin chistar. Dayana le lanzó las llaves del auto a su hijo y jaló de la corbata a su esposo—. Louis y yo también nos iremos a dormir. Qué descanses, Odile.

—Que descanse, señora Dayana.

Ambos jóvenes salieron de la casa, cohibidos por la presencia del otro. Al subir al auto volvieron a sentirse muy tensos. Arthur sintió que la naturalidad con la que había actuado Odile se había esfumado y que había retrocedido de nuevo con ella.

—¿Quieres escuchar algo en la radio? —inquirió él.

—Tal vez…, Guns and Roses.

—No hablas en serio.

—¿Po-por qué?

—Es mi banda favorita.

—No es cierto.

—Mis amigos me señalan porque es de la época de mi madre, pero no me importa.

—A mi padre le encanta. Crecí escuchando su música. Mi canción favorita es…

Sweet child o’mine —dijeron al unísono.

Se señalaron, entusiasmados. Arthur sonrió de oreja a oreja.

—¡Es una joya!

—¡Lo sé!

Arthur conectó su celular y puso la canción. En cuanto la introducción de la guitarra resonó en el auto, ambos comenzaron a mover su cabeza de adelante hacia atrás, emocionados. Escucharon una canción tras otra, dando se cuenta que tenían gustos musicales bastante similares. Él sintió que Odile vivía a solo una casa de distancia y no al otro lado de la ciudad. El trayecto con ella le resultó corto.

Insuficiente.

—Gracias por traerme a casa —dijo ella, sonriente.

—Fue un gusto —repuso él. Antes de que ella pudiera cerrar la puerta, se inclinó hacia el asiento de copiloto—. Sobre las tutorías —dijo, apresurado—. Si aún las necesitas…




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