Un golpe a su corazón, y Gala estaba despierta. No era simple, la sensación de un pecho apretado aún cuando no había nadie más sobre ella. Pero algunas cosas no podían irse de la noche a la mañana, ella estaba acostumbrada a estos golpes porque sabía lo que significaban.
Un animal bajo la piel quería salir. Lamentablemente todavía no era momento de hacerlo, viendo la cama contigua vacía, emitió un quejido bajo y se sentó en la suya. Nunca esperó extrañar a Tanya, tampoco sentir un hueco de tal magnitud en la enfermería. Pero solo era temporal y ella sabía bien que el mayor error que podía cometer era apegarse mucho a las personas.
Después de todo, ellos morían.
Eligiendo una blusa blanca con volados en las mangas y un par de jeans color azul profundo, buscó debajo de la cama sus botas marrones, en el estrecho armario sacó una chaqueta color verde oliva. Un hormigueo sobre la piel mientras se lavaba el rostro en el pequeño baño, miró por la ventanilla, el amanecer poniendo el cielo de un rosa débil, mezcla con blanco y un celeste difuminado. Otro día en Gold Pride, otro día a salvo.
La solitaria enfermería, ordenada como a ella le gustaba, se encontraba en sombras, encendió las luces, calibró sus sentidos. Capturó un olor tentador que abrió su estómago, la bestia dentro de ella se estiró. Sobre una de las camillas vacías, había una barra de chocolate con maní, su combinación favorita, maldito fuera el gato que pudo descubrirla.
Aunque ya sabía quien la había puesto ahí, escurriéndose silencioso y confiado, había que tener el olfato atrofiado para no darse cuenta. El único que tenía acceso a las reservas de comida era el mismo cuyo aroma salvaje y caliente se esparcía como fantasma en la enfermería. Gruñendo bajo, maldijo el nombre del dueño, pero no tiró el chocolate, de donde ella venía la comida no se desperdiciaba por más furiosa que estuviera.
Es recuerdo le dejó un sabor amargo en la boca, su pecho se apretó de nuevo y la bestia mostró sus dientes.
—Maldito Alexander.
Pero el nudo de su pecho se deshizo tan pronto como tomó el primer mordisco, el gato sabía que era como un reinicio de todos los días para enfrentar el nuevo desafío de comandar el equipo medico de Gold Pride, y ella no iba a rechazar una buena acción, aunque supiera sus intenciones.
Terminando la barra, sus sentidos embriagados por el dulce placer, inspeccionó el almacén de medicamentos. No tardó en sentir hambre otra vez, él lo sabía, esto solo era un motivo para no perderse el desayuno. Gala solía perderse comidas y eso frustraba a más de un león.
Uno en especifico, se propuso alimentarla.
Saliendo al pasillo, la luz de la mañana ingresando por los ventanales corredizos que daban al balcón frontal, se detuvo un momento para apreciar la vista. Sus pulmones se llenaron con un aire fresco, aire de invierno aproximándose. Bajó a la primera planta saludando a un par de tigres que iban a sus rutas de patrullaje, un par de adiciones nuevas, la vida progresando su marcha.
El comedor no estaba muy lleno a esta hora de la mañana, pero los cocineros se despertaban temprano para tener el desayuno listo para aquellos madrugadores, como ella. Uno en particular le esperaba cada mañana con una taza de café y pan relleno con queso. Uno, que tenía una sonrisa letal para sus sentidos y ojos cristalinos, tan dulces como el chocolate que le daba todos los días.
Alexander no sabía que la comida no era una forma de llegar a ella, y nunca lo sería.
—Buen día Gala.
Tenía una voz interesante, dependiendo de la persona que estuviera en frente podía ser suave y amigable, o intensa con un borde rasposo que se deslizaba contra la piel haciendo que su estómago se moviera.
—Buen día Alex.
La indiferencia era su mejor arma.
La cocina estaba abierta por una ventana grande, de ahí Alex y sus ayudantes podían entregar los platos en mano, del borde inferior se ancla a una barra de madera. Sentándose sobre uno de los taburetes de madera en la barra, buscó su anotador digital en el bolsillo de la chaqueta, conteniendo un gruñido, tomó la taza de café.
—¿Lo olvidaste?
Una mirada depredadora, Alex levantó una ceja viendo su oportunidad.
—No estoy para charlar.
Dejando la toalla de cocina blanca sobre un hombro musculoso cubierto por una camiseta gris jaspeada, Alexander atacó:
—Nunca lo estás.
Sin mirarlo, probó un pan, el calor había derretido el núcleo, el sabor explotó en su boca, y una mirada azul hambrienta siguió cada uno de sus movimientos.
—Y tú nunca entiendes.
Enderezando su columna, un felino en toda regla, Alex se cruzó de brazos, ojos a medio cerrar, el color cristalino, brillante. De todos los leones en la coalición, era el que tenía la melena más corta en piel humana, de un rubio pálido. Sin embargo, su león era imponente, hermoso, jamás se lo haría saber.
—Querida Gala, con alimentarte estoy más que satisfecho.
El descarado cocinero mentía, por más distancia que quisiera imponer, Alexander siempre encontraba una forma de arañar su camino a ella. Fingiendo molestia, Gala apuntó:
—Vuelve a la cocina Alex.
Sonrisa satisfecha, débiles arrugas en las comisuras de un par de labios delgados, Alexander hizo una corta reverencia y regresó al interior. Mientras le daba instrucciones a sus ayudantes, Milo y Carol, Gala observó su espalda ancha, el cabello suave acariciando con descuido la piel del cuello. Un latido después se dijo a sí misma que debía prestar atención en otra cosa.
—Gala.
El llamado la tuvo dándose vuelta casi de inmediato, recibió una sonrisa tímida de una mujer que todavía estaba asentando su piel dentro de la coalición.
—Buen día Lyra.
Ella podía sentir a la bestia que vivía en el corazón de Gala, esa que nadie en Gold Pride había conocido nunca, y pese al miedo que influía en la loba sumisa, agradecía que ella nunca dijera nada al respecto.
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Editado: 04.11.2020