—No me moveré de aquí.
Alexander en modo depredador era una cosa de respeto, su orgullo, algo frágil. Los leones eran más de demostración y pavoneo, pero su protección era real, meterse con uno de ellos era garantía de terminar sin cuello. Sin embargo, Gala no quería esa protección, no quería estar en esa cabaña.
No pidió esto. Su furia hervía en su corazón, extendiéndose como el bravo oleaje del océano. Desde la cama que alguna vez usó, miró al oso que debía ser el Gran Nanuk del clan. Poco había cambiado, Nilak seguía siendo el mismo bastado arrogante e impetuoso, parecido a Alex.
Y el león... Parecía querer calcinarlo con la mirada.
—Afuera —gruñó—. Ahora.
Ambos hombres escucharon.
—Pero...
—¡Ahora!
No importaba que tuviera al Gran Nanuk en frente, Gala necesitaba espacio. Más que eso, sentía el impulso ácido de huir, pero si lo que decía Nilak era cierto... Los osos polares no dejaban ir a los suyos.
—Ven conmigo —Nilak le dijo a Alex, su tono era apenas conciliador—. Es seguro.
Alexander era una cosa intensa cuando funcionaba bajo sus instintos, no tenía el poder de un Alfa, pero vaya que sabía como marcar su presencia. Su cuerpo mismo llevaba los músculos suficientes para hacer mucho daño, la valentía, llama ardiente en un corazón de cocinero.
—Toquenla y les arrancaré la piel.
La risa de Nilak llenó la cabaña, fuerte, vibrante. Alexander emitió un gruñido peligroso que hizo su pecho temblar. La osa de Gala se deslizó bajo la piel, atendiendo a uno solo de los sonidos puramente masculinos. No necesitaba eso.
—Haré que Aisha te traiga ropa.
Nilak le sonrió, un par de líneas dibujándose en las comisuras de sus labios. Gala mantuvo una postura seria mientras el oso se llevaba a Alexander a regañadientes. Cuando estuvo sola, dejó salir el aire pesado y frío que había estado conteniendo desde que vio a Nilak. No esperaba volver a verlo, tampoco regresar al territorio.
—Malditos osos.
Ella llevaba una buena vida en la coalición, por fin había encontrado su sitio seguro y ahora su pasado volvía para arrastrarla justo al sitio de donde salió. Si no fuera por Alexander, ella estaría en la casa matriz revisando a los cachorros.
Juntando las rodillas con el pecho, las rodeó con los brazos, descansó su mejilla. Una de sus promesas era jamás volver al clan, y ahí estaba de nuevo. Su osa se revolvió el pelaje, sintiendo un olor ajeno sobre su piel.
Se dio cuenta de que todavía llevaba la camiseta gris de Alex.
No estuvo sola por mucho tiempo, cuando las nubes en el cielo casi no se podían distinguir, alguien golpeó la puerta.
—¿Puedo pasar?
Esa voz anudó sus entrañas, Gala tragó algo molesto en su garganta y trató de parecer firme al responder:
—Sí.
Puede que estuviera enfadada hasta el hueso con este clan, pero no olvidaba los años en los que creció aquí. Aisha, una de las tres tías de Nilak, entró a la cabaña con una pila ordenada de ropa. A diferencia de su sobrino, ella sí presentaba rasgos del paso de los años, lineas en los bordes de los ojos, la piel del rostro un poco caído. Pero la dulzura en los ojos azules era la misma de siempre.
Ese rasgo era común dentro del acerbo genético de Nilak, su madre Nika y su tía menor Euvien tenían tonalidades de azul más intensas, mientras que Uvna había sacado la tonalidad recesiva, expresando un chocolate profundo.
Aisha, la tía que sucedía a Euvien en edad, tenía la emoción del reencuentro a flor de piel, los labios le temblaban, alegría pura ondeando en sus ojos azules.
Aún se teñía el largo cabello liso de color blanco.
—Sialuk...
Gala suspiró.
—Llámame Gala por favor.
Impedir que la llamaran por el nombre del clan era la máxima expresión de rechazo hacia el mismo, sabía que dolía, porque cada oso amaba al clan con toda su vida, sin embargo Gala no iba a ocultar su descontento ni su forma de pensar, tomó una decisión diez años atrás, y la mantendría.
Diez años no cambiaba nada.
—Estás sana.
Aisha se acercó despacio, ella podía sentir a la inestable osa de Gala empujar contra la piel, era bueno que mantuviera la distancia. Dejando la ropa a un costado de la cama Aisha se quedó de pie.
—Nana Sakari quiere verte.
Una sonrisa suave, que se vuelve amarga cuando Gala la observa.
—Me iré de aquí lo antes posible.
La tristeza era profunda, el corazón de Gala se apretó.
—¿Por qué?
—Ya sabes la historia, vete, por favor.
Asintiendo, Aisha se retiró no sin antes decirle que estaba feliz de verla con vida. Eso solo hizo recrudecer sus sentimientos y alimentar la decisión de volver a poner distancia, estos osos debían aprender a no obligar a la gente a quedarse en donde no querían, por más que sus intenciones fueran “buenas”
Respirando más allá del nudo en su garganta, Gala revisó la ropa. La osa gruñó cuando se quitó la camiseta de Alexander, se sintió como quitarse un blindaje de encima, sentir eso era incorrecto.
Un conjunto de ropa interior blanca se ajustó dolorosamente bien, Aisha conocía sus medidas aún cuando ya no era la misma joven desde hace diez años. Una remera de tirantes, un suéter de lana gris le recordó las noches frente al fuego observando a Nika tejer. Cada prenda traía pequeños trocitos de recuerdos, hasta la vieja chaqueta de cuero sintético color beige, la primera que compró en un mercado de Halifax.
Ajustados jeans azules calzaron perfecto. Y las botas con el interior revestido de lana... Se sintieron tan suaves... Abrigada, su alma aturdida por las emociones, se acercó a la puerta sosteniendo la camiseta gris. La cerradura aún se abría con su código personal.
Intensos ojos azules le escanearon de pies a cabeza, Alexander luchaba por no dejar escapar ni un solo temblor, pero Gala sabía que tenía frío. El león soportaba climas fríos, pero los alrededores de Halifax eran helados a un nivel superior.
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Editado: 04.11.2020