Beso de Hielo [serie Gold Pride 2]

Capítulo 7

 

Alexander podía jugar este juego, sí..., era un animal intuitivo, la interacción era parte primordial de un espíritu que no lograron quebrar, le fascinaba los desafíos, antes estos tomaban la forma de nuevas recetas y sabores, ahora, sin embargo, representaba la figura de una osa polar que parecía querer golpearlo y luego darle un beso.

Oh sí, por probar esos labios Alex recibiría hasta el mismísimo campeón mundial de peso pesado.

Acercando uno de los platos con tarta, el hambre pinchando debajo de su esternón, Alex probó un bocado, permitiendo que sus papilas cumplieran con su trabajo.

—Está... Tiene..., el sabor es algo terroso.

Gala dejó de mover la cuchara en círculos sobre el café.

—No eres el único cocinero del mundo, ¿lo sabias?

—Sí, pero confío en mis habilidades –se defendió—. ¿Sabes que le vendría bien? Polvo de hornear, eso lo haría más esponjoso.

Las bayas dulces estaban bien, la comida era aceptable, claro que, siempre se podía ser mejor.

—Gala, Gala, quita esa cara —dijo en voz baja—. Sé que no quieres estar aquí, yo tampoco, pero esto no es tan malo.

Corrección, sí era malo si estaba ese tal Nilak que le hacía hervir de celos.

—Se acerca tu viejo pretendiente.

Alex enterró el tenedor en la tarta.

—Él no fue mi...

—Buenos días.

El león de Alex rugía por dentro, estaba algo loco y desesperado, como él.

—Espero que la comida de Aidal les haya hecho sentir mejor.

Gala era una piedra. Ella bien podría ser la inventora de la Ley del Hielo, le iba a la perfección, como un guante.

—Nos vendría bien un par de explicaciones —dijo Alex, con toda la amabilidad que pudo expresar, falló en hacerla parecer real—. Y la comida está bien.

—Me alegra saberlo.

Los cristalinos ojos del oso estaban fijos en Gala, Nilak quería su atención. Pues buena suerte al pobre infeliz, cuando la mujer se decidía por ignorar a alguien no había nada que le hiciera cambiar de opinión.

Alexander era la prueba y testigo de ello.

—El león puede irse en cuanto lleguen sus documentos de identidad para hacer una réplica y validarlo. Eso tomará dos días como máximo. 

Gala agarró un tenedor con tanta fuerza, que Nilak tendría que cuidar la mano que apoyaba sobre la mesa. 

—Si Alex se va, yo me voy con él. 

Había un león muy orgulloso observando satisfecho al oso, parecía ser el líder de este clan. 

—Pero este es tu hogar Sialuk. 

El sonido del metal impactando contra la madera los asustó a ambos, ¿las osas polares siempre tenían un comportamiento tan peligroso? Era como tratar con una diosa de fuego. Oh..., Alexander quería quemarse ahí. 

—Ya no. —Girando hacia el oso de ojos de hielo, Gala sostuvo su mirada un largo tiempo—. Ya no más. 

—No puedes irte —las palabras le salieron bajas, un susurro peligroso. 

—¿Por qué no? —Exclamó. 

Bien, eran el centro de la atención de todos los demás osos ahora mismo. Tantas miradas oscuras eran un poco intimidantes. 

—Te dejamos vagar por el mundo durante demasiado tiempo, ¿pensabas que íbamos a permitir que estuvieras allá afuera, sola y sin la protección del clan por mucho más? 

Gala estrechó la mirada sobre Nilak, el negro se abrió paso de una forma escalofriantemente hermosa, Alex advirtió el peligro, la electricidad en el aire que picaba sobre su piel, la alerta del depredador más grande y fuerte en el lugar. Estaba tan maravillado por lo que ella era... 

—Es mi vida. 

—El clan es tu vida. 

—¡No! 

—¡Sialuk! 

—¡No le grites! 

Alexander se levantó junto a su grito, que vengan cien osos a tocar a Gala, él pondría su cuerpo como escudo con tal de que nada pudiera hacerle daño. Tal era su instinto que estaba a centímetros del maldito líder de un clan poderoso, rodeado por otros quince osos que se levantaron de sus asientos esperando el momento de intervenir. 

El ambiente se llenó de una peligrosa tensión, el león la abrazó, usando esa energía para llamar al valor que era parte integral de su sistema. Nilak era más alto que ambos, con un cuerpo forjado para despedazar y un poder en sus ojos destinado a amedrentar al más valiente, sin embargo, este oso jamás había estado frente a Alexander Thurman. 

—¿El niño bonito piensa enfrentarme? —Nilak se burló—. No sé si es coraje o estupidez. 

Algunas risas distorsionaron la tensión, solo un poco. 

—Nunca has visto a un león en acción, oso de peluche. Vuelve a gritarle y te haré conocer a estas —extendió sus garras frente al oso y sonrió. 

—Muchas palabras y un par de rasguños —respondió con tranquilidad—. Estas son garras, niño. —Nilak mostró las suyas, largas y negras—. En lo que tú arrojes el primer golpe yo ya te habré abierto la garganta. 

—¡Eso, Nilak! 

—¡Demuestra quien manda! 

—¡Haz a ese gato ronronear! 

Soltando un suspiro exasperado, Gala sacó el tenedor de la madera con la misma velocidad que lo puso en el cuello de Nilak. 

—Sabes que no me tiembla la mano ni el corazón si te lo entierro, así que baja esas garras y deja de amenazar a Alex. 

Ahora todo se convenía en una cuestión de ¿dominio? ¿Orgullo? De seguro estos osos no veían un enfrentamiento de este tipo en años, tal era su interés. No es como si una mujer no pudiera hacerle frente a un hombre del tamaño de Nilak, pero para hacerlo bien debía tener en cuenta los peligros, además de tener tanta rabia en el corazón como para considerarlo. Y Gala tenía toda la combinación unida en un cuerpo pequeño, compacto y peligroso, claro que podía encarar al Alfa de este clan, ella incluso podía hacer que el obstinado Patrick considerara sus decisiones cuando su enfermera le daba su punto de vista. 

Y el Alfa de Gold Pride era difícil de persuadir... 

—Guarda tus garras. 




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