Beso de Hielo [serie Gold Pride 2]

Capítulo 8

 

Gala ignoró el tirón dentro de ella cuando a Alexander se le dio por marcar territorio como solo un gato podía hacer, la calidez de su fuerte cuerpo bastaba para que esa incomodidad se alimentara y creciera, el salvajismo animal latía bajo la piel de este hombre, vibraba contra ella en un agarre que despertaba la sensación incorrecta.

Y Alex había elegido ceder terreno en sus dominios para que ella estuviera mejor, este hombre... Solo sabía dar... Pero Gala quería seguir firme en su posición actual, las promesas flotaron con el gruñido de su osa, una discordancia atravesando su pecho como fuego.

Un aliento bajo y caliente que solo ella podía sentir, la sensación alborotó la sensibilidad de cada célula, era electricidad palpando su piel...

—Suficiente —dijo, marcando distancia, su cuerpo se sintió duro, como si hubiera salido de un hechizo—. Iré a la enfermería, quedate aquí —voz de hielo, una orden en el aire. El control resquebrajado entre sus manos. 

Alexander... Tan solo sonrió, un trasfondo afilado, su estómago se apretó con eso y un par de ojos cristalinos, tan tibios, brillaron como luz de estrellas. Hizo un gesto colocando dos dedos en diagonal tocando su cabeza y luego desplazándolos en un único y rápido movimiento hacia adelante, como si fuera un soldado. Luego, el león retrocedió y fue a buscar un asiento.

Su figura desencajaba en este ambiente, atraía miradas, por curiosidad frente a algo nuevo, o su simple atractivo que guardaba un poder vibrante, Alexander Thurman era la noticia corriendo por la Guarida. Eso, y su aparente “regreso” al clan.

Ella no estaba segura de cómo iba a salir de esta, sería mejor si el león no estuviera colgada a ella como un lastre, de estar sola se habría ido por la noche, no importaba cuantos osos se le pusieran en frente intentando detenerla, ella los habría hecho trizas. Ya no era la joven ciega de dolor corriendo desesperadamente por los bosques agrestes, no era la osa destrozada huyendo de las imágenes atroces que le perforaron el alma y le hicieron nadar sin descanso hasta desfallecer en el otro lado. Era una mujer diferente... 

Pero donde Gala era veloz, el aire gélido tan solo una caricia en sus pulmones, Alexander podría morir por las esquirlas de Hielo formándose en los suyos. Huir de ese modo fue una opción hace diez años, pero ella no era tan egoísta como para arriesgar la vida del cocinero solo porque los dolorosos recuerdos quemaban, incontenibles.

Ella no iba a debilitarse por esto, Gala había crecido, su dolor, sin embargo, se había vuelto maduro, nadie podía tomar nada de ella. Ni siquiera Alex.

Curvando los dedos sobre las palmas cuando lo vio quitarse su gorro, la melena cayendo con descuido por su cuello, Gala apretó el pecho reprimiendo la sensación, el tirón visceral, crudo magnetismo susurrante que le pedía trazar las hebras doradas de un cocinero gentil. Dando media vuelta, soltó el aire con cada paso de distancia, se hizo fuerte, se hizo de hielo, y sin embargo... Algo dolió cuando las puertas se abrieron para ella con el reconocimiento facial.

Ni la tecnología de punta había olvidado a la mujer que creció con el corazón de este clan... Quitando de encima ese pensamiento, Gala ingresó a la enfermería, poco había cambiado, un nuevo presurizador y otro esterilizador era lo único diferente a la última vez que estuvo aquí. 

No recordaba bien, quizá recorrió este sitio por la curiosidad que sentía hacia la medicina, su vocación tironeando su pelaje desde muy joven. En ese tiempo ella había corrido a través de las camillas, ubicadas en círculo siguiendo el contorno de la cúpula, una paralela a la otra, con sus mantas azules y su equipo de registro, sus paneles de signos vitales y sus almohadas esponjosas y suaves. 

Poco cambió en diez años... 

Divali estaba en una de las camillas, un parche de gasa blanca contrastando contra el marrón de su piel, adherido firmemente en su lugar por cinta. Había sido uno de los osos de confianza del padre de Nilak, valentía descarada en su alma rebelde, competía con un par de ojos conciliadores. La juventud de su cuerpo no coincidía con la que expresaba esa mirada, la de un oso aventurero con alma joven.

—¿Cómo se encuentra el paciente? —Preguntó, ignorando el tirón de nostalgia. 

—Con mucho dolor, y bien ganado lo tiene —respondió Vashty. Un gruñido malhumorado mientras estaba atenta a los indicadores. 

La doctora a cargo de la enfermería revisaba las lecturas del oso conectado mediante electrodos inalámbricos a un panel transparente que se alzaba en la parte superior de la camilla, detrás de la cabeza del oso. Había visto un par de veces a Vashty cuando ella era una de las enfermeras de Drys, la antigua doctora en jefe del clan.

Vashty era un pulso vibrante de poder que llegaba casi a mitad de los treinta, largo cabello cobrizo con un poco de ondulación hacia las puntas, llevaba su camisa negra sin mangas con el estetoscopio colgando del cuello, un par de pantalones deportivos color zafiro con una espiral en el bolsillo derecho. 

La tinta en la piel de su brazo dejaba ver un tatuaje especial, su señal de acoplamiento. La osa revolvió el pelaje, ese significado era algo agridulce para ella.

—Buen trabajo con la hemorragia subcutánea —Vashty le dijo, sus ojos grises enfocados en los datos del panel—. Este oso estaría menos sonriente si hubiera perdido más sangre.

Una risa pequeña y vieja. 

—Ese pedazo de madera no hizo mucho daño —Divali se jactó, una mirada oscura le reprendió desde el silencio—. Puedo más que esto.

Un oso polar era una fuerza difícil de torcer. 

La piel de Gala picó, la sensación por ahora sería tolerable, pero esto solo podría ser un indicio de que se pondría peor si no cambiaba pronto. Había una osa hambrienta de libertad en su mente y ella la estaba presionando hasta el borde. «Paciencia, resiste un poco más» la osa gruñó, su consciencia una caricia salvaje, a pesar del daño y el aislamiento, ella no luchaba, solo estaba ahí, atenta, quieta, a la espera de aparecer cuando la necesitase.




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