La mirada de Alexander era mortal de una forma terriblemente poderosa, una quemadura contra la piel que llamaba a su osa a la superficie solo para gruñirle, y tal vez mostrarle el pelaje...
No. Gala detuvo el tren de pensamientos, pero luego el león volvió a descarrilar sus sensaciones con una voz profunda que podía derretir el hierro sólido.
—¿Por qué lo hiciste?
Él tenía su codo y su antebrazo apoyados en la mesa, el cuerpo ligeramente inclinado hacia ella, la cabeza ladeada hacia la derecha, una melena rubia acariciando la suave piel del cuello. Alexander era tentación persuasiva con cada gesto que parecía descuidado e inocente, pero, no había nada de inocente en este león y ella lo sabía bien.
—Quería quitármelo de encima.
Una respuesta corta y seca. La mirada no se detuvo, el azul pálido centrado en ella.
—Y ahora lo verás durante una semana completa. Bravo.
La osa empujó para salir, frente a ella había un león dorado dispuesto a recibir sus garras.
—No estás ayudando.
—¿Por qué los odias tanto? —Preguntó, desviando la conversación en un giro inesperado para ella.
Cuánto deseaba que aprendiera a cerrar la boca...
Una boca de labios delgados, pero que se veían hambrientos...
Gala apretó la correa sobre la oscuridad en su mente, ella era una criatura de control firme, y no perdería los estribos por las provocaciones de un cocinero sinvergüenza, él tenía la culpa de todo esto, pensó, y luego la parte racional le hizo chocar los dientes. No podía cargar contra este león que había tenido el infortunio de estar en el lugar y momento equivocado.
Las cosas simplemente pasaron.
Pero ella no compartiría sus secretos, con nadie. Porque eso significaría echar a andar una conexión entre ambos que no podía permitirse, Gala estaba rota y no había forma de reparar el daño que tenía.
—Eso no es asunto tuyo.
—Cuando soy una especie de rehén..., si, lo es.
Un gruñido, una sonrisa. Dios... ¿Por qué tenía que tener esa clase de sonrisa que hacía temblar? El hombre jugaba sucio y no parecía arrepentirse de eso.
—Pero entiendo que hay cosas que no se pueden decir en cualquier parte —lógica pura en sus palabras, volvió su rostro serio cuando echó un vistazo alrededor—. Nadie se mantiene bien abrazando algo que duele.
Habló como si, en alguna parte dentro de esa mente afilada suya, Alex también estuviera roto. Pero eso solo debía ser una falsa percepción, los gatos eran expertos en engañar, y este hombre podía usar esa habilidad en su favor. Gala se aferró a las promesas del pasado, pero no pudo hacer que su osa retrocediera y cuando se encontraron en un contacto visual atronador, el color dorado del león era voraz.
—Tus ojos son hermosos cuando se ven negros.
Un susurro de aire en sus pulmones. Un corazón que podría desatarse en cualquier momento. La oscuridad en ella jugó con las palabras, los hombres que se enfrentaban a ella rara vez decían algo así, ellos podían ver que no era una cambiante normal, que podía matarlos en un respiro consciente, que no podrían controlarla nunca porque ella era libre. Los hombres se alejaban de ella antes de quedar destruidos por un poder desconocido.
Incluso en la coalición ninguno había intentado acercarse. Excepto Alex. O el radar de este león estaba defectuoso, o su poder oscuro no representaba algo de que preocuparse. Grave error si pensaba de esa forma.
—No empieces.
Una risa baja.
—Recuerda el plan, snow, somos una inusual pareja. Estamos juntos en esto.
Ella se quedó demasiado tiempo en el apodo, dentro de ella la osa gruñó.
—Vuelve a llamarme de esa forma, y te mataré mientras duermes.
Imposible, Alexander Thurman era inmune a sus amenazas. En lugar de retroceder el león pisó con fuerza en el terreno irregular que era esta incipiente relación diciendo:
—¿Quién te hará galletas de chocolate y maní, esos bollos rellenos de queso?
Gala bajó los colmillos. Desde que todo esto comenzó, había estado teniendo cambios parciales con demasiada frecuencia. Ella no mostraba garras ni colmillos, ni el cambio en sus ojos. Pero ya no estaba en Gold Pride, Icy Souls era un mundo de diferencia, no había razón para esconderse, al menos en parte.
—Cualquiera puede conseguir la receta.
Era prescindible.
Esa sonrisa, depredadora y afilada, toda dientes y sensualidad desmedida, se hizo grande.
—Pero nadie las hará como yo, estas manos —mostró las palmas—. Son mágicas.
Gala rodó los ojos.
—Si quieres conservar tu magia, entonces no me provoques.
—Lástima, no solo son buenas en la cocina.
Un guiño le tuvo a un pelo de callarlo, y no con un golpe. Pero aún cuando fue parte de este clan en el pasado, ella era reconocida por estar siempre en el control, su mal genio era algo heredado de su sangre groenlandesa. Los osos polares del clan más al norte guardaban eso como nota común, si bien era una simple reputación, había algo de verdad bajo sus venas. Sin embargo, por más que quisiera negarlo, debajo del pelaje había un corazón latiendo con el poder animal.
Y el corazón de Gala... Tenía capa tras capa de ira acumulada, pero en el núcleo estaba esa cosa salvaje que tiraba hacia Alexander. Debía ser porque el hombre solo era su compañero de coalición y ella se sentía acorralada al volver al clan Icy Souls. Sí, debía ser eso.
—¿Qué más me puedes decir sobre este clan? —Preguntó, su mirada azul vagó por los alrededores—. Si ya eres parte de Gold Pride, no creo que le debas nada a este, ¿no es así?
—No oficialmente.
Su mandíbula rígida frente al hecho frustrante, y la duda en los ojos del león que cambiaron al dorado intenso, listos para buscar la anormalidad que le inquietaba. Admitir sus verdades no era sencillo para ella, esto ni siquiera Patrick lo sabía, una parte se sentía horrible por mentirle a todos todo el tiempo, la otra, más primaria y fundida en su propia protección, susurraba viciosa que era necesario alejarlo.
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Editado: 04.11.2020