El golpe seco movió su pecho, un impulso que la hizo arquear la espalda, abrir los ojos y contener el jadeo porque sabía que no estaba sola. Un parche de cielo estrellado se dejaba ver por el tragaluz que hacía de techo, la oscuridad alrededor era sublime, tanto como la que ella tenía por dentro.
Estos despertares eran algo habitual para Gala, pero esta vez, estaba muy lejos de casa. Conteniendo un gruñido por ese hecho, Gala se levantó un poco en la cama usando los codos como apoyo. No había luz en la chimenea, el fuego parecía haberse apagado, eso no era bueno, tampoco el sonido débil de dientes chocando unos contra otros.
Saliendo con cuidado, se dirigió al sillón donde dormía Alexander y lo encontró de costado, enterrado entre un montón de mantas y aun con todo eso tenía temblores en su cuerpo. Había brasas encendidas en la chimenea, pero su calor no daba alcance suficiente. Debió haberlo sabido antes...
Confiar en que el cocinero podía adaptarse rápido solo era una ilusión, Alexander no era de este clima, ella sí, y por eso debía protegerlo. Fue un error de los dos caer en la trampa, pero Gala echó a correr primero.
Determinada a no hacer que continúe sufriendo por algo que pudo no suceder, Gala se puso de rodillas, y sus ojos se abrieron, con un poco de sueño Alexander frunció ligeramente el ceño mientras trataba de levantarse, Gala puso una mano en su frente, por fortuna su temperatura no estaba por debajo del límite peligroso.
—Y-yo..., ehm..., o-olvidé poner un leño más grande antes de dormirme.
Inclinando su cabeza hacia un costado, Gala le observó, en completa oscuridad, sin embargo, ella todavía podía ver esos ojos... Siempre estaban llenos de inocencia cada vez que la miraba, y un destello de deseo tan profundo que le calentaba la sangre, le hacía sentir especial, pero en el fondo... No creía merecer eso. Porque Gala tenía una locura diferente, no de esas que atraía a los hombres con sonrisas atrevidas y acciones inesperadas, no, su locura tenía dientes y garras, y podía lastimar con una facilidad que helaba los huesos.
Su osa... No había dejado pasar a ningún hombre después de...
—Estoy bien Gala.
Su voz arrastraba un suspiro tenue y fue suficiente para traerle de regreso antes de que tocara ese recuerdo amargo.
—Ahora sabemos que no puedes dormir solo, con esta temperatura.
—Gala, yo...
—Arriba —ordenó, con su tono de enfermera—. Vamos.
Movió las mantas para que pudiera ponerse de pie, luego lo tomó de la mano, su piel se sentía tan fría pero su mirada estaba llena de un calor que parecía nunca acabar... Gala tiró de él para que le acompañara hasta la cama, con cuidado le quitó el gorro, su melena rubia se movió libre.
—Quítate el suéter.
Entre temblores, Alexander se deshizo del suéter negro y lo arrojó al sillón.
—También las remeras.
El pecho desnudo del hombre apareció para hacer que las yemas de sus dedos picaran y sus músculos internos se volvieran apretados. Gala respiró, firme aroma masculino...
—No —dijo cuando las manos de Alex viajaron a la cinturilla del pantalón térmico.
Gala apuntó hacia la cama. Él entendió y se metió debajo del cobertor pesado, ella hizo lo mismo del otro lado, pero procuró quedarse cerca de él. En su mente repetía una y otra vez que esto solo era un detalle técnico, una medida específica para que las bajas temperaturas no dañaran al león, necesitaba repetirlo, para creerlo.
Gala extendió una mano en el pecho de Alex, donde latía su corazón, rápido y seguro. El calor partió de ella para encontrarlo, pronto sus temblores se fueron y su respiración volvió a ser tranquila, Alexander se movió más cerca, tomándola por la muñeca con un agarre delicado, dejó la mano de Gala en su cintura. Calor y músculos tensos, una mirada que le encontró en la oscuridad y le sonrió, a ella, a su locura con forma de osa polar fieramente destructiva.
—Las cosas van a mejorar —murmuró, con un lento parpadeo—. Tienes un corazón grande.
Y con eso, el gran gato se durmió, el color cristalino ocultándose con la cortina de sus párpados. Era una criatura de gran belleza y poder. Desde la fuerte línea de su mandíbula que descendía en un firme ángulo afilado hasta su barbilla, hasta las cejas definidas que bordeaba por encima de sus ojos, esa boca de labios delgados que revelaban un hoyuelo pequeño en su mejilla izquierda cuando sonreía... Alexander era un buen ejemplar de hombre, un buen cambiante.
Los leones eran buenos para acurrucarse y dormir, durante su tiempo en Gold Pride Gala los había visto descansar a la sombra de los árboles en pequeños montones, la siesta de la tarde era un momento sagrado para ellos, pero nunca había estado con uno, tan cerca, mucho menos en forma humana.
Alexander era el último león con quien esperaba compartir una cama para dormir, pero haciendo a un lado su orgullo... Gala se sentía segura con él, escuchar su respiración tranquila que movía lento su pecho arriba y abajo, el latido de su corazón que era como una extraña música que llevaba a su osa a acurrucarse más, compartir su calor y saber que estaba a salvo del mortal abrazo del frío... Era una experiencia intrigante, perjudicial para sus defensas y sobre todo... Le hacía sentir que mientras él estuviera bien aquí, ella podría estarlo.
Porque Alexander le había dejado claro en muchas ocasiones que cuidaría de ella sin importar si le correspondía o no, era una muestra de cuan devoto podía ser, cuan protector... Estaba ahí para quien lo necesitara, todo sin pedir nada a cambio.
—Tú eres el que lo tiene —murmuró luego de un tiempo viéndolo dormir—. Yo no.
Para cuando Gala cerró los ojos, sus pensamientos y emociones turbulentas contenidas con el firme calor de este hombre, el parche de cielo estrellado fue tapado por una cortina de nubes...
A la mañana siguiente no hubo silencio incomodo entre ellos, como si fuera completamente correcto haber compartido cama por la noche, y Alexander no dijo nada al respecto, tampoco hizo una jugada para acercarse a ella, tan solo se puso más abrigo, cubriendo la piel expuesta que hacía que sus dedos picaran.
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Editado: 04.11.2020