El corazón de Gala empujó contra sus costillas, duro y fuerte, como si lo hubiesen golpeado desde adentro, un dolor sordo en su pecho, y el movimiento de la oscuridad presionando sus garras se convirtió en una punzada filosa cuando volvió a los recuerdos.
Una respiración irregular le hizo regresar de nuevo, Gala despegó la mirada de la imagen en la pantalla del anotador digital, bajó a la significativa unión que sostenía su cordura. Viendo que le estaba causando dolor a un hombre que seguía ahí a pesar de todo, respiró, mirándolo de frente. Alexander no mostró ni un ápice de sentir dolor, pero ella sabía en el fondo que debía aflojar el agarre.
Cuando volvió a la imagen que desató el baúl de sus recuerdos, la mirada de Alexander no se despegó de ella. En algún momento tendría que decirle lo que había pasado hace diez años, pero ahora sus fuerzas se escapaban a una velocidad a la que no podía seguirle el paso. Debía manejar esto, debía parecer normal, debía aferrarse a la idea de que su gemela continuaba muerta, sus huesos en alguna parte de las aguas que separaban Dartmouth de Halifax.
Pero no podía escapar de la realidad, y mentirse a sí misma solo empeoraría las cosas, porque ahora sabía que la otra mitad de ella, a la que había pensado rota y perdida para siempre, estaba viva. Le costaba creerlo, pero la mujer en la imagen era su copia exacta.
—¿Por qué tomaste la fotografía? —Preguntó tras aclararse la voz.
Prestó atención a Aubrey, porque necesitaba distraerse para evitar que el llanto la desbordara. Lo sentía detrás de los ojos, ardiendo y picando, acompañando el dolor en su corazón y los gritos en su mente.
—No fue para tomarla a ella —respondió Aubrey, sus grandes ojos abiertos a ella—. Estaba en una cafetería esa tarde, el sujeto en la camioneta azul —apuntó—. Me siguió, le saqué la fotografía para buscar a alguien que supiera su identidad o hiciera reconocimiento.
Gala volvió a la imagen, sus labios temblando, su corazón acelerado. Shila estaba frente a un cruce de calle peatonal, esperando la luz verde del semáforo, su rostro idéntico apuntando hacia la izquierda, mismo cabello ondulado color castaño oscuro, mismo tono de piel más claro que la canela. Vestía un saco verde oscuro que le llegaba hasta las rodillas, una boina negra en la cabeza y una bufanda gris en el cuello. Pantalones negros y zapatos bajos del mismo color. Tonos demasiados discretos para una mujer que en su juventud amó el brillo y el color.
Los ojos de Gala viajaron a la camioneta de doble cabina color azul, estacionada cerca de la mitad de la cuadra opuesta al sitio donde se tomó la captura, había varias tiendas de ese lado por lo que tal vez se encontraba en una de las manzanas comerciales de la ciudad. Por la opacidad de la ventanilla no se podía distinguir los rasgos del ocupante, pero se trataba de un hombre adulto, corpulento, cuya atención aparentaba estar en la calle.
Solo con eso no se podía asegurar que estuviese siguiendo a Aubrey, pero siendo mujer también comprendía la sensación de inseguridad. Gala no había experimentado mucho de eso, habiendo vivido toda su vida en el núcleo protector de un clan cambiante y de una coalición, siempre estuvo consciente de que estaba a salvo. Sin embargo, las mujeres humanas no contaban con ese nivel de protección fuera de sus familias. Los humanos solo cuidaban de sus propias vidas, y si tenían un poco de empatía, cuidaban de los demás, pero la regla general era no meterse en los asuntos de desconocidos.
Y para cualquiera que no conociera a Aubrey en profundidad, ella no tendría importancia.
—¿Tienes familia?
La mirada de Aubrey bajó, escondiéndose ente sus largas pestañas oscuras.
—Tenía.
—¿Qué pasó? —Alexander preguntó.
Su voz profunda envió un escalofrío a través de la espina de Gala, volviendo con los círculos con la yema del pulgar sobre sus dedos, a recordarle que estaba ahí.
Puedo amar tu oscuridad...
Las palabras que le había dicho en el claro del bosque, bajo la luz del sol que lo fascinaba y entre el abrigo de sus brazos, se convirtieron en fragmentos de hielo que dolieron pero que también alimentaron su esperanza.
—Ellos creen que estoy muerta.
La simple respuesta llena de resignación y un sentimiento afligido, hizo que la oscuridad de Gala se deslizara todavía más cerca del límite. Y por un momento, deseó poder haber protegido a esta mujer de sus perseguidores, pero ese pensamiento se desdibujó y apareció la tentadora idea de destruirlos hasta que no quedase nada más de ellos, hasta que no pudiesen hacerle daño a nadie más.
—Lo lamento —dijo Alexander, profundizando los círculos.
Gala tomó aire.
—Gracias. —Aubrey comenzó a jugar con sus dedos, su mirada todavía en la alfombra—. Pero creo que es lo mejor —continuó, encogiéndose de hombros—. Que crean que me quemé viva en la explosión.
Gala no pudo contener el gruñido que escaló desde la parte más profunda, uniendo los puntos para llegar a una terrible conclusión. Imaginó a Aubrey caminando hacia una trampa mortal elaborada con frialdad asesina por sus perseguidores, su propio hogar se habría convertido en un infierno, su tumba.
—Pero sobreviviste.
—Apenas... El fuego me alcanzó, envolvió mi cuerpo, salí corriendo. Mi casa estaba cerca del mar. La casa explotó detrás de mi.
—¿Cómo terminaste en Halifax?
—Un bote de pescadores estaba cerca, me vieron en el agua. Les pedí que me llevasen a un hospital en el otro lado.
Pobre mujer, pensó Gala.
—Tu cuerpo...
Aubrey asintió, sus hombros apretándose más, su figura pequeña y frágil.
—Me atendió uno de los tuyos en el hospital —dijo, levantando la cabeza, su cabello en un ligero balanceo—. Un doctor, le dije todo y me dio ayuda más allá de las quemaduras. De haberle dicho a un médico humano me habrían enviado de regreso a Dartmouth.
Y eso habría sido un error fatal para ella...
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Editado: 04.11.2020