Beso de Hielo [serie Gold Pride 2]

Capítulo 27

 

Todavía estaba oscuro cuando Gala abrió los ojos, no se escuchaba nada más allá del sonido del lago. Nada. Y este tipo de silencio vino acompañado de una sensación que aplastaba su pecho, ella soltó un suspiro aferrándose a las mantas que cubrían su cuerpo, había soñado y esta vez fue demasiado real como para ignorarlo, darse vuelta en la cama y volver a dormir. 

Gala no quería cerrar los ojos, porque sabía que si lo hacía, lo vería ahí.

Orbes de color verde mirando hacia la nada, el dueño de esos ojos bajo un charco de sangre, su cuerpo desgarrado y al borde de morir.

Gala podía sentir el sabor de la sangre caliente, tanto que sus garras picaban en las yemas de los dedos y la oscuridad se arremolinaba dentro de ella, como si estuviera orgullosa por lo que había hecho en el pasado. 

Lágrimas pincharon sus ojos, acumulándose en los bordes. Si estuviera en la quieta soledad de la habitación privada de la enfermería en Gold Pride, podría darse el gusto de derramar toda el agua que quisiera y nadie lo notaría. Pero no estaba en la enfermería, esta no era su cama individual y no estaba sola.

No estaba sola.

Eso debería haber ahuyentado el llanto que empujaba por dentro, sus labios temblaban y tenía la garganta como arena caliente. Tratar de mantener la calma era más difícil, y no entendía por qué. Tragando el nudo de amargura que se cernía sobre ella, intentó recordar la cena con las cinco mujeres que continuaban viendo a Gala como una de sus amigas, el sentimiento apretó su corazón.

Gala los había abandonado, ¿por qué nadie le reclamaba nada? ¿Por qué nadie le odiaba? Todos le recibían con los brazos abiertos en cualquier parte, sabiendo lo que había hecho, la sangre en sus manos que todavía no se iba. A veces podía sentirla, el liquido espeso y correoso como el aceite. Gala observó la pared frente a ella, en la quietud de la noche, esperando que estas sensaciones le abandonasen por su cuenta. Pero conforme pasaban los minutos, ella pensaba más y más, en su gemela, en la rabia, la oscura necesidad de vengarse que por poco acabó con la vida de quien creía culpable. 

Apretó un puño mientras respiraba de forma entre cortada. La oscuridad dio giros turbulentos mientras recordaba, la forma en que Nilak la arrastró lejos del cuerpo desgarrado de Imnek, gritando que recuperara el control, inmovilizando sus manos al tomarla por las muñecas. Gala lo había insultado de mil formas posibles mientras luchaba por regresar y terminar con su tarea. 

Pero Nilak envió un pulso de energía a través del vínculo de sangre que la hizo perder la consciencia. 

¿Imnek habría muerto? 

Preguntarse eso hizo que su pecho se apretara más, podía esperar cualquier cosa después de comprobar que su gemela estaba viva. La presión se convirtió en dolor, dolor que se cerró alrededor de su corazón y le hizo temblar. Entonces, Alexander se movió detrás de ella, reforzando el agarre que mantenía sobre su cuerpo. Él tenía un brazo rodeando su cintura, el otro extendido de tal forma que se convirtió en una almohada para su cabeza. 

Gala tenía su espalda contra el pecho de Alexander, su olor, su calor, le envolvían más de lo que las mantas sobre ella podrían haber hecho. Gala lo vio acomodarse más cerca, amoldando su figura en un encaje perfecto, la dureza del cuerpo masculino le hizo sentir protegida pero no era suficiente para hacer que la imagen que retuvo del sueño desapareciera por completo. 

Seguía ahí, esperando por ella para atormentarla cuando cerrara los ojos. Gala tembló y esta vez, las lágrimas escaparon y ella tuvo que limpiarlas de inmediato para que el olor salino no despertara los sentidos del león junto a ella. Demasiado tarde, fueron los movimientos bruscos y torpes los que hicieron que Alexander diera un gruñido bajo y volviera a apretar su cuerpo de una forma perezosa. 

No volvió a dormirse esta vez, y ella estaba tan sensible que hasta podía escuchar sus parpadeos. Alexander movió la cabeza, besando su cuello y murmurando algo que no llegó a entender, sus labios fueron a su hombro. Volvió a gruñir. 

—Todavía es de noche —dijo, su voz ronca fue un pulso eléctrico que le hizo morderse el labio inferior—. Duerme. 

No podía, no quería. El miedo de volver a verlo en sus sueños era demasiado grande y eso la hizo sentir débil. Gala no sentía miedo, era fuerte, debía serlo. 

Alexander volvió a mover su cuerpo, presionándose contra ella levantó su cabeza y susurró en su oído:

—¿Por qué lloras? 

—No estoy llorando. 

Alexander empujó su nariz contra su piel, respirando contra su cuello. 

—Dime —insistió. 

La orden hizo que su osa polar, hecha un ovillo en su mente, levantara la cabeza para gruñir, era ella quien daba las ordenes. Pero entonces Alexander ascendió con su mano por la curvatura de su cuerpo, hasta el brazo y se detuvo en el hombro para tirar, con gentileza, buscando que se diera vuelta. Gala lo hizo, porque negarle algo a este hombre solo le daría un motivo para ser más persistente en conseguir lo que quería, y Alexander quería verla. 

No su cuerpo, no lo físico, sino aquellas cosas que prefería mantener alejadas de él para evitar que perdiera esa forma de mirarla, como si Gala fuese una criatura de ensueño, ella no quería que esa mirada se transformara en lastima o decepción. Pero cada muro que levantaba era demolido por este león que no le dejaba sola. 

«No tengas miedo de decirme las cosas que guardas en tu corazón» 

El eco de las palabras que le dijo mientras le abrazaba en la cocina alejó los temblores de su cuerpo, Gala giró completamente y se enfrentó al brillo dorado de sus ojos. 

—Ahí está tu gato —dijo, inquieta y curiosa por el pulso silencioso de poder en Alexander. 

—Y está encantado de verte —respondió, su voz lánguida, con restos de cansancio—. Ahora dime. 

Alexander llevó una de sus manos al cuello de Gala, áspera por las incontables horas que pasó cocinando con ellas, con el pulgar trazó la línea de su mandíbula, el contorno de sus labios, mientras Gala trataba de encontrar las palabras que no querían abandonar su boca. Prefería observarlo, hundirse en el encanto de este cambiante que hacía todas las cosas correctas para impedir que ella se alejase como de costumbre, demasiado hermoso, demasiado irreal. 




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