Beso de Hielo [serie Gold Pride 2]

Capítulo 30

 

La guardería era un mundo aparte rodeado por la misma estructura con la que estaban construidas todas las demás cúpulas, paneles triangulares de cristal con uniones de acero, la diferencia era que esta cúpula estaba llena de colores brillantes, cojines desparramados por el piso de alfombra roja, mesas y sillas pequeñas en donde se acumulaban grupos de cachorros a pintar y dibujar, otro grupo jugaba con cubos de madera apilándolos en torres que otro niño derrumbaba solo porque verla caer le daba gracia a pesar del enojo del resto.

En otro lado había cachorros meciéndose en caballos de madera, otros trepando por las escaleras de un mini tobogán amarillo, y otros jugando en forma de oso polar derribándose los unos a los otros.

Era una explosión de alegría, color, juventud y ternura salpicando en todas direcciones, como un bombardeo frenético que abrumaría a cualquiera, pero no a un león. Alexander daría su sangre por estos pequeños aunque no conociera ni sus nombres, era como una ley instintiva grabada en la parte más profunda de su corazón, los cambiantes leones protegen a los cachorros, sean propios o ajenos. 

Él no tardó en ser el centro de atención, y no precisamente eran miradas de cachorros las que tenía encima. El lugar estaba bien proporcionado con hombres y mujeres al cuidado de los grupos de cachorros, adultos quienes atendieron cada uno de sus movimientos mientras seguía a Yala por la guardería. 

—Gat —dijo Tayuk, extendiéndole los brazos para que Alexander lo agarrara—. Gat, iba.

Pidiendo permiso con la mirada a Yala, y solo cuando la mujer rubia lo aprobó, Alexander tomó al niño en brazos. El pequeño de ojos negros chilló extasiado cuando dio un par de vueltas y fingió un gruñido para él, extrañaba estar con los cachorros de la coalición, pero esto no se comparaba con nada. Alexander podía estar tan cómodo aquí como en cualquier cocina.

—Me agradas niño —le dijo, Tayuk intentaba tocar sus colmillos con los dedos—. Pero no se juega con los dientes de un león, podría morderte. —Le agarró el dedo índice con cuidado y brotó la risa infantil del niño..., y un par de gruñidos—. De verdad eres valiente.

—A esta edad es raro que sientan miedo de cualquier cosa —dijo Yala, cruzada de brazos frente a él—. No saben distinguir lo bueno de lo malo. Ven Tayuk, el señor gato tiene cosas que hacer.

—¡Gat! —Chilló el cachorro con una mueca cuando Yala intentó agarrarlo, y se sujetó fuerte del cuello de Alexander.

—Obedece, cachorro. —Alexander moduló su voz, el niño se apartó y lo miró con grandes ojos negros—. Ve a jugar con tus compañeros.

Logrando que se despegara, no sin antes emitir un gruñido pequeño que derritió su núcleo de ternura, Alexander lo entregó a Yala, de haber querido se lo habría quedado por más tiempo, pero por la forma en que la chica rubia había hablado tenía un asunto serio que tratar. Su león estaba inquieto y curioso y frenético por el ruidoso ambiente.

—Bien, a ti te gusta subirte a los caballitos —Yala le habló con un tono dulce mientras lo llevaba al otro extremo de la guarida y lo subió con cuidado a uno de los caballos—. Buen chico, no vuelvas a escaparte.

Tayuk lanzó una risa estruendosa cuando Yala le dio un ligero empujón para comenzar a mecerlo, luego regresó junto a Alexander.

—Hay que ir a un sitio más privado —dijo, y le hizo un movimiento apuntando a una zona apartada y libre de objetos.

Había bocas de túneles abiertas y pintadas de colores brillantes.

—Por aquí bajan los cachorros, pero los adultos toman las escaleras.

Movió un círculo de alfombra amarilla revelando otra apertura rectangular con una manilla, Yala tiró de ella y levantó la apertura revelando la entrada con las escaleras verticales. Alexander tragó su disgusto mientras la veía bajar.

—¿Ustedes son topos u osos polares? —Se quejó una vez estuvo abajo.

—Cien por ciento osos —respondió Yala mientras subía para cerrar la apertura de este lado—. ¿Tienes alguna clase de claustrofobia o algún miedo con lo subterráneo?

No era una acusación, pero aún así Alexander se puso tenso y retrocedió, sentía las garras apretando cada órgano por dentro, la ansiedad pinchando los bordes.

—No, solo me parece extraño.

Necesitaba una distracción para evitar que los síntomas aparecieran, ya su temperatura estaba subiendo a medida que observaba el entorno bien iluminado, los toboganes llegaban hasta el suave piso de cerámica blanca, el espacio era un círculo amplio con macetas y plantas de todo tipo en los bordes.

—No entiendo cuál es la sorpresa, los lobos también tienen sus guaridas bajo tierra. —Yala hizo una mueca y luego sacudió la cabeza, los rizos rubios rebotaron—. Pero ellos excavan a través de las montañas, como los pardos.

Alexander se acercó a una de las plantas, crecía y se elevaba alrededor de un palo clavado en el centro de su maceta, debía ser del tipo que requería un punto de apoyo. Sus hojas eran grandes, anchas y en forma de corazón, con bordes de color violeta. Una planta extraña.

—Supongo que me he acostumbrado demasiado a mi estilo de vida.

Encerrado en una cocina la mayoría del tiempo, pero en la superficie.

—Los gatos son tan raros...

Alexander sonrió por la mueca de Yala, su tensión se alivió, al menos un poco.

—Ven, por aquí.

Siguió a Yala por un pasillo con igual iluminación, con paredes de vidrio que exponían las piedras y la tierra, Alexander podía ver las raíces de las plantas y también los surcos y pequeños túneles hechos por algún insecto. El pasillo era estrecho y largo, y al final se conectaba con una apertura semi circular. Le recordaba a la zona privada donde tomaban el almuerzo los adultos mayores del clan, tal vez Yala le estaba dirigiendo a un sitio similar.

—¿Me dirás qué es lo que estamos haciendo?

Yala lo miró de reojo un momento largo e incómodo.

—Huh, eres un león bastante dócil.




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