Eleine se sentó en la cama bajo el abrigo de la oscuridad, no podía dormir, estaba demasiado inquieta como para poder alejar su mente del problema que Tanya le había planteado. Pero más allá de su inquietud, yacía un nuevo tipo diferente de miedo.
Ella había dejado de sentirlo gracias a Caleb, su lobo en piel humana que no perdía la oportunidad para repetirle lo valiente y fuerte que era, pero ahora estaba reapareciendo, demasiado vibrante y estremecedor como para hacer la vista a un lado e ignorarlo. No podía. Giró para poder mirarlo y en el movimiento su lacio cabello negro terminó por caerle en la espalda. Caleb era tan hermoso cuando dormía, tan pacífico como las suaves ondulaciones de una laguna tranquila.
Era afortunada por tenerlo, era suyo, su corazón estaba rodeado por esa energía protectora extraña, fuerte y pasional, su lobo la envolvía y cuidaba desde adentro hacia afuera. El vínculo entre ellos era algo que escapaba a toda lógica con la que creció y sin embargo... Lo adoraba.
Amaba sentir este nivel de conexión tan íntima que superaba a las relaciones humanas, tan simples.
Varias cosas giraban a la vez dentro de ella mientras observaba a su compañero, eran como susurros apremiantes que no le dejaban descansar. La prioridad número uno al despertarse de noche siempre había sido su cachorro, Eddie. Fue así que bajó de la cama de la forma más silenciosa posible, aunque consciente de que el lobo de Caleb sabría en todo momento donde estaba incluso medio dormido.
Era una parte que había aprendido a aceptar, a pesar de ser un latente Caleb era tan lobo como sus compañeros de clan. Sonrió, la ironía de todo esto seguía golpeando por dentro pero era como un canto dulce y alegre al mismo tiempo, justo como las caricias y palabras de su compañero. Una vez, había odiado y temido a los lobos tanto como para exponer información crucial que habría supuesto la ruptura de un clan, y la primera onda expansiva en las aguas calmas de la raza cambiante.
Ella creía que hacía lo correcto en ese entonces, tenía el propósito fijo de proteger a la raza humana del enemigo visible con el que vivían lado a lado. Pero eso solo era una ilusión que envolvía el miedo instintivo, la necesidad de no volver a pasar por lo mismo otra vez.
Eleine se cerró a esos pensamientos amargos cuando entró a la habitación pintada de color celeste y adornada con estanterías blancas y cojines de colores de Eddie, sintió un nudo apretar su pecho al ver a su hijo, él era tan cambiante como ella una mujer humana. Y sin embargo Eddie era como cualquier cachorro, alegre, un poco salvaje, inocente y libre de prejuicios.
Eleine no pudo evitar recordar, había cometido el error de generalizar y diseminar su odio hacia personas que morirían antes de dañar a los inocentes; como el pequeño que dormía tranquilo en su cama.
Edward, Eddie para abreviar, ya tenía cinco años y medio, era un lobezno de cinco meses esponjoso y tan adorable que dolía solo verlo jugar. Dormía abrazado a un perro de peluche que le había regalado su tío Seth. El hermano de Caleb estaba rodeándolo de tantos mimos y juguetes que pronto este niño daría problemas, eso mostraba cuan feliz estaba Seth con su sobrino, lo amaba y lo protegía con garras y dientes. Igual que su padre.
Los cambiantes protegían a los niños y jóvenes, mujeres y ancianos, fueran de su raza o no. Era una verdad grabada en piedra. A pesar de que los humanos los cazaban, vendían y asesinaban sin sentir misericordia ni piedad, sus corazones seguían viendo el lado bueno y luminoso, sus instintos preservaban su humanidad intacta.
Caleb daría todo para proteger a Eddie, y Eleine también. Pero llevaría ese conocimiento instintivo más allá de su creciente familia, porque Tanya le había dicho que dentro de su raza se gestaba algo perverso, más cruel de lo que nadie habría imaginado. Nadie estaba preparado para esto.
Viendo a su único hijo dormir sin preocupaciones mientras se reclinaba en el umbral de la puerta, Eleine cerró los ojos cuando Caleb la abrazó por detrás y hundió la nariz en su cuello. Dio un gruñido áspero al tomar su olor en una larga respiración que sensibilizó su piel. Todo su cuerpo latió, reconociendo el calor intrínsecamente masculino de su compañero.
Porque lo era, a pesar de que no estaban emparejados, lo sentía.
—¿Sigues preocupada? —Su voz era baja, profunda y lánguida y con un arrastre delicioso que mostraba que todavía estaba somnoliento.
—Sí —admitió, porque prometió no volver a mentirle.
Su corazón estaba abierto por entero para él.
—Tienes miedo —Caleb apretó más su cuerpo, apoyando la barbilla en su hombro mientras sus intensos ojos azules estaban atentos a la respiración de su cachorro.
Cada vez que actuaba así de protector... Le derretía por dentro.
—No voy a negar que lo que Tanya me dijo es algo difícil de digerir.
—No debe ser posible —su voz se tensó, pero luego bajó al nivel de un murmurllo—. No tiene que ser posible.
Eleine quería estar de acuerdo con eso, pero había tantas pruebas apuntando a una sola causa que ya no se trataba de una coincidencia, sino de una posibilidad. Y si era sincera con ella misma... Le aterraba.
—Tanya se siente de la misma forma —respondió, recordando el penetrante miedo imbuido en sus ojos cuando hablaron por vídeo llamada.
Algo lógico para cualquier médico, pero esto les llegaba a un punto más profundo porque ambas estaban vinculadas. Una chispa se encendió dentro de ella al pensar en eso, jamás habría esperado que su mejor amiga terminase unida a un cambiante Alfa, con lo inquieta e independiente que era Tanya...
Pero ella estaba feliz, la última vez que hablaron cara a cara, Tanya le había dicho que Gold Pride era su lugar en el mundo.
—Lo sé —la voz de Caleb se oyó ronca—. Cualquiera se sentirá así, incluso sin estar vinculado.
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Editado: 04.11.2020