Durante años Alexander se preguntó como sería formar un vínculo con otra persona, había imaginado sensaciones a través de las experiencias de otras personas cercanas a él, incluso se había tomado el atrevimiento de preguntar a las parejas vinculadas de la coalición cómo habían formado sus vínculos, qué habían sentido. Algunos se mostraron cooperativos, otros solo le respondieron con un no muy amable «Asunto privado, ve a incomodar a otro»
Pero con todo eso, encontró un montón de versiones diferentes, ninguna igual a la otra y cada una le parecieron tan asombrosas como intrigantes.
Y nada de eso se asemejaba a lo que sentía, a lo que tenía adentro.
Como el océano.
Impredecible.
Incontenible.
Inmenso.
No había forma de que pudiera describir perfectamente la energía de Gala, pero era una persona que vivía con la intensidad de una tormenta aunque el exterior solo se viera su calma.
Y se sentía... Como un oleaje de la fuerza indomable que rodeaba su corazón en un manto apretado latido a latido. De vez en cuando las vibraciones de aquel oleaje energético se diseminaban por su sangre hasta que sentía pequeñas reverberaciones por todo su cuerpo. Su piel se erizaba. Y el vínculo en su cabeza era mil veces más enigmático que aquello que envolvía su corazón.
Un pulso de luz blanca en cuyo interior abrigaba un núcleo de un color glacial, pero no era frío, ardía con la vida misma de la mujer que ahora vivía en él.
Era suya ahora, tenía su olor en su piel. La marca fue tan evidente que le llovieron felicitaciones cuando bajó a la cocina de Aidal, el jefe de cocina lo había abrazado e incluso hizo algo que aún no comprendía; lo invitó al almuerzo en el muelle gastronómico de Halifax.
El hombre pocas veces se había tomado un día libre «esta es una ocasión especial, realmente admiro tu coraje, chico» no sabía si lo decía con lástima o un sentimiento real.
Ahora, estaban en la plataforma flotante sobre las aguas de la bahía Bedford, al oeste de la ciudad, la estructura se sostenía con pilares de madera anclados al lecho marino y tenía dos muelles de conexión con la costa rocosa, más allá estaba el parque Africville. Había dieciséis puestos de comida regional, donde abundaban los olores marinos, totalmente desconocidos y que llevaban su curiosidad al límite.
Aidal le había dado un recorrido mientras le explicaba qué cosa era qué y cual era la mejor manera de prepararla. Los productos del mar eran protagonistas en todos los menús, donde fuera que se detuvieran.
—¿Nunca has probado algo del mar? —Aidal le preguntó, habían ocupado un sitio junto a la valla de contención del muelle, de cara a la costa, porque los asientos distribuidos de a dos frente a los locales de comida ya estaban abarrotados.
A pesar del clima frío y nublado, la gente no dejaba de venir a este sitio. Las razones eran bastante buenas.
—Vivo tierras adentro, lejos del mar. He probado salmón, truchas y algunas variedades de percas, pero esto... Mmmm, es muy bueno.
Salado, jugoso y con una consistencia cremosa, la sopa de camarones había sido su plato de muestra favorito durante el recorrido así que fue lo que pidió cuando Aidal le preguntó.
Se imaginó trayendo a Gala hasta aquí para ver su opinión sobre la comida de este sitio.
—Hecho a mano y ambientalmente amigable —dijo Aidal con orgullo, raspando su recipiente con la cuchara de metal, había pedido sopa de mejillones.
—¿Por qué me trajiste aquí?
No era que sospechara algo del hombre, le agradaba, tenían un montón de cosas en común, pero podría haber escogido a alguien más para pasar su tiempo libre. Y Alexander aceptó solo porque Gala estaba en el otro lado de la ciudad atendiendo un encargo.
Aidal se veía diferente fuera de la cocina, tenía una ligera tensión que mantenía a al león de Alex en alerta. Era extraño verlo sin el delantal cubriendo toda la parte frontal de su cuerpo robusto y alto. Ahora vestía una chaqueta negra abierta, debajo una camisa de algodón roja, vaqueros y zapatillas.
Casual.
Mientras que Alexander parecía listo para un viaje por los polos. O al menos así se sentía por las miradas de los visitantes y el estilo común de vestimenta en ellos, más ligera. ¿Tal vez porque estaban acostumbrados a este horrible frío? Toda su ropa era térmica y un poco gruesa. «No puedes salir con menos de esto» le había dicho Gala después de desayunar juntos la mañana siguiente a su cena privada, consciente de que se quedarían hasta tarde en el salón subterráneo Alex había guardado ropa de abrigo para ambos «Hay ocho grados bajo cero afuera, y se mantendrá así» El termómetro integrado en su reloj de pulsera —regalo que Yala había deslizado secretamente en su mano cuando lo encontró solo una hora antes del mediodía—, marcaba cinco grados bajo cero.
—Esto todavía no lo he comentado con nadie —respondió, girando su rostro hacia Alex, el marrón de su piel se hizo mucho más profundo—. Y me gustaría que guardaras el secreto.
Intrigado, Alexander confirmó con un gesto.
—Estoy pensando en dejar Icy Souls.
Abrió los ojos, sorprendido. El rostro de Aidal estaba triste y tuvo que desviar la mirada al horizonte, las tierras del otro lado de la bahía. «Un oso jamás abandona un clan blanco, porque no hay otro sitio más seguro en el mundo» era una verdad tallada en piedra que Gala le había dicho una noche cuando le contó sobre su escape. La familia de Imnek había enviado por ella, creyendo que había perdido la cordura y que lo que había hecho había sido un acto de emoción violenta.
Ella escapó porque no le quedaba nada, pero Aidal...
—¿Por qué? —Preguntó, girando medio cuerpo para apoyarse contra el borde de madera.
El hombre dejó salir un largo suspiro, estaba cansado.
—Siento que este clan se está hundiendo, me duele verlo así, aislado y fragmentado. Ya no es el mismo sitio donde crecí.
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Editado: 04.11.2020