Sacudiéndose el frío del cuerpo cuando bajó a la extensión subterránea de la enfermería, Gala tomó una respiración profunda. Se sentía más estable que nunca y eso solo podía atribuirlo al vínculo. Sonrió por un breve momento, luego atravesó los pasillos luminosos y brillantes.
Debía revisar el estado de Taorana, según el reporte de Vashty, la mujer quería verla.
Llegó al área de habitaciones privadas diez minutos después
La mujer estaba sentada en la cama, su voz apenas audible le concedió el permiso de entrar. Sintió pena por ella, su cuerpo tenía ligeros temblores y su mirada estaba vacía, como si fuera un cascarón. Estaba descalza y vestida con un pantalón de franela azul oscuro y una camiseta de algodón gris.
—Hola Tao.
—Sialuk.
Ojos atormentados la cruzaron de frente, el verde sin brillo.
—Necesito hacerte una revisión de rutina.
Taorana hizo un leve gesto. Y Gala comenzó con la tarea.
—Mi cuerpo responde —murmuró la mujer después del largo silencio—. Es lo que hay adentro lo que está roto —llevó un puño al pecho y se dio un golpe.
Heridas emocionales, pensó Gala. Los rompimientos vinculares podían quebrar el espíritu de un cambiante oso polar, de cualquiera en realidad, pero algunos eran más sensibles que otros. Si ella perdía a Alexander... No sobreviviría.
—Sialuk.
—Dime.
Usando el estetoscopio para comprobar sus pulmones al ubicarlo en la espalda de la mujer, esperó.
—Puedo sentirlo —palabras angustiadas, al borde de romper en llanto—. Puedo..., yo..., lo siento. ¿Lo han encontrado?
Al saber que la agitación de su respiración solo era por la angustia, Gala se movió para poder ver su rostro. Taorana había perdido peso, tanto que los huesos de sus pómulos se marcaban contra la piel pálida y sin brillo, sus mejillas se habían hundido un poco.
—Sí —respondió, insegura si debía contarle todo lo que sabía.
Los labios agrietados temblaron mientras trataba de pronunciar:
—¿V-vivo?
Gala asintió. Taorana se aferró al edredón gris de la cama, los delgados huesos, los tendones tensos, empujaron contra la piel. Pobre mujer, pensó Gala, y al ver con cuanta facilidad podían quebrar a un cambiante, la oscuridad hirvió en sus venas, ni siquiera rodeada por los hermosos zarcillos de luz de oro de Alexander podía dejar de pensar en cazar y matar a los responsables de esto.
—Quiero verlo —dijo, con una demanda que no dejaba lugar a recibir una negativa.
—Eres inestable. Y él no puede recibir visitas.
El verde pálido fue engullido por un negro profundo, como el carbón, esquirlas rojizas en los bordes.
—¿Por qué no?
La oscuridad de sus instintos giraban, gritaban y golpeaban para salir. Esta mujer quería ir con su pareja vincular, ¿quién era ella para evitarlo?
—Está sedado, no tenía conocimiento de sí mismo cuando lo encontramos, estaba en shock.
Taorana arrastró los pies por la cama para sentarse en el borde.
—Tengo que verlo.
—Taorana...
—No —gruñó, buscando sus pantuflas—. Estás vinculada —agregó con prisa furiosa—. Ahora lo entiendes ¿verdad? Querrías hacer lo mismo en mi lugar, si fuera Alexander quien estuviera drogado en una cama de hospital.
Demonios, sí, Gala rompería las paredes para poder ir con él.
—Despacio, por favor. Solo serán diez minutos, todavía no estás recuperada del todo.
Con una sonrisa agradecida que luego desapareció cuando las lágrimas inundaron sus ojos, Taorana aceptó la ayuda, rodeó la espalda de Gala con un brazo y usándola como su soporte se puso de pie. Tambaleante y débil, pero estaba decidida. Tan lento como su cuerpo se lo permitió, salieron de la habitación y cruzaron los tres pasillos que las separaban del sector donde descansaba Siku.
—¿Estás bien? —Gala preguntó al detenerse frente a la puerta de la habitación del hombre.
Taorana la miró, estaba agotada pero aun así correspondió con un ademán. Gala abrió para ella. Y antes de que pudiera cerrar, la mujer rompió en un llanto doloroso que se derramaba en sus oídos, Gala la abrazó, Taorana escondió el rostro en su pecho mientras sollozaba bajo, los temblores la sacudía y su corazón latía tan rápido.
Siku dormía en la cama individual en el centro de la habitación, era un sitio grande de paredes pintadas con tonos marrones y cálidos, la cama donde descansaba tenía edredones rojos y sábanas rosadas, una vía intravenosa en su brazo le proporcionaba un suero especial. Su piel ahora tenía una coloración pálida pero no saludable.
Cuando Taorana dejó de llorar, todo quedó callado a excepción de las maquinas de signos vitales a ambos lados de la cama, hasta que ella levantó la mirada, sus ojos rojos e hinchados, le hizo un gesto y Gala la acompañó hasta la cama.
Cuando estuvo de pie junto a él, Gala le acercó una de las sillas y se quedó cerca, por si perdía el escaso equilibrio. Taorana puso sus temblorosas manos en el brazo de su pareja, y las lágrimas volvieron a fluir.
El olor salino sobrecargaba el aire.
—Siku —un trémulo sollozo—. Natuk...
Llorando, Taorana se acomodó en la cama junto a Siku y lo rodeó, llenándose de su olor, su calor. Lentamente, conforme pasaban los minutos, ella se tranquilizó. El toque de su pareja era suficiente.
—Apenas llevamos un mes unidos —murmuró—. Él solo quería ir a darle la noticia a sus padres. —Tembló—. ¿Qué clase de bestia nos hizo esto?
Las palabras se clavaron en Gala como si fueran espinas hechas de ácido, su osa polar queriendo saltar al frente, buscar la amenaza y eliminarla. No tenía respuesta para esa pregunta, la impotencia quemaba.
—Taorana —llamó tiempo después, por el lento pestañeo de la mujer supo que se había dormido—. Es hora de irnos.
—No.
Gala apretó los puños, tomó aire y lo dejó salir, lento.
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Editado: 04.11.2020