Beso de Hielo [serie Gold Pride 2]

Capítulo 41

 

Un puño de acero apretando su corazón, así es como se sentía Gala en el asiento trasero del coche todo terreno de Nilak, un vehículo que pronto desencajaría contra el tránsito normal ordinario de la ciudad. Pese a la urgencia de la situación, el hombre detrás del volante había marcado una velocidad prudente, de nada servía terminar en un accidente. 

La calma austera de Nilak comenzaba a inquietarle, pero era la absoluta perdición presente en sus ojos azules lo que le atraía. De los dos, parecía ser él quien fue golpeado más fuerte con la breve imagen de Shila, la vulnerabilidad consciente de su voz. 

Él y su gemela nunca fueron tan cercanos como Gala con él. Su relación era tensa, tal vez debido a la naturaleza misma de Shila colisionando con la autoritaria rectitud de Nilak

Cerrando la puerta a los recuerdos de un pasado que no volverá para ella, Gala dejó de intentar descifrar a Nilak y decidió concentrarse en otra cosa. Imposible. El mismo asunto volvía a ella, una y otra vez. Ya no podía desviar la mirada y desear que Shila estuviera bien por su cuenta, y fue absurdo pensar en eso desde un principio porque, nunca lo estuvo.

Ni siquiera cuando era parte integral de su corazón, mente y alma.

Una réplica rebelde de sí misma.

Shila nunca estuvo bien. 

Un ligero movimiento junto a ella la tuvo regresando su atención al hombre que abrasaba su alma, e iba adueñándose de todo el espacio disponible, Alexander. Su mirada cristalina iba perdida en el paisaje más allá de su ventana, y aunque pudiera parecer distraído, ella sabía donde estaba su concentración. Estaba tan segura de ello como la mano firme y cálida que apretaba la carne de su muslo derecho, una clara señal de que estaba ahí, la tenía. La marca posesiva tan fuerte como las venas que sobresalían en la piel de su mano. 

El león estaba claramente molesto. 

Y ella solo deseaba que todo esto terminase de una vez por todas.

Pero parte de ella sabía que no era tan sencillo, el clan estaría en un período de caos y alerta prolongado desde ahora y hasta que estuviesen seguros de que la amenaza estuviera neutralizada. Ya nadie se sentía seguro, ni a salvo. El miedo se había esparcido como un reguero de fuego, arrasando con todo a su paso.

Ningún cambiante habría esperado ver todo eso, los teléfonos no paraban de sonar y el suyo ya había sido abarrotado de mensajes, el pánico echó raíces y los demás estaban desesperados, no esperaban algo semejante, ver a sus compañeros de clan derrumbándose sin razón, sus vínculos destrozados con gritos de agonía. 

Trescientos solo era la primera cifra, la realidad era que casi la mitad del clan estaba ahora afectada por los rompimientos. Debían parar esto, debían detenerlo. Pero sin saber a lo que se estaban enfrentando ni lo que quería el extraño que los contactó interrumpiendo la señal y el enlace de vídeo llamada, no tenían idea de como lo lograrían.

Gala sentía que esto ni siquiera era lo peor, tenía un sentimiento amargo construyéndose en su interior, la oscuridad dentro de ella una fuerza violenta y agresiva. Sus emociones estaban disparando contra el muro de control sobre sus instintos. Gala se estaba mordiendo el labio para contenerse. 

Hoy más que nunca necesitaba claridad. 

Pero incluso con ese pensamiento, otro más fuerte y cruel se le cruzaba como si su propia mente estuviera jugando con ella. Una joven llena de ira, violencia y sangre en las manos, un hombre del doble de su tamaño tendido debajo de ella y agotado de contener los golpes. 

El olor de la carne y la sangre expuesta inundó sus fosas nasales, su piel se calentó al recordar el calor defensivo del cuerpo de Imnek. 

Conteniendo un temblor que quería exponer la vulnerabilidad más profunda dentro de ella, Gala se apoyó en el hombro de Alexander. Haría bien las cosas, había aprendido, era una persona diferente. Simplemente, no perdería el control. 

Ella no lo perdería. 

Había dejado de llover cuando Nilak detuvo el coche en un sitio cercano al puerto de Halifax, el sitio de reunión estaba bastante lejos en un punto que no les agradó ni a Nilak ni a Gala, porque los dejaba extremadamente vulnerables. Con todos los recursos moviéndose para asistir a los afectados, casi no quedaban soldados para cubrirlos en caso de un ataque. Solo disponían con un par de patrullas navegando alrededor de la isla Macnab, de solo diez personas. 

Debía ser suficiente. 

Sintiendo el frío estremecer su cuerpo cuando Alexander alejó la mano que había sostenido su muslo al bajarse, Gala lo siguió. El aire se sintió extrañamente templado para el clima cercano al invierno, pero tal vez, incluso su temperatura corporal estaba siendo excitada por la situación junto a la oscuridad y los instintos viscerales que empujaban contra ella. 

—Iré a preparar el yate —informó Nilak, al segundo siguiente se bajó del coche y se fue al muelle. 

Ni siquiera les dedicó una mirada. El hombre había sabido que necesitaban un momento a solas para procesar todo lo que estaba sucediendo. 

Y con todo, Shila, su amada gemela, no era el centro de atención, sino el hermosamente mortal hombre rubio que se paró junto a ella cuando Gala cerró la puerta del coche gris y se apoyó sobre la misma. Alexander solo tenía una cazadora negra como único abrigo sobre el suéter gris. Su postura era tensa, las piernas separadas, los músculos presionados contra los pantalones vaqueros. 

Alexander era tan depredador como suyo, y lo había traído al centro de la tormenta. Inadmisible para la osa polar que era una furia contenida en su interior. Este era su compañero, el que debía proteger, el que no necesitaba ser protegido porque podía hacerlo por su cuenta, contaba con las habilidades necesarias para eso y lo mismo sucedía con ella. 

Debían aprender a luchar lado a lado contra los demonios protectores antes de que estos los consumieran e hicieran que la convivencia fuera un suplicio que devoraría el amor entre ellos, y esta, definitivamente era la prueba de fuego. No significaba que fuera sencillo. No cuando el vínculo estaba en una línea tensa, la calma previa a la tormenta. Los zarcillos de luz dorada tan fuertemente anclados que con un solo empujón preciso los haría fusionarse, volviéndose parte de su alma. 




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