Ya faltaba un día para aquella fiesta que me tenía los pelos de punta; solo podía pensar en aquel encuentro. Me encontraba en la cafetería junto a Paulo, quien lanzaba aquellos chistes que tanto lo caracterizan. Pude observarlo de lejos; mi cerebro solo se centró en él, en aquel corazón joven, pero cansado. Desde hace mucho extrañaba sentir y presenciar aquel gusto de tenerlo cerca... aquel cuello pálido lleno de lunares dispersos, como las estrellas adornan la noche. Solo que... gracias a la cadena de plata que interrumpe la vista de aquellas venas que transitan en él, me dejaba solo verlo de lejos, y así ver lo idiota que se nota al mentir, y sonreír con esa dentadura tan perfecta. No podía despegar mi vista de él; tanto tiempo que he estado esperando verlo.
—Deberías disimular un poco. Seguro lo asustas —dice mi amigo, sacándome de mis pensamientos.
—No estoy viendo a nadie —ruego mis ojos, posándolos esta vez en los verdosos y penetrantes ojos de mi amigo.
—Solo piensas en cómo devorar ese pobre corazón, para evitar pensar en lo mucho que te atrae ese chico —Paulo sonríe de manera pícara.
—Eres un tonto... —respondí, tratando de ocultar el sonrojo que me invadía.
—¿Qué harías si el chico se te acerca?
—Obviamente no lo hará. Y si lo hace, puedo sentir su corazón a kilómetros de distancia —sonreí, mientras él soltaba una carcajada. Luego, se levantó.
—Lo dudo —dijo Paulo, alejándose y dejándome sola.
Volteé hacia la ventana, donde había estado observando al chico que ahora se marchaba. Justo cuando pensaba en lo perdido que estaba todo, escuché un leve carraspeo que me sacó de mis pensamientos. Me volví y allí estaba, la silueta que tanto había admirado desde lejos. Me quedé paralizada. ¿Cómo no lo había sentido acercarse?
Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese instante, el mundo a nuestro alrededor se desvaneció. La cafetería, los murmullos, todo quedó en un segundo plano. Su presencia era abrumadora, y sentí cómo mi corazón latía con fuerza.
—Hola —dijo con una voz suave, casi un susurro.
Mis pensamientos se atropellaron, y la única respuesta que pude ofrecer fue una sonrisa tímida. Pero en mi mente, mil preguntas surgían: ¿Qué diré? ¿Cómo le hablaré sin que la cadena me detenga? Creo que podré aguantar.
—Hola —dijo el chico a mi lado—. ¿Linda vista, no?
—Sí... ¡No!, espera, ¿me hablas a mí? —reí, dándome una cachetada mental por mi torpeza.
—Sé que siempre vienes y te sientas en la ventana que da a la plaza, observando el lugar donde me siento con mis amigos —comentó, acomodándose en la silla que antes ocupaba el idiota de Pau.
—¿Piensas que vengo todos los viernes solo para ver cómo intentas agradar a las personas que, según tú, son tus amigos? —mi voz sonó más dura de lo que pretendía. —¡No! Solo vengo a comer y disfrutar de la hermosa vista que tengo. —Lo miré a los ojos y él sonrió.
—¿Te parece hermosa esa vista ahora? —arqueé una ceja y me acerqué un poco, provocando que su mirada se intensificara en mí. Sentí cómo su corazón latía más rápido, acompañado de un nerviosismo palpable. La seguridad en mí se apoderó, deseando que su flujo sanguíneo aumentara lo suficiente para no intensificar mi sed.
—La verdad, me parece excelente. Resulta que no hay nadie tapando la hermosa vista de la plaza —digo, y este suelta una carcajada que de alguna manera reavivó aquella extraña sensación en mi pecho.
—Ahora que no estoy sentado en aquella silla, creo que tengo una mejor vista en estos momentos —suena tan seguro pero el nerviosismo que emana lo delata haciéndome sonreír. Al hacerlo, noté cómo la nostalgia se reflejaba en su rostro.
— ¿Estás bien? —pregunté, preocupada, y él asintió.
—Lo siento, es que me recuerdas a alguien. Disculpa, me tengo que ir —se levantó y, sin más, se marchó...
Se fue, dejándome allí con miles de dudas. Lo peor es que no podía seguirlo; apenas logré contener los efectos que aquel collar provoca en mí.
Mientras camino bajo la luz de la luna, reflexiono sobre cómo no pude sentir su cercanía; parece casi imposible. Me sonrojo al recordar lo cerca que estuvo, cómo pude notar cada una de sus pecas esparcidas por su rostro y sus largas pestañas, que protegen esos ojos oscuros e intensos que, de alguna manera, esconden un secreto. Sus labios, de un rosado casi pálido, parecen proteger algo a toda costa. Su respiración, lenta y desproporcionada, intenta ocultar su nerviosismo, mientras que el juego de sus dedos revela la inquietud que trata de disimular. Y, por supuesto, no puedo olvidar aquella cadena que tanto repugno...
— ¡Bu! —Dice Layla—. Huele a que alguien está sumamente enamorada.
—Otra vez con eso, no estoy enamorada.
—Solo admítelo. Por cierto... ¿quieres salir? Necesito aire fresco. —Hace un puchero.
— ¿No estabas castigada? —pregunto mientras caminamos hacia mi hogar.
—Ya no lo estoy —sonríe triunfante—. Aún tengo bloqueados mis poderes, pero no los necesitaré. Además, ¿qué puede pasar? ¿Vamos, sí? —Me mira con un puchero aún más forzado que el anterior—. Ya comí, así que no te daré más problemas.- Solo recordar que la última vez casi muerde a todos; más de 20 vampiros tuvieron que usar sus poderes para hacer que la gente pensara que fue parte del show y que no iban a morir solo porque a la niña se le olvidó alimentarse, y la principiante soy yo.
—Está bien, solo tenemos que hacer que no llames la atención. —Digo, adentrándome en mi habitación, y ella da saltitos de emoción—. Necesitaremos... ropa bonita.
—Ya lo tengo. —Sus facciones jamás la dejarán pasar desapercibida. Puede ser la perdición de cualquiera con solo una sonrisa dulce y delicada, que puede estar llena de malicia e incertidumbre. Su piel es blanca como la nieve, y su cabello, brillante y frondoso, se asemeja a alas de ángel, aunque su alma es oscura como la noche. Dirían que es el verdadero yin y yang. Te puede aterrorizar con solo una mirada o engatusarte si así lo desea, con esos penetrantes y brillantes ojos verdes antinaturales, difíciles de ocultar. Para algunos, son una bendición; para ella, una maldición interminable...