Al salir del establo, me encontré con Layla, quien parecía aterrorizada.
—Ey, ¿qué pasa? —pregunté, pero ella respondió de manera cortante.
—Nada... —rió, pero su risa sonó forzada—. Vamos al castillo.
Sin embargo, había algo extraño en ella. No sentía su chispa habitual; su aura era un poco pesada. La noté distante y melancólica.
—No te quedes allí, vamos —sonrió ampliamente y me empujó con su hombro.
A lo largo del camino, todo fue risas, chistes y cantos. Quizás eran solo ideas mías que hacían que Layla se viera extraña.
—¿Qué pasa? Has actuado raro —dijo Layla, su tono cambiando ligeramente.
—¿Layla, qué hacías en el establo? Normalmente evitas ir allá...
—Pues quería ver si estabas bien... con todo lo que pasa... me preocupé por ti —respondió, su mirada perdida en el horizonte.
La sinceridad en su voz me hizo sentir un poco mejor, pero la inquietud en su expresión seguía presente.
—¿De verdad te preocupa? —le pregunté, intentando captar cualquier indicio de lo que realmente sentía.
—Claro que sí —dijo, pero su sonrisa no alcanzó sus ojos—. Solo... es difícil con todo esto.
El ambiente se tornó tenso, y el aire entre nosotras parecía cargado de emociones no expresadas.
—Si hay algo que te preocupa, puedes decírmelo —le insistí, sintiendo que había más de lo que estaba dispuesta a compartir.
Ella titubeó, como si quisiera abrirse, pero las palabras no salían.
—Vamos, lleguemos al castillo. Tal vez allí podamos hablar con Paulo y aclarar las cosas —propuse, tratando de mantener el ánimo.
A medida que nos acercábamos al castillo, la sensación de que algo no estaba bien se intensificaba. Tenía que descubrir qué le pasaba a Layla, y qué conexión tenía con la inquietante noche que había vivido.
Nos encontramos con Paulo, quien estaba recostado en una silla, con las manos en la cabeza, en un estado de desesperación. Al vernos, se levantó inmediatamente.
—Chicas... —dijo, rodeándonos con sus fuertes brazos—. Estaba preocupado... Dicen algunos vampiros que... alguien se infiltró... y no es un vampiro cualquiera...
La gravedad de sus palabras me hizo estremecer. Layla se tensó a mi lado, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y miedo.
—¿Qué quieres decir con que no es un vampiro cualquiera? —pregunté, intentando mantener la calma.
Paulo se pasó una mano por el cabello, tratando de organizar sus pensamientos.
—Según los rumores, es alguien que tiene la capacidad de manipular a otros. No es solo un infiltrado; es un maestro del engaño. Puede hacerse pasar por cualquiera de nosotros —explicó, su voz llena de urgencia.
—¿Y cómo sabemos quién es? —interrumpió Layla, su voz temblorosa.
—Eso es lo complicado. No hay forma de saberlo a menos que lo enfrentemos. Pero debemos estar alerta. Si realmente está aquí, puede estar escuchándonos en este mismo momento.
La tensión en el aire era palpable. Miré a Layla, quien seguía con la mirada fija en Paulo, como si buscara respuestas en su rostro.
—Debemos reunir a todos y preparar un plan —dije, sintiendo que la situación se volvía más seria cada segundo.
—Sí, pero hay algo más —agregó Paulo, su expresión tornándose sombría—. Algunos de nuestros aliados han desaparecido en las últimas semanas. No sé si están relacionados, pero es inquietante.
Layla dio un paso atrás, claramente abrumada por la información.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Primero, necesitamos hablar con los demás y asegurarnos de que estén a salvo. Luego, debemos investigar quién podría ser este infiltrado y qué quiere de nosotros —respondí, sintiendo que el tiempo se nos estaba acabando.
A medida que nos preparábamos para actuar, la sensación de que algo oscuro se cernía sobre nosotros se intensificaba. Tenía que descubrir la verdad antes de que fuera demasiado tarde.
A medida que los tres nos reunimos con el resto del grupo, la atmósfera se volvió tensa. Layla, a pesar de la situación, parecía extrañamente tranquila. Su sonrisa era casi inquietante, y sus ojos brillaban con una intensidad que no había visto antes.
—¿Y si hacemos una trampa? —sugirió Layla de repente, su tono ligero contrastando con la gravedad del momento—. Podríamos atraer al infiltrado y atraparlo.
Paulo la miró con una ceja levantada, claramente confundido.
—Eso suena arriesgado, Layla. ¿Estás segura de que es lo correcto? —preguntó, su voz llena de preocupación.
—Claro, ¿por qué no? —respondió ella con una sonrisa radiante—. Solo necesitamos un poco de astucia.
Su confianza desbordante era desconcertante. Mientras hablaba, había un aire de seguridad en ella que parecía ajeno a la Layla que conocía. Paulo se quedó observándola, como si intentara recordar algo que se le escapaba.
—Es... interesante, pero... —Paulo dudó, buscando las palabras adecuadas—. No sé si deberíamos arriesgarnos de esa manera.
Layla lo interrumpió, como si no hubiera escuchado su preocupación.
—Vamos, Paulo. Siempre has sido el más cauteloso. A veces hay que arriesgarse para ganar —dijo, jugando con un mechón de su cabello y sonriendo de una manera que me hizo sentir incómoda.
Mientras continuábamos discutiendo el plan, noté que Layla a veces se perdía en sus pensamientos, como si estuviera en otro lugar. Su mirada se volvía distante, y por momentos parecía que luchaba con algo interno. Pero cuando la mirábamos, volvía a sonreír, como si nada estuviera mal.
—¿Qué tal si dejamos un señuelo cerca del bosque? —propuso Layla de nuevo, esta vez con un brillo extraño en sus ojos—. Eso podría atraerlo.
Paulo la observó fijamente, y por un instante, su expresión se tornó sombría. Era como si recordara a alguien que había perdido, alguien que había tenido una influencia similar en su vida.
—Layla, ¿estás bien? —preguntó, su voz llena de una preocupación genuina.