Desde el sofá junto a mi ventana pude ver a Luisa cruzar la calle para dirigirse a mi casa. Estaba ansiosa por contarle lo que había pasado, así era yo decía que me ahorraría el relato de mis historias para evitar el drama y la impertinencia de mi amiga, pero terminaba contándole todo detalladamente y ella no perdía la costumbre de saltar como niña pequeña cuando algo la emocionaba.
—Hola, tus padres me dijeron que subiera —dijo Luisa acomodándose junto a mí.
— ¿Cómo la pasaron?—pregunté
—Bien como siempre, Noel es bastante especial conmigo —respondió
—Me alegro mucho por ti. ¿Crees que ellos sean diferentes a lo que estamos acostumbradas a ver? —interrogué llena de dudas.
— ¿Ellos? ¿A quiénes te refieres? —me cuestionó.
—Noel y David —le dije.
— ¿Qué tiene que ver David en este asunto? —preguntó mientras posaba sus ojos en la cama para fijarlos detenidamente en el suéter de hombre sobre ella.
—No hace falta que te responda lo acabas de descubrir.
— ¿Me estas queriendo decir que ese suéter no es de Allan?
—Así es, ni siquiera he visto a Allan en todo el día.
—Paula ¿En qué rayos andas metida? —volvió a cuestionarme con la cara envuelta en una maraña de sorpresas.
—Deja te cuento, antes de que te imagines cosas que no son.
Esa noche no dormí pensando en aquel momento cuando David se sentó junto a mí, hubiera querido retroceder el tiempo para volver a ese instante y evitar actuar tan estúpidamente.
No sabía si devolver el suéter tan pronto o dejarlo unos días conmigo, lo cierto era que no quería deshacerme de el aún sin comprender la razón. Al llegar la noche salí de casa en busca de David para entregarle lo que le pertenecía.
Justo cuando estaba por tocar el timbre, él salió por la puerta del jardín, dejándome nuevamente congelada.
—Paula ¿Necesitas algo? —me preguntó con un tono en su voz bastante brusco.
—Vamos, —me dije para mí. Demuéstrale a este niño quien eres, no dejes que su arrogancia te intimide.
—Claro, yo vine a devolverte el suéter —le dije extendiendo mi mano para entregárselo.
—Perfecto, que estés bien —contestó mientras avanzaba al interior de su casa.
¿Perfecto? ¿Eso es todo? ¿Nada más? ¿Ni siquiera un hola? Mi cabeza se llenó de interrogantes, que tipo más loco pensé.
Soy una tonta David sigue siendo el mismo de siempre, debí volverme loca por venir tan amablemente hasta la puerta de su casa para que él se diera el gusto de cerrarla en mis narices.
Volví a mi casa con una tremenda decepción y sin el suéter que desprendiera aquella fragancia tan deliciosa. Le había dado un nuevo motivo para ser su burla en unos días; ¿Qué era lo que yo esperaba para sentirme tan disgustada con él y más conmigo? Como fuera no debía importarme porque él no era mi tipo y además estaba con Mónica y yo con Allan.
Pocos días después todo aquello pertenecía al pasado, se alejaron las inquietudes que me habían quedado y las cosas eran como antes; como si jamás me hubiera prestado su suéter. De todas maneras era mejor así.