Cuando llegamos a la funeraria yo no estaba segura de querer acercarme a su ataúd, seguro aquello causaría un impacto más grande en mí, deseaba quedarme con un recuerdo más hermoso sobre el gran amor de mi vida y ese era el último momento en que lo vi con vida antes de regresar a casa donde ninguno de los dos sabía que nuestra pequeña despedida era para siempre porque no volveríamos a tener una oportunidad para compartir y para expresarnos lo mucho que nos amábamos y sentirnos felices al sabernos correspondidos.
Había tanta gente en aquel lugar, algunos amigos que me presentó cuando viajamos y muchos que habían viajado desde mi ciudad, conocidos y compañeros de la universidad a la cual asistíamos; Luisa estaba conmigo, desde que mi mamá la llamó no se había separado de mi lado. Los ahí presentes habían llevado muchas flores y rosas blancas en señal de cariño.
El día siguiente minutos antes del entierro varios primos de Allan decidieron hacer un pequeño homenaje en su honor incluyendo discursos de cariño y resignación para sus familiares. No pensé tener el valor para ponerme en pie frente a aquella cantidad de personas vestidas de negro y mucho menos para contarle a todos lo mucho que Allan significaba para mí vida, pero quería hacerlo tal vez él se merecía más que sólo unas palabras de mi parte, no obstante por el momento era lo único y lo último que podía ofrecerle. Imaginar que a él le hubiera gustado verme fuerte y no devastada me impulsó a hacerlo, a él le hubiera gustado estar observándome mientras yo hablaba sobre nosotros y sobre nuestro noviazgo.
Subí al pequeño estrado y busqué un lugar que me hiciera sentir segura alguien colocó una silla y me invitó a sentarme como para reforzar aquella seguridad que buscaba. Me perdí en los rostros de las personas en su mayoría desconocidos, respiré profundo y sentí derrumbarme; jamás esperé lograrlo pero hacia el intento, por él, por mi amado Allan que me había regalado la historia de amor más bonita que pude vivir. Cuando me sentí preparada para hablar solamente me lo imaginé de pie frente a mí con una inmersa sonrisa en sus labios y la mirada llena de brillos fugaces como queriendo decirme adelante que te escucho.
No puedo describir lo que mi corazón sintió al imaginar que jamás volvería a tenerlo a mi lado, pero quería darle las gracias por el amor infinito que demostró hacia mi persona día tras día, desde que mi respuesta fue positiva a su pregunta de ¿Quieres ser mi novia?
Allan era un joven alegre y maravilloso que se esforzaba por ser el mejor hijo, hermano, novio y amigo. Pienso que ninguno de los aquí presentes podemos quejarnos sobre él, ya que nunca nos dio un motivo para despreciarlo siquiera un poco, al contrario siempre fue bueno y nos colaboró en todo lo que estuvo a su alcance. Él quería una vida llena de dicha y felicidad, una vida que le permitiera cumplir uno a uno los anhelos de su dulce corazón. Aborrecía la tristeza, era por tal razón que su rostro siempre estaba acompañado de una frágil sonrisa que demostraba más allá de su personalidad, un joven estupendo que echaremos mucho de menos en especial yo que no olvidaré nunca el pequeño gran infinito que me regaló en tan sólo un año. Voy a recordarlo justo como el desearía con una bonita sonrisa en sus labios y con sus ojos llenos de sueños. Nuestro amor fue efímero, pero verdadero.
Cuando terminé con mis palabras unas lágrimas espesas comenzaron a resbalar por mis mejillas y fue entonces donde me di cuenta que debía abandonar el estrado antes de desmoronarme frente a todos.