Besos de Sangre

Capítulo 8: Café entre Ruinas

La noche se había vuelto más fría, y el hospital, aunque aún palpitante, había bajado el ritmo. El temblor había dejado más que grietas en los muros. También había dejado cansancio en los huesos, y esa extraña intimidad que sólo nace cuando compartes una tragedia.

Yo estaba apoyada en la pared de uno de los pasillos, intentando estirar los músculos de la espalda, cuando él se acercó.

—¿Doctora Méndez?

—Dígame, Dubois.

—¿Le apetecería un café? —dijo, con una media sonrisa—. Creo que nos ganamos diez minutos sin gritos ni bisturís.

Le sostuve la mirada un segundo. Había algo en él que no sabía si me atraía o me inquietaba. O ambas.

—Está bien. Pero si es café de máquina, tendré que perdonarte el mal gusto.

Él rio suavemente.

—Prometo compensarlo con buena conversación.

La cafetería estaba casi vacía. Tomamos dos vasos de ese brebaje tibio y dudoso al que todos llamaban “café”, y nos sentamos en una mesa junto a la ventana.

—¿Siempre trabaja así? —preguntó—. Digo, como si el mundo no pudiera caerse sin usted.

—El mundo se cae constantemente. Yo solo elijo no mirar hacia otro lado.

—Eso fue elegante —dijo, sonriendo—. ¿Puedo preguntarle algo más personal?

—Depende —respondí, tomando un sorbo—. ¿Piensas hablarme de religión, política o amor?

—Solo de usted. ¿Por qué decidió ser cirujana?

Me apoyé en el respaldo de la silla. No esperaba esa pregunta. No de él.

—Porque durante muchos años… viví rodeada de muerte. Aprendí a causarla con precisión.
Y un día… simplemente me harté de quitar. Quise empezar a dar algo.

Él bajó la mirada, asintiendo con los labios cerrados.

—Y... ¿cómo es que alguien tan joven ya dirige un imperio médico? ¿Tiene algún pacto oscuro por ahí?

Me reí, genuinamente.

—Tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad antes de saberlo.

—Estoy dispuesto.

—La respuesta real es menos emocionante. He trabajado mucho. Estudié más de lo razonable. Y tuve tiempo… mucho tiempo.

—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo?

Lo miré de reojo, con una ceja apenas alzada.

—Más del que imaginas.

Hubo un breve silencio. Entonces, con una sonrisa curiosa, él insistió:

—¿Y no se siente… sola?

El aire pareció más frío de repente.

—A veces. Pero he aprendido a convivir conmigo misma. Lo difícil fue al principio. Con los años... uno se acostumbra.

—¿Y nunca quiso formar una familia? ¿Tener a alguien?

No supe si era curiosidad inocente o algo más.

—Tuve a alguien… hace mucho tiempo. Pero ya no está.

Él bajó la vista.

—Lo siento.

—No lo hagas. Hay ausencias que nos enseñan más que las presencias.

Mathis asintió y miró por la ventana.

—Yo también estoy solo aquí —dijo en voz baja—. Extraño a mi hermana. A mis padres. Pero… cuando estoy en quirófano, cuando veo que alguien vive por algo que hice… se siente menos pesado.

Lo observé en silencio. Había dolor en él, pero también luz. Una mezcla que me resultaba… familiar.

—¿Te gusta el café amargo, Dubois?

—Lo prefiero fuerte. Como la gente que admiro.

Lo miré de nuevo. Tal vez esa noche no sería tan larga, después de todo.

Y sin saber cómo… comenzamos a ser algo más que jefa e interno.
Algo parecido a una amistad.
O algo que aún no tenía nombre.



#2682 en Fantasía
#1195 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.