Frente al espejo, ajusté el último botón de la blusa.
Habían pasado siglos desde mi transformación, y aún así… esa noche, mi reflejo me parecía el de una desconocida.
Étienne había regresado a mis pensamientos con la fuerza de una ola antigua. Sus palabras, su mirada, su promesa rota. Lo perdí la noche en que me salvó. Lo gané cuando morí.
Ahora, otro hombre —con su rostro, con su dulzura, con su sangre— me esperaba para cenar.
Y yo, que había sobrevivido a guerras, epidemias y siglos de soledad, sentía nervios. Ridículo. Pero real.
Me recogí el cabello con delicadeza. Labial suave. Joyas mínimas. Un perfume leve, casi imperceptible. No porque lo necesitara. Sino porque era parte del ritual humano que alguna vez amé.
El restaurante era discreto. Velas en cada mesa, música tenue de cuerdas, un aire de nostalgia suspendido en el ambiente. Mathis ya estaba allí cuando llegué. De pie, impecable, con camisa clara y un intento de elegancia juvenil que me sacó una sonrisa.
—Wow —dijo cuando me vio—. No sabía que las doctoras también sabían deslumbrar.
—Solo en situaciones excepcionales —respondí, tomando asiento.
Él se sentó frente a mí. Durante unos segundos, solo nos miramos. El mundo, con todo su caos, parecía ajeno.
—¿Suele aceptar muchas cenas con residentes? —preguntó con una sonrisa traviesa.
—Solo con los que sobreviven terremotos y maratones quirúrgicas —dije—. Y solo si hacen buen café.
—Entonces tengo una oportunidad.
Nos reímos suavemente. El mesero llegó, tomamos vino. Ordenamos algo ligero. La conversación fluyó como si ya nos conociéramos desde antes.
—¿Siempre ha vivido en Cancún? —preguntó.
—No. He vivido en muchos lugares. Pero Cancún tiene algo… el mar, el aire, el sol. Me recuerda a mi hogar.
—¿Su hogar?
—Uno antiguo —dije, bajando la vista—. Que ya no existe.
—¿Y nunca ha pensado en formar una familia?
—¿Siempre haces preguntas difíciles en la primera cita?
—¿Esto es una cita?
—No lo sé. ¿Lo es?
Se hizo un silencio. No incómodo. Sino íntimo.
—Me gusta hablar contigo —dijo finalmente—. Es extraño. Siento que ya lo he hecho antes.
Tuve que desviar la mirada.
—¿Cree en las reencarnaciones, doctora?
—Creo que el alma no olvida lo que el cuerpo trata de enterrar.
—¿Y si yo hubiera sido alguien en su pasado?
—¿Y si tú fueras una amenaza en mi presente?
Se sorprendió. Sonrió, nervioso.
—¿Lo soy?
—No todavía.
El vino, la penumbra, el calor de su cercanía… todo era un recordatorio de lo que había perdido, y de lo que podía perder otra vez.
Pero también de lo que quizás merecía volver a sentir.
—Mathis… ¿por qué me invitaste a salir?
Él se encogió de hombros.
—Porque a veces hay cosas que simplemente se sienten. No tienen explicación. Solo están ahí, y uno… las sigue. Como si fuera inevitable.
No dije nada. No podía.
Porque eso mismo pensé la primera vez que vi a Étienne.
Y eso me aterraba.