Besos de Sangre

Capítulo 17: Renazco en la oscuridad

El primer aliento fue fuego.

No… fue hielo. No lo sé.

Solo recuerdo que dolió. Como si alguien me hubiese arrancado de la tierra con las manos desnudas y me hubiese arrojado dentro de mí misma. El aire quemaba al entrar, cada fibra de mi cuerpo se tensaba como si hubiese sido reconstruida con alambres. No sentía el latido de mi corazón… y eso fue lo que más me asustó.

Intenté abrir los ojos.

Nada. Oscuridad.

Pero no era una oscuridad normal. La sentía. Sabía que a unos metros, una gota de agua caía en una charca minúscula. Que algo se movía sobre una piedra —una araña quizás—. Y más allá, respirando con paciencia, él.

No supe cómo lo sabía. Solo lo sentí, como si mi piel pudiera oler, mis huesos escuchar.

—Tranquila —dijo una voz suave, profunda, como si hablara dentro de mi mente. Tenía ese acento extraño… extranjero.

Me tensé. Intenté moverme y no sentí el peso de mi cuerpo. Era como si el suelo no me sujetara del todo. Me incorporé sin esfuerzo.

—¿Dónde estoy? —Mi voz sonó distinta. Más nítida. Más real.

—Estás en una gruta dentro del volcán —respondió él—. Te traje aquí antes del amanecer. Nadie puede encontrarnos, ni la luz del sol.

Me llevé las manos a la garganta. Algo había cambiado. Todo había cambiado.

Y entonces, el hambre. Como un eco sordo en mi interior. No era hambre de comida. Era otra cosa. Más visceral. Más urgente.

—¿Qué me hiciste? —pregunté. Mi voz tenía filo.

—Te salvé —dijo, tranquilo.

—¿Y también me mataste?

Él hizo una pausa antes de responder.

—Te di otra forma de vida. Oscura, sí. Pero poderosa. Ahora eres como yo.

Intenté enfocar la vista… y lo vi.

Estaba sentado, con una tranquilidad imposible. Pálido, hermoso, triste. Había algo en sus ojos, como si llevara siglos esperando que yo despertara.

—¿Qué soy? —susurré.

—Eres una criatura de la noche. Una hija del hambre. Eres eterna.

Me quedé en silencio.

Y entonces le pregunté lo único que podía salir de mi boca reseca:

—¿Por qué yo?

Él se levantó, y con cada paso que daba, el aire parecía volverse más denso.

—Porque cuando te vi, sab supe que el mundo no debía perderte. No eras como los demás. Tenías fuego en la sangre. Preguntas en los ojos. Furia en los silencios.

Lo observé. Sentía que si daba un paso hacia él, podía escuchar el roce de su ropa con la brisa.

—Pude haber muerto —dije—. No me diste opción.

—La muerte no iba a ser gentil contigo. Iba a ser lenta. Cruel. Y absurda. Yo solo apreté el destino.

Me acerqué, temblando sin temblar.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

Él me miró, como se mira algo perdido y encontrado al mismo tiempo.

—Ahora… decides. Aprendes. Te contienes. Te alimentas. Puedes ser bestia, o puedes ser leyenda.

—¿Y tú qué eres?

La pregunta le dolió. Lo vi.

—Soy un remanente. Un poema sin lector. Una sombra con nombre. Pero tú… tú acabas de comenzar.

El silencio entre nosotros fue como una promesa. O una amenaza.

—Tengo hambre —dije.

Él asintió. Ni un gesto de sorpresa. Solo comprensión.

—La sed nunca se va. Pero se aprende a vivir con ella.

—Enséñame. Pero no me hables como a una niña. Soy hija de esta tierra, nacida del fuego. No le temo a la oscuridad.

Vi la sombra de una sonrisa en su rostro.

—Entonces ven, mi reina. La noche te espera.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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