Besos de Sangre

Capítulo 20: Boca de fuego

Seguí su olor por la ciudad, un olor que recordaba demasiado bien.

Lo encontré en una azotea.

La música de fondo era tribal, electrónica, salvaje. Un grupo de humanos bailaba abajo, sin saber que dos depredadores los observaban desde lo alto. Él estaba de pie, sin camisa, con una copa de algo rojo en la mano que no era vino. Su piel dorada por el sol —sí, él aún lo desafiaba— brillaba como bronce en la penumbra. Me sonrió antes de que yo dijera una palabra.

—Sabía que vendrías —dijo, con ese acento arrastrado, carioca, que hacía que todo sonara como un juego prohibido.

—No vine por ti —respondí, dando un salto entre los dos edificios que nos separaban —. Vine por esto —me señalé a mí misma, al caos en mi pecho—. Necesito olvidar.

Luan se rió, profundo, divertido. Dio un paso hacia mí. Sus ojos eran oscuros como petróleo y su cuerpo era una trampa hecha carne.

—Entonces viniste al lugar correcto, morena.

Y me besó.

Su boca era fuego. Urgente, ruda, sin pedir permiso. Mis colmillos respondieron antes de que mi mente pudiera frenarlos. Lo mordí en el labio y él jadeó de placer.

Nos movimos como animales. No como amantes.

Caímos al suelo, al concreto caliente de la azotea. Rasgué su cuello con los dientes y bebí. Él me devolvió el favor, succionando de mi muñeca mientras nuestros cuerpos se enredaban como raíces violentas. El deseo no era tierno. Era desesperado.

Rompí mi blusa. Él desgarró mi falda. No quedaba nada de la mujer controlada que había cocinado pasta con una sonrisa dulce.

Ahora era solo hambre. Sangre. Vértigo.

—Eres veneno, Nara —susurró entre jadeos—. Y aún así, me vuelvo adicto.

—Cállate y muérdeme —le ordené.

Lo hizo.

Y por un instante, nada existió. Ni el residente. Ni la casa blanca frente al mar. Solo la fiebre de dos inmortales intentando destruirse mutuamente para sobrevivir.

Horas después, cuando la música ya se había apagado y los humanos abajo se habían ido, todavia estábamos acostados sobre el suelo de la azotea bajo el cielo de la ciudad.

Él fumaba algo. Yo solo miraba las estrellas.

- Bebías sangre en una copa?- le pregunté por fin

- Quería probar que se siente- me respondió

—¿Qué pasó esta vez? —preguntó sin mirarme—. ¿Te acercaste demasiado?

No respondí.

—No entiendo por qué te torturas. No eres humana. Nunca volverás a serlo.

—No busco ser humana —dije, con voz baja—. Solo quería… que alguien me mirara sin miedo.

—El problema es que tú sí das miedo, Nara. Hasta a mí.

Lo miré. Su boca aún tenía restos de mi sangre. Y la luna lo hacía ver hermoso. Trágicamente hermoso.

—Por eso vengo a ti —dije—. Porque tú sí sabes lo que soy… y no intentas cambiarme.

—Nunca lo haría —respondió—. Me encanta tu oscuridad. Y si algún día te hartas de fingir que quieres luz… ya sabes dónde encontrarme.

Cerré los ojos.

No era amor. Ni consuelo.

Pero al menos, por una noche, no sentí la necesidad de huir de mí misma.

- Vamos a tomar algo caliente, quieres? - no fue una pregunta, fue una invitación

Incliné mi cabeza a modo de aceptación y saltamos de la azotea cogidos de las manos.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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