Besos de Sangre

Capítulo 25: Nunca

El sol apenas comenzaba a acariciar los ventanales cuando me permití un momento de pausa.

La niña seguía estable. Respiraba tranquila, rodeada de máquinas que zumbaban suavemente. La enfermera me aseguró que no había cambios importantes en las últimas horas. Era lo que necesitaba oír.

Tomé mi maleta del compartimiento que había guardado la noche anterior y fui hacia mi despacho en el piso superior. Cerré la puerta con llave, más por costumbre que por necesidad.

El baño era amplio, blanco y silencioso.

Me quité la ropa con lentitud. Cada prenda olía al pasado reciente: al interior del jet, al polvo del camino en Bolivia, al cuerpo dormido de Mathis rodeándome por unas horas. Dejé caer todo sobre una silla y me metí bajo el chorro de agua caliente.

Cerré los ojos.

El agua cayó sobre mí como si el tiempo pudiera lavarse.

Recorrí mi cuerpo con movimientos lentos. Mi piel morena brillaba aún más bajo el vapor, como si la noche anterior no hubiera existido. No había signos de cansancio, ni de ojeras, ni de tensión. Estaba intacta. Como siempre.

Después del baño, me puse ropa limpia: una blusa blanca de lino suave, unos pantalones oscuros, cabello suelto y húmedo cayendo por mi espalda. Me miré un momento en el espejo.

Parecía una mujer común. Cualquiera diría que acababa de despertar de una noche de descanso perfecto.

Mentira.

Volví a la habitación de Tayka.

Y allí estaba él.

Mathis estaba de pie, junto a la cama de la niña, revisando el gotero. Cuando me vio, giró lentamente… y se quedó inmóvil unos segundos.

—Vaya… —murmuró—. Pareces recién salida de una revista.

Sonreí, sin mostrar los colmillos.

—Buenos días.

—Pensé que te habías ido —confesó, en voz más baja—. No te vi y… bueno, fue una noche larga.

—No me fui —respondí—. Solo necesitaba un baño. Y ropa decente.

Nos miramos unos segundos que parecieron más largos. Luego él desvió la vista, algo incómodo.

—¿Quieres un café? —preguntó.

—Claro —respondí.

Fuimos juntos a la cafetería del hospital. El olor a café recién hecho, pan dulce y desvelo humano impregnaba el aire. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Mathis pidió uno negro. Yo solo lo acompañé.

—Deberías irte a descansar —dijo, mirándome con el ceño fruncido—. Aunque… no pareces necesitarlo.

Tomé la taza entre las manos, más por gesto que por gusto.

—No lo necesito —afirmé.

Él frunció una ceja.

—¿Nunca?

Lo miré directamente a los ojos.

—Nunca.

Se quedó en silencio. Aceptó la respuesta como quien guarda una pregunta para otro día.

El resto del día fue una danza de tareas compartidas.

Él se quedó con Tayka, ajustando tratamientos, hablando con especialistas, cuidándola como si fuera suya. Yo pasé el día al teléfono, activando contactos, gestionando documentos, autorizaciones, permisos migratorios, y vuelos. Hacer que la madre viniera a México sería complicado… pero no imposible. No para mí.

Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, ambos nos reencontramos junto a la puerta del hospital.

—¿Una copa? —preguntó él, sonriendo—. Creo que la merecemos.

Asentí.

—¿Estás seguro que no estás demasiado cansado?

—Lo estoy —dijo, riendo.

—¿Y tú?

Lo miré a los ojos.

—Nunca —repetí.

Y esta vez, su sonrisa no fue solo de asombro.

Fue de deseo contenido.

Y de algo más.

De esperanza.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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