Besos de Sangre

Capítulo 27: Lo que no puedo morder

La casa estaba en silencio.

Solo el crujido de mis pasos sobre la madera, el mar allá afuera murmurando entre las piedras, y el sonido de mi propia decisión palpitando en el aire.

Mathis caminaba detrás de mí, curioso, confiado. Yo fingía calma, pero por dentro… ardía. No de lujuria. De miedo. Miedo a mí misma.

—¿Puedo ir al cuarto? —preguntó, con una sonrisa suave, como si todo esto fuera normal.

Asentí.

—Sí… ve adelantando. Segunda puerta a la derecha.

Él se fue. Yo caminé hacia la cocina, temblando por dentro. Abrí el refrigerador especial. Allí, las bolsas rojas esperaban. Tomé una. La rompí con los colmillos y la bebí de un trago, sin detenerme a respirar. La sangre era fría, metálica. No me saciaba. Solo me atenuaba.

Abrí una botella de vino. No por gusto, sino para tapar el sabor de lo que acababa de tomar. El vino bajó cálido por mi garganta. Pero el hambre seguía… en otra forma.

Fui al cuarto.

La puerta estaba entreabierta. Él estaba ahí, sentado en el borde de la cama, sin camisa, el cabello algo revuelto, la piel tibia… tan viva. Me miró al entrar como si fuera la única estrella en el cielo. Y por un segundo, quise creerlo.

Me acerqué. Me senté a su lado.

Nuestros labios se encontraron, primero con timidez, luego con hambre. Me tumbó con cuidado sobre las sábanas blancas, y mi cuerpo respondió con una pasión contenida por siglos. Sus manos eran cálidas, sus caricias lentas. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estaba fingiendo humanidad. La estaba sintiendo.

Pero fue cuando besó mi cuello… cuando todo se desmoronó.

Mis colmillos salieron. Fue involuntario. El instinto despertó con violencia, empujado por el deseo, por la cercanía, por su olor.

Casi.
Estuvieron a milímetros de su piel.

Pero me detuve.

Me separé bruscamente, jadeando, los ojos dilatados, las manos temblorosas.

—No puedo —susurré, apartándome—. Lo siento. No puedo hacerlo.

Mathis se incorporó, confundido.

—¿Qué pasa? ¿Dije algo? ¿Hice algo?

—No… no eres tú. Soy yo. Es... es complicado.

Me senté al borde de la cama, dándole la espalda, intentando calmar la sed, el temblor, la rabia.

Él se acercó con cuidado, se sentó a mi lado. Me tocó el hombro.

—¿Quieres que me vaya?

Negué con la cabeza.

—No. Solo… quédate. Pero no me toques. No todavía.

Él obedeció. Se recostó junto a mí. En silencio.

Pasaron los minutos. Las olas afuera. El viento. Su respiración.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —le dije, en voz baja—. Y quizá… nunca entenderías.

—No sabré si no me lo cuentas —respondió.

Me volví hacia él. Sus ojos eran sinceros. Humanos. Tan llenos de luz que dolían.

—No soy como tú, Mathis. No soy de tu mundo. Lo que ves… es solo una parte. Hay otra que mantengo encerrada… por tu bien.

—¿Me temes?

—No. Me temo a mí misma, cuando estoy contigo.

Silencio.

Él asintió.

—Entonces… no preguntaré más hoy. Pero no me iré. Puedes luchar contigo misma si quieres. Solo no me pidas que me aleje.

Una lágrima que no era lágrima cayó de mis ojos.

Nos recostamos. No hubo sexo. No lo necesitábamos.

Él me abrazó.

Y por una noche… me sentí amada sin condiciones.

Aunque supiera que todo era frágil. Y que, en cualquier momento, mi verdad podría romperlo todo.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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