Besos de Sangre

Capítulo 29: Un colega, heee…

El sol ya estaba filtrándose por las cortinas, todavía estábamos abrazados, Mathis y yo, en ese silencio cómodo que sigue a una noche demasiado intensa para olvidar. Su respiración era lenta, mi mente seguía perdida entre la niebla del sueño y el recuerdo… hasta que la puerta se abrió.

—¡Ay, Virgen Santísima! —exclamó una voz femenina, seguida de un silencio helado.

Nos giramos al mismo tiempo.

Allí estaba ella. De pie, en la entrada del cuarto, con el ceño fruncido, una bandeja en las manos y los ojos bien abiertos. Era una mujer de más de sesenta, piel de canela, cabello blanco recogido en un moño, y una mirada entre escandalizada y divertida.

—¡Eli! —exclamé, incorporándome de inmediato—. ¡Dios mío, perdón! No pensé que vendrías tan temprano…

—Me dijiste que viniera hoy a revisar las cortinas del salón —respondió, aún con la bandeja temblando un poco en las manos—. No pensé que tuviera que tocar la puerta…

Mathis, que ya estaba sentándose con una sonrisa educada, dijo:

—Hola… buenos días.

—Él es… —me aclaré la garganta— un colega. De la clínica.

Eli me miró.

Me miró.

Y yo supe que no me creía ni una sílaba.

Pero no dijo nada más. Solo dejó la bandeja en la mesita, con el café que me conocía tan bien, y una jarra de jugo de naranja.

—Disculpen la intromisión —dijo, muy digna, y se retiró cerrando la puerta con una lentitud teatral.

Me senté al borde de la cama, avergonzada y divertida.

—Un colega, heee… —murmuró Mathis, con una sonrisa torcida.

Lo miré, entre risas.

—Me puse nerviosa. Nunca traigo a nadie a casa.

—¿Entonces no sé si sentirme halagado… o enojado? —dijo, divertido.

—Elige halagado. Es más saludable.

Nos reímos juntos, y salimos poco después a desayunar. En el patio trasero, con vista al mar, la mesa ya estaba servida. Mathis pidió un desayuno completo: huevos, pan, fruta, café. Yo me limité a una taza de café caliente, como siempre.

—Tienes buen apetito —le dije.

—Dormí con una mujer misteriosa y no tuve que correr por mi vida. Es una victoria. Me gané el desayuno.

Sonreí, mientras lo observaba comer con esa naturalidad humana que a veces me parecía un milagro.

—Eli es.... mi empleada —le dije

Aunque para mí era mas que eso, era mi familia, la unica persona que puedo catalogar como tal. La encontré en la calle cuando tenía doce años. Había huido de casa. La adopté… a mi manera. Le di techo, comida… educación. Y a cambio, ella comenzó a ayudarme con la casa. Nunca se fue. Sabe todo de mi, lo que soy, y nunca me tuvo miedo.

—Tengo que ir a la clínica. Quiero saber cómo sigue Tayka.

—Claro. Te alcanzo más tarde.

Nos despedimos con un beso suave, y él se fue.

Yo me quedé con Eli en la cocina. La encontré limpiando como si no hubiera presenciado nada fuera de lo común.

—Eli… —dije, con un tono más suave.

—No tienes que explicarme nada, niña —respondió sin mirarme, con esa forma suya tan seca y maternal al mismo tiempo—. Solo asegúrate de que ese muchacho no sea un tonto. Parecía decente.

—Lo es.

Se giró hacia mí, esta vez con una sonrisa real, casi nostálgica.

—¿Sabes? Hubo un tiempo en que pensé que me convertirías.

—Lo sé.

—Eras tan… poderosa. Tan llena de misterio. Yo te admiraba. Quería ser como tú.

—Eras muy joven —le dije—. Y luego… tú encontraste algo mejor.

Sus ojos brillaron.

—Encontré amor. Vida. Hijos. Nietos. Calor. Y también dolor, claro. Pero no cambiaría nada.

Nos abrazamos. Su calor era real. Y me recordó todo lo que yo ya no podía tener… pero que aún podía proteger.

Eli me acarició la mejilla como hacía cuando yo tenía días malos.

—Pero tú también tienes algo hermoso, Nara.

—¿Qué?

—Tiempo. Y ahora, alguien con quien compartirlo.

Suspiré.

—No sé cuánto tiempo pueda durar esto.

—Entonces haz que valga la pena mientras dure.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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