Besos de Sangre

Capítulo 35: La grieta

Los días con Mathis eran como una tregua con la eternidad.

Desayunos sin prisa, risas sinceras, caminatas al atardecer por la playa. Él hablaba de libros, de niños a los que había operado, de su madre en otro estado que siempre le pedía que se alimentara bien. Yo hablaba poco, pero reía mucho. Y con eso, bastaba.

Excepto cuando tocábamos la línea.

Los momentos íntimos empezaban con dulzura. Sus besos eran suaves, progresivos, envolventes. Yo los recibía con deseo, con entrega… hasta que su cuerpo buscaba el mío más allá de la ropa. Hasta que el calor subía, hasta que lo tenía tan cerca, tan vivo… que mi garganta comenzaba a arder.

Y entonces, me alejaba.

Siempre lo mismo.

—¿Te pasa algo? —preguntaba él, con la voz herida.

—No… es solo que…

—¿No te gusto? ¿No te atraigo?

—Sí —susurraba yo—. Mucho. Pero no es eso. El problema soy yo.

Y él me abrazaba igual. Pero con el corazón lleno de dudas que yo no podía limpiar.

---

Esa noche estábamos en la cocina, preparando la cena. Cortábamos verduras juntos, riendo por algo sin importancia. La música de fondo era suave. Estábamos bien.

Hasta que él se cortó con el cuchillo.

No fue profundo. Apenas una herida en el pulgar.

Pero la sangre apareció.

Y el mundo se detuvo.

El olor me golpeó como un puñetazo en el pecho. Todo mi cuerpo se tensó. Mis ojos se dilataron. Mi boca se abrió apenas, como si los colmillos quisieran liberarse sin permiso.

—¡Ay! —dijo él, sacudiendo la mano—. Maldito cuchillo.

Vi una gota deslizarse por su dedo.

Roja.

Pura.

Tentadora.

Retrocedí de golpe. Me aferré al mesón. Mi rostro, pálido. Mi pecho, rígido.

Mathis me miró… y se rió, sin entender.

—¿Qué pasa? ¿Te impresiona la sangre? —dijo entre risas—. ¿La gran cirujana se desmaya con un cortecito?

No respondí.

—Nara…

—Solo presiónalo —dije en voz baja, apartando la vista—. Ya dejará de sangrar.

Lo hizo. La herida era superficial. En segundos se detuvo.

Pero el daño ya estaba hecho.

Yo sabía que había visto algo en mí.

---

Esa noche no pude fingir más.

Nos sentamos en el sofá. Él puso su brazo sobre mis hombros. Yo lo rechacé con delicadeza. Me senté frente a él, de rodillas en el sillón, como si estuviera por confesar un crimen.

—Mathis… hay algo que necesito decirte.

Él me miró en silencio.

—No soy quien crees. Hay cosas de mí que no te he contado. No soy normal. No soy… como tú.

—¿Qué significa eso?

—Que hay partes de mi vida que no puedo compartir. Todavía no. Pero te juro… que todo lo que siento por ti es real.

—¿Y eso basta?

—No… pero es lo único que puedo darte ahora.

Hubo un silencio. Doloroso.

Mathis se levantó.

—Nara, estoy enamorado de ti. Pero no puedo seguir en la sombra. No puedo ser solo una parte de tu vida. Quiero todo… o nada.

—No puedo —dije, bajando la mirada—. No todavía.

—Entonces…

Se quedó callado.

Y luego dio un paso hacia la puerta.

—Llámame cuando puedas confiar en mí por completo.

Y se fue.

No gritó. No golpeó puertas. Solo se fue.

Y yo…
Me quedé ahí.

Con la sangre de su herida todavía vibrando en mi garganta.
Con el corazón inmóvil.
Y el alma rota.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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