Besos de Sangre

Capítulo 36: El aprendiz de la noche

Los primeros meses con Étienne, mi creador, fueron una mezcla de fascinación, dolor y aprendizaje.

Vivíamos lejos del mundo, escondidos en las entrañas del volcán apagado que me vio renacer. Afuera, mi tribu continuaba con su vida, creyendo que yo estaba muerta o desaparecida. No me atreví a buscar a nadie más después de mi madre. Después de sus ojos horrorizados. Después de que me llamara monstruo.

Y él… él era todo lo que tenía.

Me enseñaba cada noche.

Cómo moverme sin ser vista. Cómo usar el oído para detectar el eco del corazón de una presa. Cómo identificar a los otros como nosotros… y a los que no debíamos tocar.

—Nunca bebas de un niño —me dijo la primera vez que salimos a cazar—. Nunca de un anciano. Nunca de alguien desesperado por morir. La sangre, Nara, tiene que estar viva. Tiene que resistirse. Tiene que querer seguir fluyendo.

Lo escuchaba, hipnotizada. Su voz era como música rota, como el sonido de un violín que solo yo entendía.

—¿Y tú? —le pregunté una noche—. ¿De quién bebiste la primera vez?

Se detuvo. Me miró con algo que no supe leer del todo.

—De alguien que me amaba —dijo, finalmente—. Y no me perdoné nunca por ello.

No volvió a hablar del tema.

Pasábamos horas entre la niebla y las ramas, cazando animales, saltando desde lo alto de los árboles. Él se reía cuando me caía. Me levantaba cuando me frustraba. Me hablaba de Europa, de palacios, de guerras antiguas, de amantes mortales y aliados inmortales.

A veces, en la penumbra de la gruta, encendía una vela. Y me leía libros antiguos, en francés o en latín. Me enseñaba idiomas. Historia. Filosofía. Pero nunca hablaba de su vida como humano. Como si eso estuviera prohibido incluso para él.

Yo… lo admiraba.

Lo deseaba también.

No podía evitarlo.

Era bello. Era sabio. Era mío… en una forma que dolía.

Y aunque él rara vez me tocaba más allá de un roce o un abrazo frío, había noches en que su mirada se volvía intensa. Y yo creía que si me acercaba un poco más… algo cambiaría.

—¿Alguna vez amaste a alguien como yo? —me atreví a preguntarle una noche, bajo la luna.

—Una vez —respondió sin mirarme—. Y por eso ahora tengo tanto cuidado.

No supe si se refería a mí… o a otra.

Pero desde entonces, cada vez que me miraba un segundo más de lo normal… sentía que mi pecho —ese que ya no latía— quería estallar.

Y sin saberlo, sin quererlo…
Me habia enamorando de mi propio abismo.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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