Besos de Sangre

Capítulo 42: Duda

Étienne había comenzado a callar más de lo usual.

Lo noté en sus silencios durante las reuniones, en la forma en que se mantenía un paso detrás de mí cuando entrábamos a los salones de mármol, en cómo evitaba cruzar miradas con Kodael.

Yo pensaba que era celos.

Lo imaginaba aún dolido por verme brillar entre los más antiguos, hablar de estrategias nocturnas con los patriarcas de la Península, reír con los franceses, bailar con los italianos, y ser nombrada dama de sangre por una de las casas vampíricas más influyentes de Madrid.

Me volví leyenda antes de cumplir un siglo.

Y él solo observaba.

Hasta que habló.

Fue una noche en Toledo, luego de un banquete en las catacumbas de un duque milenario. Yo me había alimentado de un noble poeta que quiso morir en mis brazos. Me sentía invencible. Inmortal. Deseada.

Étienne me esperaba en la galería exterior del castillo, entre arcos góticos y naranjos en flor. La luna bañaba su rostro con una pálida nostalgia.

—¿Disfrutaste tu festín? —preguntó sin mirarme.

—Mucho —dije—. El poeta tenía un alma tan sensible que casi suplicó que lo tomara.

Él cerró los ojos.

—Nara… hay algo que quiero decirte. Y no lo voy a adornar.

Me volví hacia él, cruzando los brazos.

—¿Vas a hablarme de celos otra vez?

—No. De conspiración.

Eso me congeló.

—¿Qué estás diciendo?

—Los ancianos. Los que te rodean. Los que ahora te llaman hermana. Te están manipulando. No lo ves porque te alimentan el ego. Pero no te ven como igual, Nara. Te ven como herramienta. Como símbolo. Como poder útil.

—Eso no es cierto —dije, con la voz endurecida.

—Lo es. Y el principal tejedor de esa red… es Kodael.

Me tensé. Bajé la mirada apenas un segundo. Luego lo negué.

—Kodael me ha guiado, me ha ayudado. Fue quien nos trajo aquí. Tú mismo...

—¡Y eso fue el primer error! —explotó Étienne, alzando por primera vez la voz—. Desde el primer momento que te vio en la selva, no ha hecho otra cosa que acercarse a ti, conquistarte sin tocarte, llenar el aire con sus palabras dulces. ¡Y tú… tú te dejas envolver!

El eco de su voz rebotó en los muros de piedra.

Me sentí vulnerable. Rabiosa.

—¿Por qué haces esto ahora? ¿Por qué no lo dijiste antes?

—Porque te amo, Nara —dijo en voz baja—. Y creí que eras lo bastante fuerte para verlo por ti misma. Pero ahora… temo que te estás perdiendo.

—No estoy perdida —respondí, pero mi voz ya no sonaba tan segura.

Hubo silencio.

Él se acercó. Me tomó las manos. Sus ojos eran dos lunas viejas, cansadas de esperar.

—Dime… ¿confías en mí?

Yo lo miré.

Y por primera vez… no supe qué responder.

---

Esa noche no dormí.

Ni siquiera en mi ataúd de seda negra.

Me quedé sentada en mi salón, con los pies descalzos, mirando la copa de sangre intacta sobre la mesa. Y las palabras de Étienne seguían en mi mente.

Kodael no te guía. Te envenena.

Y, en lo más profundo de mí, algo empezaba a dudar.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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