La noticia llegó como un susurro.
Un murmullo entre sombras. Una frase lanzada al aire en una reunión secreta bajo la ciudad de Ávila, donde los muros antiguos ocultaban mucho más que historia. Una voz:
"Étienne ha sido arrestado."
Yo no lo creí al principio.
Pero al regresar a la casa que compartíamos —una villa discreta al borde del Tajo— encontré la puerta abierta. El mobiliario intacto. Pero su presencia… ausente. Y a la espera, en mi sillón favorito, como si no tuviera nada que esconder, estaba Kodael.
—¿Qué hiciste? —susurré, con el aliento hecho ceniza.
—Nada —respondió, con esa sonrisa templada que me helaba la sangre—. No fui yo quien lo acusó. Solo fui el primero en enterarse.
—¿Acusado de qué?
—De traición a la Cámara de Sangre. De conspirar contra el Consejo. De beber sangre sagrada de los protegidos del clero vampírico… sin permiso.
—¡Eso es mentira!
—Claro que lo es. Pero… ¿cuándo ha importado eso en política?
Me lancé contra él.
Kodael me sujetó con fuerza, pero sin lastimarme. Como si quisiera recordarme que podía destruirme… o abrazarme.
—Étienne es un obstáculo —susurró junto a mi oído—. No lo ven como uno de los suyos. Nunca se sometió del todo. Y ahora que tú eres una joya de la corte… su sombra les resulta molesta. Y a mí también.
Lo solté. Temblaba.
—¿Dónde lo tienen?
—En los calabozos de la Orden Escarlata, en Toledo. Custodiado por tres ancianos y dos ejecutores. El juicio será mañana.
—¿Juicio…?
—Sí. Una farsa, por supuesto. Ya está condenado. Muerte al amanecer. Quemado por la luz del sol hasta convertirse en cenizas
El mundo giró.
—¿Muerte?
—Eso pediste, ¿no? Una vida sin cadenas. Sin frenos. Sin él.
Lo abofeteé.
Kodael no reaccionó. Solo me miró con una mezcla de deseo y lástima.
—Corre, si quieres. Suplica. Llora. No te servirá. Ya es tarde. Él va a morir.
Y se desvaneció entre las sombras como si nunca hubiera estado.
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Esa noche corrí.
Corrí como cuando era joven, cuando mis pies apenas tocaban el suelo. Crucé campos, bosques, ciudades. Desgarré mi vestido en espinas. Mi piel se llenó de polvo. Pero no me importó.
Llegué a Toledo al filo de la noche.
La Orden Escarlata tenía su base en un monasterio abandonado, bajo tierra, donde se celebraban los juicios más crueles del mundo vampírico.
Pedí ver a Étienne.
Me negaron la entrada.
Entonces supe… que ya no era intocable.
Mi poder tenía límite.
Mi nombre ya no protegía a quien me amaba.
Y la red estaba tejida demasiado bien.
Étienne …
Estaba condenado.
Y yo, por orgullo, por ambición, por no escuchar a tiempo…
había sido cómplice.